-
¿Es difícil entender a las mujeres, mamá? – preguntó Mónica
con ojos desesperanzados, como si hubiese perdido una apuesta.
-
Por qué dices eso mi amor.
-
Es que oí a papá decir eso anoche. Y bueno yo soy
mujer y tú también eres mujer y no sé…
-
Ay… mi amor, tu padre dice cada cosa, no le hagas caso
a las sonseras que salen de su boca, más bien los complicados son ellos; como
tu hermano David un tarambana, y ni qué decir tu padre, que nunca deja el
teléfono, justo ahora cuando el tiempo apremia. ¡ya deberías estar en la
escuela!, pero él dale que dale con el aparatito ese y la oficina. ¡Gabriel!,
hasta que hora ¡por Dios!
Lucía
comenzaba a impacientarse, no es el habitual retraso de su marido en las
mañanas, ni los pesados minutos del tráfico rumbo a la escuela y el posterior
trasbordo al trabajo en la farmacéutica. Aquella pregunta de su pequeña hija lanzada
a degüello había calado hondo. ¿Es difícil entender a las mujeres?, ¿es difícil
entendernos?, cavilaba silente, desprevenida de los bocinazos, el olvido de la
cartulina de Mónica en la mesa y las soeces exclamaciones a grito pelado de
Gabriel a los conductores que se movilizaban aletargados como en una procesión de
monjes capuchinos en la hora pico matutina.
¿por
qué tendríamos que ser incomprensibles? – medita Lucía dentro el automóvil –
algoritmos no somos, formulaciones matemáticas no resueltas tampoco, ¿jeroglíficos?,
ciencia de cohetes jamás; eso sí, tenemos nuestro carácter, bueno hablo por mí,
pero reconozco que tengo información veraz de muchas mujeres “amigas” que les
encanta hacer la vida de cuadritos a sus parejas. Expertas en el arte del
engaño y la gambeta desbordante, como el placer que sienten henchidas de vitalidad,
inflamando sus plastificados pechos al verlos esperar parados como paletas de
helado en medio de la calle fría media hora o más tiempo, sabiéndose o sabiéndonos
arregladas y listas con previa anticipación a la hora pactada perdiendo el tiempo revisando las uñas recién esmaltadas o
soplando el flequillo del cabello a contrapelo, no hay duda, tenemos nuestro
carácter – pergeña Lucía - ¡ah!, pero si tú pequeña Mónica, me lo dices porque
escuchaste decir eso a tu padre, debes entender, que estos hijos de puta que
son los hombres, son los verdaderos culpables de algunas locuras que cometemos,
sí como no, no me vengan, que son los angelitos de la relación, los santos
blanqueados, que nosotras venimos
programadas con el chip del chisme y la histeria, noooo, hija mía, tú tienes
que saber… te lo diré cuando crezcan un poco más, que los verdaderos raros,
ridículos, patéticos y boludos en la máxima expresión de la palabra son ellos:
los hombres, bestias informes y
peludas, quienes basándose en esta
cultura de porquería que arrastramos, tienen el descaro de sacar su pomposidad
machista y cerril haciéndose a los lindos, fuertes y sabihondos, no hijita de
mi vida, ellos son los ladinos, los desgraciados que usan el método del engaño
silencioso para consolidar su poderío de macho cabrío que se reduce a fornicar,
fornicar y fornicar. Si fuera por ellos, dejarían de hacer todo, solo por cogerse a la mayor cantidad de mujeres que se les cruza en la calle, ay,
hija mía si te contara, las cosas que tu padre me hizo pasar cuando éramos
novios, no, que va a ser, ese gentleman que ves en la casa pavonearse, todo empilchado
y ejecutivo, oliendo a colonia Hugo Boss, debo informarte bebé, que tu
progenitor era un hippie, sí como lo
oyes un hippie mugriento con sandalias hechas de cáñamo, aroma a pachuli y una
guitarra en su espalda como instrumento hipnótico para hacer caer mujeres
cual torcazas y yo como tonta caí
redondita a sus encantos artísticos: era Silvio, era Pablo, era Auté, me
enamoré profundamente de ese malaganudo de rizados cabellos y mostacho viril
que un día fue tu padre, y creía único y eterno, pero… yo…, mira que caer
embelesada de un trovador y guitarrarero es de brutas y sí yo fui una más en su harem, que mi bovino
embobamiento no me permitía reconocer la verdad de los hechos, este
cretino utilizaba las mismas argucias
con todas, obvio, el muy pendejo, había
sabido salir con chicas de distintos periodos y grados en la Facultad, así que
tenía horario completo de oficina y enamoramiento, nunca pensé darme cuenta,
pero como tú dices o escuchaste, las
mujeres a veces somos difíciles de entender. Pero hubo una, no sé cómo decírtelo,
una que me hizo abrir los ojos, hubo una mujer que realmente me hizo entender
cuánto valemos, cuan poco nos conocen y cuan poco valoradas somos en este mundo,
mi amor.
-
¡Mamá! ¡mamá! que estás pensando – dice Mónica,
sacando del ensoñamiento que denota el rostro de Lucía – ya llegamos a la escuela.
Chau pa, chau ma – estampa un beso a ambos y sale rauda del automóvil,
-
¿Qué piensas mujer? te noto rara – pregunta Gabriel al
momento de arrancar la movilidad rumbo a la farmacéutica
-
Que voy a pensar – contesta desgañita Lucía – pienso
que eres un inconsciente.
-
Tranquila mujer, no empieces… que yo no te falté el
respeto - Replica Gabriel
-
No que va, no, no me faltaste el respeto - responde
con ironía y ademanes de sorna- en realidad faltaste el respeto a mí, a tu hija
y a toda la comunidad femenina del planeta al decirle a Mónica que nosotras –
mira el retrovisor frontal - somos difíciles de entender. Por favor, que te
pasa Gabriel, qué ideas le metes a tu hija… qué pretendes al afirmar semejante
canallada, que por sí un caso lo notaste también tu hija es mujer, ¿quieres
generar en ella un conflicto de personalidad o bajar su autoestima?
-
Pero cálmate un poco – responde Gabriel – además te
informó que yo no pretendo nada de lo que me endilgas y jamás dije algo
parecido a mi pequeña, seguramente lo escuchó cuando conversaba por el teléfono
con Edgar de la oficina que me contó que está cansado, que su mujer plantea
divorciarse de él por el hecho que no la entiende a pesar de los años de convivencia
juntos. Así que Lucía, te pido por favor no me entierres con tus acusaciones
que no van al caso.
-
¡No me vengas con esas tus pendejadas Gabriel! – expone
nerviosa - te pido que guardes un poco más de compostura y no estés hablando en
la casa cosas que no son, piensa en tu hija, ella escucha todo lo que dices
porque te ama carajo, y por favor te lo pido, al medio día quiero que le des
una explicación a Mónica o una disculpa de lo que dijiste anoche. Tú como
padre, debes hacerla entender que ella es una mujer y vale un mundo y más por
el hecho de ser una niña y de ser tu hija, sobre todo. – expresó tajante.
-
Bueno mi amor… está bien hablaré con ella cuando la
recoja del colegio, no te preocupes y discúlpame si dije algo inadecuado, no me
di cuenta que ella oía la conversación telefónica que tuve. – respondió Gabriel
sin dejar de mirar la ruta.
A pesar del pequeño encontrón de pareja,
Gabriel dejó en la puerta de su trabajo a Lucía, despidiéndose ambos con un
sobrio beso en los labios.
La
farmacéutica constituía un espacio de trabajo mecánico y de concentración
burocrática para Lucia, no obstante, en su función gerencial de mando medio
manejaba algunas prerrogativas, como el de trabajar en una oficina privada,
alejada de las frívolas conversaciones de cocina y de ser objeto de
enjuiciamiento visual de sus compañeros de trabajo. Aquel habitáculo conformaba
un cubil de retraimiento donde podía maquillar sus miedos, sus dudas y ocios y
simultáneamente cuadrar cifras, revisar balances y remitir ventas saldadas a
sus superiores, por lo cual decidió entrar en silenció por el pasillo principal,
saludó necesariamente con ademanes moderados a Macaria la portera, José el Guardia y un buenos días generales a
la piara de congéneres laburantes de la planta baja, para luego abrir la puerta
de la oficina, dejar el bolso en el colgador de madera y encender con rauda experticia la computadora,
buscó la carpeta de música que tenía en el escritorio, encontró la pista,
dejando caer su trasero en el sillón giratorio para empezar el día con los detalles a medías de la jornada
previa a resolverse y aquella música impregnando su mente, repitiendo para sí: Quizás si tú piensas en mí y a nadie tú quieres hablar,
si tú te escondes como yo, si huyes de todo y si te vas pronto a la cama sin
cenar, si aprietas fuerte contra ti la almohada y te echas a llorar; si tú no
sabes cuánto mal te hará la soledad. Aquellas palabras y notas
provocaron el brote de una filigrana lacrimosa en su rostro, echándose a reír
tímidamente de ese sentimiento mezcolanza de ridiculez y nostalgia, de sentirse
sola en un reducto y verse indefensa y minúscula por un hecho provocado de
recordar a alguien que hace mucho no emergía en su cotidianidad, que, a merced
del detonante cuestionamiento de su hija: ¿mamá, es difícil entender a las
mujeres? salió y no tenía la menor intención de retirarse de su mente,
respondiéndose en baja voz a modo de bálsamo - no hija, no somos difíciles de
entender, un día Claudia me lo demostró y te lo voy a contar mientras despacho
estas facturas que van a enloquecerme y ahí no respondo, sí voy a desentenderme
– sonrió en su circunspecto soliloquio.
***
-
Para el día de mañana me traen la definición de
entelequia- exaltó al auditorio el Dr. Paredes.
-
Pinche beodo Paredes – pensé, llegando a musitar a
posteriori – ¡a mí que demonios me interesa lo que es entelequia – enteloca –
antioquia, entel o kia, me lo paso por el medio de mis calzones! - Las miradas
de mis compañeras dejaron entrever mohines de animadversión y extrañeza, no me
importaba, al final yo iba a la universidad a aprender y a contrariar lo que
creía intrascendente y no a hacer amigas y menos de aquellas conservadoras y
cucufatas que tenía a mi alrededor; nos retirábamos del salón de clase y en los
corredores oí una voz al oído que me decía:
-
¿sabías que es una cosa, persona o
situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación? - Di la vuelta
-
perdón – respondí
-
Entelequia, ese es su significado: una persona, cosa o
situación que se encuentra en tu cabeza, pero de la forma más perfecta.
Imagínate algo así como, digamos tú cabello – comenzó a tocarme el pelo - que
noto que es perfecto, pero talvez nunca te lo digo o nunca llegues a saberlo, y
pienso para mí, guau, esa es la perfección capilar y el corte de pelo hecho a
la altura de una digna dama – mi rostro
se ruborizó de improvisto del
atrevimiento de aquella extraña – no lo tomes a mal, mira, discúlpame, me llamo
Claudia soy nueva en el curso, pero escuché como rezongabas al terminar la
clase la tarea del Dr. Paredes, sí te entiendo, es nefasto y peor cuando viene
con copitas encima, pero su materia es preciosa, hablar de filosofía, los
clásicos y la definición de entelequia, te lo digo aquí entre nos, me parece
una de las palabras más lindas que se encuentra en el diccionario, piensa,
perdón, ¿cómo te llamas? – preguntó
-
Me llamo Lucía
-
Lucía piensa si un hombre te dice de pasada o un novio
tuyo te dice que eres su entelequia, él es el elegido, el indicado, porque no
puede haber mayor atractivo masculino que la inteligencia y más si está en
estado puro, que alguien te denomine como su ser perfecto o ideal ¡oh! mamita
querida, yo me lo cojo ahí mismo, ese instante, sí que sí – expresó sonriéndome
con picardía.
Desde
aquel día, empecé a interesarme en aquella singular mujer, así de la nada hija
querida, apareció ella, Claudia, que supuestamente se cambió de turno porqué
estaba fastidiada de levantarse todos los días temprano para ir a las clases de
las siete, así me hice su amiga,
excelente estudiante, definida en posturas ideológicas, amante de los libros y
los hombres cultos, fue ella, quien me hizo dar cuenta de las burreras que hacía
tu padre teniendo sus múltiples aventuras amorosas halla a lo lejos cuando éramos
dizque novios. Me dijo:
-
Lucía, Gabriel será todo lo artista y expositor de las
bellas artes, pero se está tomando demasiado a pecho esto del amor libre, así
que, si no te das cuenta, tu noble corazoncito te va a doler a mares, por lo
cual, decídete, habla con él y sin rodeos, pongan las cosas claras, que aparte
de amiga no quiere ocupar el rol de doctora corazón en tu vida – sonó tan
gracioso escucharla, pero tenía toda la razón.
Pasamos
lindos momentos en nuestra juventud, si bien ella tenía sus parejas, y yo ya
había formalizado con tu padre, logramos conformar una amistad más allá de las
clases en la Facultad. Comimos, bebimos, lloramos, viajamos, sentimos la
necesidad de estar juntas o comunicadas sea por el medio que sea, correo,
teléfono, señales de humo, presentimientos, sueños, hasta el día que terminamos
el último curso en la Universidad, la
gracia fortuna de la vida dividió nuestros caminos, ella tenía altas
intenciones de irse a la ciudad de Santa Cruz, hacer unos postgrados y radicar
en esa metrópoli, yo, mira te lo hago fácil mi amor, estaba esperando a tu
hermano, y tus abuelos no sabían del asunto, así que preveía un sendero de confusiones en mi vida a futuro
si no me responsabilizaba con prontitud, me casé con tu padre, y ella, Claudia,
antes del matrimonio por lo religioso, me pidió conversar a solas conmigo; la
noche previa, si bien los trajines del evento y las nupcias en vilo estaba en
su máximo apogeo, logramos escaparnos de aquel pandemónium, subimos a la Recoleta
al viejo restaurante bodegón que se encuentra ahí ubicado, pedimos ambas un
café, el panorama insustituible que manifestaba ese precioso lugar
entremezclando los trinos de los pájaros y la hermosa ciudad con sus fachadas
níveas, fueron propicias para nuestro encuentro, ella me miró a los ojos, me
tomó de las manos y me confesó que me amaba. Quedé petrificada, sin saber que
responder. Me dijo que si bien estaba
feliz de que llegase a casarme con el hombre de toda mi vida y esté esperando
un hijo suyo, no iba a quedar con la espina ensartada de no decir una verdad
que le nacía del alma, que ella estaba profundamente enamorada de mí y qué el
distanciamiento que se avecinaba por su éxodo a la ciudad de Santa Cruz y mi
decisión de ayuntamiento nupcial con Gabriel no iban a ser un escollo para
mitigar ese sentimiento que tenía por dentro. No sabía que responder, porque si
bien ella sentía algo profundo hacía mí, el sentimiento era mutuo, empero yo no
quería reconocerlo, sabía que ella era la única persona en este planeta que
lograba entenderme, conocía de mis temores y dudas más terribles, tenía certeza
de mis decisiones a tomar a futuro, hasta el color de la prenda de ropa
interior que usaría los días jueves, ella sin la necesidad de tener el contacto
directo de mi piel reconocía los fines de mis actos y las muletillas de mis
defectos, aquella tarde en la recoleta atiné solo a mirarla y tomar su mano y
responderle: ¡Claudia yo también te quiero!, llorando e hipando mis sensaciones
ambivalentes, nos entrelazamos en un abrazo interminable, estaba feliz de saber
de su propia boca aquel sentimiento, pero a la vez triste de perderla o no
hacer nada al respecto, estaba feliz de casarme, conformar una familia, tener
un hijo, estaba triste de ver en ella a una gerente de tomo y lomo y yo una simple
ama de casa con escoba y ruleros- pensaba así aquellas temporadas - estaba
feliz de saber que la amaba, y que ella era un ser insustituible en mi vida,
como así estaba triste de ver un imposible en su abrazo fraterno y único.
Cuando
logramos tranquilizarnos, musitó entre agitaciones y risillas:
-
¡Ay! Lucía, me haces llorar como sonsa, bueno, pero
ten en cuenta, tú como yo nos comprendemos, las mujeres no somos tan difíciles
como parecemos, solo necesitamos un poco de amor y pocas preguntas, ellos,
hablo de los hombres, no lo entenderán jamás, así que cuando ese desgraciado
que se avista a ser tu consorte quiera rayarse, me llamas ok.
-
sí hermana, lo haré te lo juró, no te preocupes –
respondí halagada.
Pero
que crees hija mía, el destino trazado, no fue como ella lo prometió, las
llamadas surgieron de forma inversa, como lo oyes. Esto ocurrió posteriormente,
es un capítulo de mayor interés que te lo cuento ahorita, déjame primero
cuadrar esta factura de mierda, que no sé de dónde proviene este elevado monto
que no encuentro en la planilla.
Te
decía hija de mi alma, en fin de cuentas me casé, si no, no estuvieras aquí a
mi lado y no harías sentirme la mamá más feliz del mundo, con sus dos hijos
preciosos, inteligentes y lindos y no gracias a tu padre, que de esto último no
fue bendecido en la repartija de rostros romanos, bueno, pero te comentaba que
después del secreto que me confesó Claudia, las peripecias de la vida, la
estabilización doméstica, la suerte que tuve al sentir el apoyo de tus abuelos
y lograr ejercer la carrera que estudié y aparte de sentir la vivencia de la
maternidad a plenitud, lograr incursionar en el trabajo y la felicidad de ganar
mi propio dinero para que ustedes puedan vivir con el confort necesario dado
por tu padre que si bien fue todo lo pelafustán en la universidad, fue
responsable desde el momento que decidimos vivir juntos bajo el amparo del
matrimonio, siempre pensó en la familia por delante de todo, dejando atrás sus
caprichos de trovador frustrado y t´anta galán, para ponerse las pilas y
ejercer el rol de padre y esposo íntegro, que me llena de felicidad afirmarlo,
aparte de todo esto, el contacto de comunicación con Claudia se esparcía poco a
poco, las obligaciones de la vida relucían su manifestaciones, ella en Santa
Cruz conoció a quien es su actual marido, se embarazó, no obstante nunca dejo a
un lado sus proyectos, ya trabajaba como ejecutivo en ventas y era una de
las mejores dentro el voraz campo de los
bienes raíces en tierras cambas.
Estaba
feliz por ella, total la comunicación expresa no es la única alternativa,
sentía su bienestar en su nueva vida ejecutiva, mi corazón me lo transmitía.
Hace algunos años, decidió anoticiarme con previa anticipación una primicia, me
llamó confirmándome que ese fin de año sería la primera vez que llevaría a su
familia a Sucre, quería que sus hijos y marido cruceño conocieran la casa de
sus padres y su ciudad natal, ya que nunca antes habían traído a su familia por
estos lares, me pidió que en ese tiempo, lográsemos tener una espacio a solas
en el que podamos hablar de nuestras vidas, yo solícita afirmé que sí, que no
había ningún problema, que haría todo lo posible para que ese encuentro se
lleve a cabo, y más aún en fechas de fin de año, donde reunirse es factible por fechas navideñas o
algún fiesta de despedida del año, ya pensaríamos bien el itinerario, ah, y me olvidaba, tú ya
habías nacido y estabas en mi brazos bien chiquita y rosadita.
Pasaron
los meses, y me devoraba las uñas de nerviosismo. Sí, es cierto, mantenía una
fluida comunicación con Claudia por las redes sociales y el teléfono, sin
embargo, no la había vuelto a ver desde nuestro encuentro solitario en la
Recoleta y la fiesta del matrimonio con tu padre. Es difícil ser anfitriona y
amiga pegajosa en esos acontecimientos, ya te darás cuenta cuando te cases,
pero los días se acercaban y ella aprontaba su llegada; una tarde en el trabajó
me llamó al número corporativo – vaya que me conocía - confirmándome que ya
había arribado a Sucre hace unos días, y estaba sumamente contenta que su
marido e hijos conozcan la casa de su
infancia y juventud, estaba feliz de ver a sus padres disfrutar en el hogar la
llegada de sus seres queridos, la chochera de abuelos con sus nietos, estaba encantada
de llevar a pasear a su familia por las calles coloniales de la ciudad, comer
unas salteñas en “El Paso”, desmitificar la vana idea donde Sucre es solo
museos, chorizos y mondongos, por lo que me indicó que pasaría estos días de
guía turística, cocinera a petición e hija mimada en estas jornadas mágicas e
irrecuperables, no obstante esta retahíla de información que me brindaba, cual
me ponía contenta por ella, me exigió con sarcasmo castrense que la noche del 28 de diciembre, día de los
santos inocentes, no planifiqué nada en absoluto y pida permiso en casa e
informe de forma imperativa al huallpacaldo de mi marido (textual) para no retornar en horas
cristianas a mis aposentos, ya que aquella noche sería la destinada para el encuentro
íntimo de amigas de vida como lo llamó, para así poder conversar con
tranquilidad en un sereno pub, compartir unas copas, talvez bailar y olvidarnos
de lo que somos: mamás, esclavas del trabajo de oficina, olvidar nuestras
historias recientes y recordar lo que un día fuimos: simplemente amigas.
Confirmé mi presencia para aquella noche sin pensarlo dos veces, aclaré que me
encargaría de reservar una mesa en “Pueblo Chico” y nos veríamos a las 9 de la
noche en ese bar ubicado frente a la plaza 25 de mayo.
Aquella noche tu padre quedó conminado a
quedarse en casa bajo el cuidado tuyo y de David, ya había alistado con
antelación tus pañales y cobijas y la leche para que puedas dormir tranquila, y
tu hermano termine de ordenar su cuarto correctamente, se lave los dientes y
entre a la cama a las diez en punto. Gabriel fue comprensible aquella
oportunidad, si bien manteníamos un matrimonio de ocho años, salíamos pocas
veces. En contadas ocasiones él se dio sus borracheras con sus amigotes de la
oficina, yo también alguna que otra ocasión salí a beber y bailar con los de la
planta baja de la farmacéutica. Cuando avisé de la salida con Claudia, él solo
asintió con la cabeza pidiéndome llamar cuando esté retornado a casa al momento
de tomar el radiotaxi, más por seguridad que por intromisión.
Me
alisté frente al espejo del baño, algo me imponía a ocultar las primeras
arrugas que brotaban en mi rostro, coloqué el rubor necesario, un tenue labial
carmesí y las sombras en los ojos, el cabello lo tenía largo en ese tiempo, lo
alisé con mucha paciencia quedando hermoso y presentable, los jeans ajustados
serian correspondidos con la chaqueta de cuero que llevaría, estaba lista,
lista para verla, a pesar que un fino nerviosismo reverberaba en mi cuerpo, solicité
un taxi por teléfono, salí en silencio de casa, dentro el automóvil pedí al
chofer permiso para fumar, me dijo que no preocupará, saqué la cajetilla de
Marlboro de la cartera, encendí uno, aspirándolo profundamente, estaba nerviosa
lo confieso.
Llegué
al bar, el reservado estaba en las mesas del fondo, revisé el celular, Claudia
me había mandado un texto largo al WhatsApp, disculpándose de su tardanza, un
imprevisto en casa imposibilitaba su puntualidad británica, lo cual me
sorprendió, en vista que ella siempre consideró el retraso infringido como un
signo de mala educación y provocación, me escribía con emoticones de
persignación que estaría en el pub de media hora y allá me explicaría el cariz
de su dilación. Pedí una copa de vino tinto mientras tanto, encendí un
cigarrillo y me distraía observando los daguerrotipos de las paredes, en tanto
una insípida melodía de guitarras saturaba el ambiente, me gusta el vino sabes
hija, no se lo digas a tu padre, pero ese elixir divino provoca en mí
reminiscencias agradables, el paladeo de la copa, esa dulzura y esencia deslizándose
en tu boca y tu garganta es sublime, degustaba mi bebida, y el eco del sonido
de un taconeo presuroso se escuchó hasta mi mesa, una figura grácil y rotunda
se acercaba, contorneando unas poderosas caderas turgentes ceñida a un apretado
vestido plateado que empezaba a percibirse con mayor claridad. Era ella,
ataviada en un mini que levantaría la mirada de cualquier ser humano
concupiscente, llevaba el cabello castaño reluciente, los gruesos labios de
cereza, esos ojos incandescentes, majestuosos, un porte desafiante, denotando
la figura altiva, segura, provocativa, rezumante, cautivadora, quedé estupefacta,
con la boca abierta de ver semejante mujerón acercarse a la mesa y gritar mi
nombre sin vergüenza del gentío que poblaba el bar:
-
¡Lucía! -berreaba - ¡Lucía, mi amor!, - se acercó y me
abrazo con tanta fuerza que el agitar de mis palpitaciones hizo chuño a mi
corazón, la vi frente a frente, lagrimeaba de alegría, empezó a correrse el
rímel de su faz ella al igual que yo, estábamos felices de vernos, no podíamos
contenerlo, sonreímos como dos tontas.
-
¡Amiga!, que va a decir esta gente, quienes son esas
dos locas – Claudia comentaba sonrojada – sabes como son aquí, te ven haciendo
alguito y ya estas en las redes sociales, y ni te cuento las guarangueadas que
me dijeron en el trayecto a este lugar, estos llokallas de hoy en día, piropos
albañiles sí que se escuchan en esta ciudad ¡dios mío! A ver: “mamita con ese
culo debes cagar bombones”, me dijeron crees, guarros de miércoles, “como
quisiera ser plomero para destaparte ese agujero”, que les pasa… Lucía dime la
verdad, ¿parezco una zorra con este vestido? – la miré de pies a cabeza, estaba
hermosa, atine a decirle
-
Para nada… estas di – vi - na, qué saben los chanchos
de galleta, tu eres la perfección de una mujer sofisticada, por suerte aquí no
creo que escuches esas sandeces y si alguien te incomoda nos vamos a otro lugar
más tranquilo – alegué
-
No te preocupes, está bien aquí, además la gente que
está a nuestro alrededor me importa un comino, yo vine aquí para verte, charlar
contigo, escucharte, ¡amigo por favor! – llamó al servicio- una copa de vino
similar al de ella tengo que igualarme con este buena moza - sonrió
En
el bar, la plática se tornó coloquial, comentó que llegó tarde a la cita
estipulada porque su hijo mayor comenzó a sentirse mal de la barriga, al
parecer le cayeron pésimas las papas rellenas del Parque Bolívar, lugar que
llevó a sus hijos a distraerse y mostrar a su prole el alimento que comíamos en
nuestras mocedades:
-
Estómagos eran los de antes querida, como diría Víctor
Hugo Viscarra – adujo - por suerte ya está mejor, y su padre me llamará si
vuelve el malestar para llevarlo al médico, no creo que ocurra eso, ya tenía un
talante saludable cuando me aprestaba a venir aquí amiga, lo siento mucho por
mi retraso
-
No te preocupes, lo importante es que estas aquí –
repliqué.
Las copas de vino se multiplicaban, ya
estábamos en la cuarta o quinta ronda no lo recuerdo, hablábamos sin ton ni
son, entre bromas y seriedades, las reglas eran claras: ni familia, ni hijos,
maridos y/o trabajo, solamente nos poníamos a recordar los bellos momentos
pasados en la universidad, nuestras ocurrencias y travesuras, nuestros
secretos, ya estábamos un poco ebrias y alegres, aquel bar quedaba chico como
su nombre lo indicaba, por lo cual decidimos salir a alguna discoteca cercana,
salimos a la calle, eran las 12 de la noche, Sucre, es una ciudad pequeña al
final de cuentas, pensé.
-
Clau, vamos al “Berlín”, es a dos cuadras de acá,
vamos caminando, así fumamos un puchito y seguimos hablando
-
No hay problema hermana, con este clima están vacías
las calles, como siempre, no cambia nunca eso no – dice
-
Sí, eso no cambiará jamás – respondo
Encendí
un cigarrillo, ella estaba imponente, los pocos autos que pasaban a esas horas
por allí tocaban el claxon al ver monumental minón por las calles, sonreíamos
de las chanzas de estos entes ordinarios, de la nada ella acercó su rostro al
mío y me dio un beso en los labios, su lengua buscaba la mía con enjundia, quedé
paralizada, su boca sabor a vino y fiereza me gobernaba, estaba ebria, su aliento
lo confirmaba, me ahogaba en sus ósculos, no podía contenerla, el deseo me
reducía, dejé arrastrarme por mis impulsos en ese momento inolvidable,
mordisqueamos nuestros labios, penetrando en lo desconocido, no nos importó
nada, las luces de los automóviles fugaces, los noctámbulos espectros
voyeuristas, la quintañona esencia de la urbe. Ella me sugirió en ese abrasador
instante:
-
Lucía, vamos a otro lado, no quiero ir a la discoteca,
quiero estar contigo… – sostuve la mirada sin emitir sonido alguno, asentí
afirmativamente con la cabeza, estaba sometida a su encanto. - tomemos un taxi,
¿te parece?, los taxistas saben de lugares “reservados” me imagino – dijo- ven,
vamos al frente.
Paró
un taxi, en ese momento me quede apoyada en la puerta de metal de un comercio,
la silueta de Claudia apoyada en la portezuela del automóvil provocó en mí una
sensación lúbrica jamás sentida, no sabía lo que me pasaba, tenía miedo, pero a
la vez deseaba su cercanía, se aproximó a mí dijo: - ven, el señor nos llevará
a un lugar seguro- Entramos en el coche, en silencio puso su cabeza en mi
hombro, nos dirigimos con rumbo desconocido, canceló la carrera, entramos por
un portón antiquísimo, no conocía ese barrio, aquella frugal casona estaba
repleta en setos y ligustros, una rejilla de portal era la antesala obligatoria
para el ingreso al segundo piso, Claudia habló por entre el enrejado, pagó el
importe, le alcanzaron una llave, subimos a hurtadillas por el rellano, penetrando
un viejo vestíbulo, ingresamos a una pieza, encendió la luz, una habitación
colonial nos recibía con un tálamo amplio en blancas sábanas, todo era
perfecto, la tenue luz de la alcoba, la ansiada compañía, todo parecía un
sueño, un sueño en su máximo paroxismo.
Lo
que te voy a contar ahora hija es algo que tus inocentes oídos no deben
escuchar jamás, tu pululante cerebro debe dejar pasar, ya cuando crezcas y seas
una mujer hermosa e inteligente lo entenderás, te darás cuenta porqué llegué a
sincerarme, porqué hago este ejercicio catártico, por tal sentido, te pido no
hagas mucho caso a los detalles que voy a aflorar ahora, total son mis
cavilaciones y no creo que llegues a otear en mi inconsciente a niveles
insondables, a menos que decidas estudiar psicología o ejercer de pitonisa
callejera en tus juventudes que se avecinan.
Nos
miramos fijamente, encendimos un botón que decía música, una melodía romántica
acompañaba nuestro cruce de miradas, Laura Pausini de fondo, nos sentamos en el
borde de la cama, Claudia me preguntó:
-
¿Lucía tú crees que podemos ser lesbianas?
-
No lo sé – contesté
-
¿Te gustaría averiguarlo? – dijo, mientras mi tocaba
el hombre, sentía mi temblor incontenible
-
No lo sé Claudia… pero lo que sí sé, es que yo, no
daré el primer paso – respondí agitada
-
No te preocupes mi amor, yo te cuídate.
Se
acercó, comenzó a besarme el cuello, cerré los ojos, una ígnea sensación se
apoderó de mis entrañas, percibía los latidos de su corazón agitado en mi pecho, empezó a
despojarme de la chamarra que ya estaba en el suelo, me subía la blusa
lentamente, en tanto ella me besaba las mejillas con ahínco, veía como
introducía sus manos por entre su
vestido, se descubría poco a poco, el nacimiento de sus preciosos muslos
demostraban su sensual tanga oscura, la miraba arrobada de su preciosura
salvaje, era la mujer más bella que vi en mi vida, comenzó a desnudarse de pie,
se saco el vestido plateado, me miraba embriagada, solo tenía puesto el
sujetador y esas bragas atrevidas que me fusilaban las pupilas, se acercó como
una pantera sedienta, me besó los labios una y otra vez, me bajé los pantalones
mecánicamente, su boca ya se encontraba a la altura de mis senos, me descubrió
el brasier y su lengua jugueteó con mis pezones como nunca antes otro ser
mortal lo había hecho, era la gloria. La delicadeza de sus caricias no tenía
parangón, estaba perdida y mojada como un cervatillo en la hostil estepa,
sentía su cuerpo, sentía su alma colisionarse con la mía. Tímidamente deslizaba
mis dedos en su pubis, su monte de venus depilado pulcramente me encendía, esta
atiborrada en fluidos al igual que yo, se mecía en el placer, lo sentía, lo
percibía, nos dejamos llevar por nuestros deseos e instintos, nunca antes ni tú
padre me hizo sentir tal sensación que
no tiene un nombre para definirlo, nos perdimos en la infinidad de la mecánica
de dos cuerpos de la misma carga, pero capaces de cohesionarse a niveles
estratosféricos, no recuerdo cuantos
minutos u horas fueron, pero, al llegar a la cúspide del placer y sentir esa
excavación multiorgásmica con un ser etéreo a tu lado, no tiene precio y menos
comparación, caímos desfallecidas, mostrando nuestras desnudeces y nuestras
almas en aquella ignota alcoba. Nos miramos en la penumbra de la madrugada. Te
amo me dijo – yo también te amo respondí – plasmándonos un beso, abrazándonos
en espera del alba.
La
borrachera había desaparecido por arte de magia, fumamos nuestros últimos
cigarrillos, nos cambiamos raudamente, nuestros teléfonos celulares desbordaban
en mensajes y llamadas perdidas, ya teníamos la mentira urdida, sencilla y
llana, el encuentro se prolongó debido a nuestra larga separación, de forma
tácita, entre miradas no dijimos nada de lo ocurrido, sin embargo al salir de
aquella casona misteriosa y pedir un taxi, entre palabras intermitentes
prometimos no hablar de este suceso jamás y no tocar el tema en lo que reste de
nuestras vidas sellando tal promesa con un abrazo y un pico a hurtadillas que
nos dimos al momento de desembarcar del automóvil. No te cuento el enojo de tu
padre cuando llegué a casa a las cinco de la mañana, por suerte era sábado,
pero el enfado de tu padre se tradujo en la cancelación de la fiesta de fin de
año en “La Fontana”, no volví a saber de ella esos días, tenía aprensión de
llamarla, y tampoco recibí un mensaje o una llamada de su parte, con seguridad
en su casa no fue bien recibida su llegada de madrugada de aquella salida
nocturna de los santos inocentes, me resignaba al silencio, recibí el año nuevo
en casa arropada en mis hijos (tu hermano y tú) y mi esposo que ya me había
perdonado el desliz, se notaba en su mirada.
El
2 de enero ya al caer la tarde recibí un mensaje al WhatsApp, era ella, me
informaba con brevedad que ya se encontraba en Santa Cruz de la Sierra con su
familia, se disculpaba de su incomunicación aquellos días, que yo entendería
los motivos, me agradecía de la mágica noche sin entrar en detalles y se
despedía con franqueza y sin explicaciones, solicitándome que continuemos en
contacto, que, a pesar de la distancia, jamás dejaríamos de comunicarnos.
Gracias respondí, sabía que era cierto, sea en sueños, presentimientos o
señales de humo.
Ahora
hablamos hartísimo querida hija, si supieras, estamos más unidas que antes, me
cuenta de su nuevo trabajo con las logias orientales asentadas en el país, ya
no quiere tener bebés, y reniega mucho de su esposo y sus costumbres que chocan
con su educación chuquisaqueña, yo también le informo mis desavenencias y
triunfos, es buena para escuchar y aconsejarme, y creo que el servicio es
mutuo. A veces me llama de madrugada cuando esta borracha, me dice que me ama,
que soy su entelequia; si bien duermo con tu padre en la misma cama, él hace
que no escucha, estrujándose entre las sábanas, sé que sabe que del otro lado
de la línea esta Claudia, y ebria para variar, pero no dice nada al respecto,
yo me levantó unos instantes, escucho sus lamentaciones, voy al baño del
dormitorio, abro la canilla y tomo un vaso con agua mientras me veo en el
espejo. Yo también te amo respondo siempre.
***
-
¡Mamá!, ¡mamá! – grita Mónica, recibiéndome con un
enorme abrazo al llegar de la farmacéutica a casa, me ayuda con la bolsa y me
dice que me contará un secreto – sonriente me lleva al cuarto de estudio. –
¿sabes qué mami? – pregunta
-
¿qué mi amor? - respondo siguiéndole el juego
-
Al salir de la escuela mi papá me dijo la verdad
-
Que verdad mi vida
-
La verdad sobre lo que te pregunté esta mañana –
sonríe
-
Ah sí y que te
dijo tu padre – contesté mostrando una cara de sorpresa
-
Me dijo que las mujeres, ósea, tú y yo y otras mujeres,
no somos difíciles de entender
-
Eso dijo tu papá
-
Sí, y me dio la solución a esa pregunta.
-
¿Y cuál es esa solución? – inquirí
-
Me dijo: Mónica mi amor, a las mujeres no hay que
entenderlas, hay que amarlas.
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