Con el paso de las horas, los días y los meses, el
escaso sueño que cobijo se orilla en mis párpados como enormes crisálidas
colgantes, es una sensación que me cuestiona a cuenta gotas, horadando sobre la
frágil línea de cordura que habita en mi restregada conciencia. La verdad,
nunca imaginé hospedar este pensamiento inusitado poblando mi tórrido cerebro;
nunca repasé maquinar ideas tumultuosas acerca de las arcanas categorías que revisten
lo correcto de lo incorrecto, pero, mírenme aquí, sorbiendo una taza de café,
sonriendo como un adolescente indolente los comentarios pueriles de los
periódicos, engañándome lentamente con las noticias que mastico en la
televisión desde tempranas horas, sabiendo a ciencia cierta que soy presa de algo
que aún no logro comprender y mi entorno es un envoltura dispuesta a
desecharse.
Cada mañana al salir de casa arrastro un bloque
pesado en la espalda de camino al trabajo en el hospital, un crucifico, este alimento
diario de la duda inagotable en variaciones inimaginables que sofocan el
devenir de mis pensamientos. No es pretensión mía, demostrar rectitud ante las conductas
que observo a diario, las que los doctores las nominan como clínicamente desadaptativas
o fuera de la delgada línea de la
normalidad; no tengo la formación académica y vivencial que tienen los galenos
de la Unidad para poder anteponer en mi ignorancia un diagnóstico de tamaña
relevancia ya que la posición actual de encargado de cuidado y limpieza del
pabellón de enfermedades mentales de la Unidad de Psiquiatría del Hospital B. que
revisto no es digna de suficiencia.
No es mi competencia; lo mío es la limpieza de las
habitaciones, el fregado de los cubiertos y los pisos, el cambio de pañales y
el tendido de las camas de los pacientes que se encuentran en este predio.
No obstante, no hay necesidad de jerarquía o altos
estudios para conocer la borrascosa realidad de algunos sujetos que conforman y
en veces alegran el ambiente nada cadencioso de los amplios salones y
dormitorios de esta olvidada ala del hospital. Los psiquiatras y psicólogos
pasajeros los clasifican de psicóticos, esquizofrénicos, delirantes, maniacodepresivos,
entre los más denotados casos, como lo muestran las historias clínicas que ojeo
a hurtadillas a espaldas de los médicos, pero en mi sencillez prefiero
llamarlos amigos, buenos tipos, rarezas, auténticos,
genios o impenitentes, rechazando a ultranza aquella terminología de vulgo
y comercio que los catalogan de orates y locos.
En suma, esta faena mía conlleva una expectación
continua por la cerradura de la decadencia humana envuelta en la negra suerte, recaída en unos cuantos que saborean asqueados
las salobres penurias de ser seres maniatados en su fuero interno por anclas
indescifrables, presos en su desventura mental, que en búsqueda de soluciones
sin brújula, extreman su ira explosiva o miedo retráctil contra toda
reminiscencia o recuerdo vago presente a cada paso, sin importarles si es
cierta esta existencia que llevan o se abre una remota posibilidad de un nuevo
nacimiento a un mejor lugar donde puedan ser comprendidos
A diario tengo que conformar en complicidad de
enfermeros y médicos, la indócil cadena de sujeción y cautiverio que se tiene a
fuerza de costumbre dentro esta división. Se sabe que las enésimas visitas de
misiones extranjeras de salud y del gobierno prohibieron taxativamente el uso
de la fuerza y todo tipo de vejaciones en los métodos de tratamiento. No hay
mayor sordo que el que no quiere oír dijo una vez el Jefe Médico, mientras
levantaba las boletas de sueldo y las deudas impagas y tardías de servicios y
alimentos de la Unidad a todos los trabajadores; entendimos el significado y
seguimos con el método que reducía costos y fuerza de trabajo, basado en
cocteles de píldoras coloridas, duchas de agua fría y camisolas de fuerza,
ampliando en ocasiones el craso repertorio a golpizas mimetizadas e inyecciones
intravenosas y musculares para mantener dopados y extenuados a todos los
pacientes, mientras la música de Bach resuena exigua desde la oficina principal
de la jefatura médica.
Esta es mi fuente de trabajo, mediante la que asisto
y protejo a mi familia, cual mantengo a prudente distancia del conocimiento
pleno y exactitud de mis funciones en su interior, para no generar estruendos
clamorosos o falsas preocupaciones; me basta con llegar cansado, reponerme con
un vaso de cerveza mientras disfruto de los deportes en la televisión por la
noche, mi esposa me espera en la cama del dormitorio y su sonrisa frugal de
geisha ilumina mi rostro, un beso breve en los labios o un tenue abrazo
fraterno hasta la jornada consiguiente retornando a mi labor de empleado
silencioso desde tempranas horas, dejándola dormir a ella apacible, haciendo
caso omiso del ruido de mis pasos y el bramido de mi ronca respiración al tomar
la chaqueta y la bufanda y salir del dormitorio en tanto la brisa matutina que ingresa
con parsimonia
Cada jornada es distinta a la otra, una simple
revisión al cuaderno de novedades nocturnas ante la ausencia de los médicos, muestran
un catálogo de acciones ininterrumpidas que varían en peleas, gritos, camas
meadas, baños sucios y otros desaguisados, que en la escritura fina y esculpida
de los médicos las encumbren en nombres inverosímiles, desde manierismos,
maniobras inconsecuentes de fuga, asaltos de ira, coprofagia, enuresis, ataques
hipocondríacos, delirios, a
demostraciones escasamente pudendas del cuerpo humano al personal custodio
entre tantos; es gracioso ver a las enfermeras y cuidadores espetar improperios
sobre el comportamiento de algunos pacientes que rayan de los gracioso a lo
escatológico.
En ocasiones es difícil llevar el recuerdo del
trabajo a casa, o viceversa. Tener una espina clavada por un falsete de
discusión marital, un desayuno desabrido que debe consumirse sin chistar, el
pago retrasado de la luz y el gas, o los celos sin fundamento con las
compañeras de trabajo, entre las más denodadas por mi pareja. Es lógico que
ella frecuente en el atisbo de trifulca y la cavilación continua que decanta en
los celos infundados, sabiendo que la amo demasiado, y que no la dejaría por
otra mujer y menos una de carácter disoluta o avispada, en conocimiento de las
dificultades que descubrimos con el trajín del tiempo y del matrimonio, o para
mayor aclaración, los impedimentos que descubrimos al entablar una relación de
cohabitación y tolerancia entre criterios dispares desde el uso de la pasta de
dientes a la forma de planchado de las camisas. Ella es chef, yo encargado de
limpieza.
Necio seria no reconocer que me siento feliz al
tener un trabajo de esta raigambre, en el que el velo de lo cierto e incierto
se desplaza como un caricia delicada en el rostro de los pacientes, o como yo
los llamo amigos, buenos tipos, rarezas, auténticos, genios o impenitentes, en
el que me convocan a ingresar en su mundo, el cual me pregunto con reiteración:
¿será ese el verdadero sistema al que pertenecemos todos los hombres o la
realidad es la que atraviesa a los ojos de estos seres humanos llamados
enfermos mentales?, en mi desencuentro mental prefiero dejarme llevar por las ondas
que irradian las torrentosas palabras y balbuceos que se escuchan en las salas y
corredores del lugar y proseguir mano en la escoba o el paño sucio y brindarme
a mis faenas, cercado en la soltura de los movimientos discordes de las batas
blancas en mi derredor.
***
Cierta ocasión en una mañana lluviosa de noviembre,
haciendo patente la antigua creencia que un día nublado trae al mal envuelto en
una nube de parcos aditamentos, arribó una extraña mujer a la Unidad, escoltada
por dos hercúleos enfermeros del hospital más una nota judicial de traslado
inmediato a este lugar, era una mujer pequeña y regordeta, de tez morena con el
cabello opaco y despabilado, se percibía el efecto de los sedantes en ella, así
como el uso de la violencia manifestada
en las marcas ungulares visibles en los brazos y hombros y la disposición a
rastras en la cual la trasportaban los enormes enfermeros.
Fue ingresada a ojos vista de la enfermera titular de
turno, quien en su labor primaria informó al Jefe Médico para su recepción y
posterior examen de ingreso que fue ejecutado de manera celera y con todos los
requerimientos del caso, siguiendo el procedimiento normal, sin observación de
relevancia o dificultades halladas en el transcurso de la bienvenida de la
nueva paciente o amiga o buena tipa o como quiera llamársele.
De forma seguida al procedimiento de aplicación
correspondiente, fui llamado por la enfermera de turno por el ausentismo de los
cuidadores para dirigir a la nueva paciente al cuarto de aislamiento y
recuperación, y así pueda ella habituarse de a poco al lugar, que sería su
hogar por un tiempo prolongado.
En aquel corto período observé ciertas
características en esa mujer que me alertaron con suprema atención y que aún
hoy son motivo de despertares febriles en las noches o son enhebradas en
acuciantes ideas que en estos días son reiterativas, atormentándome en un mar
de dudas en las ocasiones menos esperadas.
No constituía la primera mujer ni sería la última
que ingresara a este deprimente lugar, sin embargo, la pequeña dama regordeta, desligándole
el estado narcótico en el que se encontraba por la influencia de las drogas
inoculadas, iluminaba un aura esperanzadora en su cariz y humanidad, portaba en
sus ojos descoloridos los calcados signos de una vida dura y desgarrada, las cuencas
desgastadas por el tiempo y la experiencia a pesar de su corta edad, que días
más tarde aprecié a ocultas en su historial de recepción, con registro anónimo
y el pseudónimo de “Blanca”, demostraba un largo derrotero de suplicios y
decepciones, sin embargo, un haz de luz brillaba en sus encandiladas pupilas
como aquel brillo lejano de los chaqueos de las noches invernales que llagan
las montañas que abrazan la ciudad
La primera semana de su estancia, la mujer
deambulaba pasivamente los corredores y el salón de estadía del pabellón, la
observaba de lejos con sigilo, con la salvedad de la precaución de no ser
descubierto, o ser tomado como un atolondrado, tanto por el personal de
trabajo, como por la misma dama secreta que penetró en los umbrales de la
insania según los psiquíatras del centro, la veía sonreír al momento de recibir
los alimentos, agradeciendo la ración que se le dotaba con ese mohín infantil
que diseñan los niños ante un premio o una golosina en sus manos.
El historial médico confirmaba que la mujer de
nombre desconocido y para efectos administrativos denominada Blanca, indocumentada
en papeles, con un registro sanitario de ser una paciente de aproximadamente 25
años quien padecía de episodios alucinatorios y delirios persecutorios con una
impronta de ingresar en un etapa esquizofrénica; la verdad no entendía aquella
ensalada lingüística, pero, el encargado de elaboración de esta diagnosis recomendaba
elevada precaución y cuidado con la mujer tanto en el aspecto conductual, como el
emocional. En mi corto entendimiento consideré
este diagnóstico demasiado ostentoso, contradictorio con lo que observaba a
diario.
Los turnos nocturnos asignados a mi persona
semanalmente, la llevaba del brazo a ver la televisión, le encantaba observar películas
infantiles y oír canciones románticas antiquísimas, parecía una chiquilla
enamorada, en silencio acariciaba los muros descascarados, ocasionalmente tarareaba
tenue y en bajísima vos piezas inconexas que solo ella entendía y a nuestro
parecer era su único lenguaje, no teníamos dificultades con Blanca, ni los
enfermeros, y menos yo un simple encargado de limpieza, sentía paz al estar a su lado y muchas
oportunidades alegraba las extenuantes jornadas que se desataban dentro estas ófricas
habitaciones
Una tarde al morir el día, el cielo y el crepúsculo
imponente a lo lejos me invitaban a fumar un cigarrillo a escondidas en el patio
de la Unidad, me encontraba acodado en uno de los ventanales que fijan la parte
posterior del pabellón, fumaba en bocanadas prolongadas y miraba un punto fijo
a lontananza, sentí irrumpir un aura magnificente trascendiendo a mi alrededor,
entreví cómo la mujer enigmática se apostaba a mi lado, por lo cual intenté
apagar el cigarrillo, no obstante, en un ademan me afirmaba que era innecesario
realizar ese acto, que no le molestaba en absoluto y que ella quería estar en
aquel lugar junto a mí por un momento.
El salón empezaba a desocuparse, los amigos o bueno
tipos o como quiera llamársele desalojaban la sala en dirección al comedor para
servirse la cena y el personal de trabajo comenzaba a prepararse para retornar
con sus familias a sus hogares después de una agotadora jornada laboral. Decidí
quedarme unos minutos más mientras ella sonreía y suspiraba al verme inmóvil
ante la migración de todos los trabajadores.
Noté que observaba que el ambiente quedaba
desalojado en su totalidad salvo nosotros, e inesperadamente de aquellos
pequeños labios de la dama irrumpieron palabras entre un tono dulzón y apagado:
- ¿Alguna vez te preguntaste cuál es el mayor dolor
de una persona?
- ¿Perdón? -respondí entre azorado y temeroso, aquella
mujer podía hablar con coherencia y estas primeras palabras sueltas por sus
labios me sonaron categóricos dejándome pétreo en mi posterior contestación
- Te pregunté ¿a qué consideras el mayor mal para
una persona? – reiteró, mirándome fijamente, esperando una inmediata réplica,
di una enorme bocanada al cigarrillo y contesté
- Bueno, creo que el mayor dolor de una persona es
la pérdida de un ser querido como un familiar fallecido, un perro extraviado,
un amor no correspondido, tantas situaciones que tienen una fisonomía similar:
la ausencia de algo o alguien -respondí sintiéndome sagaz en mi respuesta,
reconviniendo a la mujer desconocida ¿Y
usted a que supone el mayor o los mayores males de las personas? - inquirí en
tanto la apreciaba exponer su mirada al suelo, mientras retiraba una basurita
con la punta de sus pies de una de las baldosas
- La libertad amigo mío, la libertad- contestó
sosegada. Imaginé que lo decía por la situación de reclusión forzosa en la que
se encontraba, sorprendentemente me aclaró que no se refería a la privación en
la que se hallaba y continuó con su pequeña explicación:
- No me refiero a la libertad que pueda tener un ave
fuera de la jaula que lo poseía como simple remedo de alegría, o la libertad
adquirida por un preso absuelto por el cumplimiento de su condena, amigo mío,
míreme, el casó mío es similar, nadie sabe por qué estoy aquí, ni yo misma recuerdo
el motivo, pero estoy contenta en este lugar, ¿sabes?, es mejor a aquellos
andurriales que habité o los escondrijos que tuve que pisar antes de llegar a
estos corredores, recuerdo calles desoladas, el estómago resonándome como un
anfibio encajetado; vienen a mi memoria imágenes difusas de niños harapientos y
descalzos, hombres cansados del trabajo de doce horas diarias y un vestido rojo
que llevaba los días de fiesta hecho girones por el viento, solo imágenes
borrosas por la niebla de la soledad y el olvido, opacadas por la indiferencia
y esa falta de libertad para dirigir la alegría como a uno le venga en gana,
sin que sea visto con buenos ojos por la crítica de los que no están aquí.
- No todos los que son están aquí… –interrumpí
socarronamente, y ella adelantándose dijo:
- Y tú crees que todos los que deambulamos acá ¿son
los que tenemos que estar? - refirió la mujer, quedándome un instante en
silencio sin más que decir, teniendo que sonreír en complicidad de aquellos
ojos ambarinos que pedían algo más que comprensión y correspondencia.
Sonreía mientras decía estas palabras, me sonaban estrambóticas,
palabras esquizofrénicas aparejadas con misterio encantador, no obstante, ¿qué
secreto escondían esos ojos cansinos, y sus primeras alocuciones escuchadas por
mis oídos? Decidí cortar la conversación, solicitándole que se dirija al
comedor, que la cena se enfriaba y los encargados del turno nocturno son
intolerantes con los internos que dejan lleno el plato de sopa y no quería que
le obligasen a comer a la fuerza o fuera sujeta a algún castigo corporal. Antes
que me respondiese la tome del brazo y la lleve al comedor.
Al salir de la Unidad, una fría sensación de estupor
se apodero de mis entrañas y mi cabeza, la gentil mirada y sonrisa de la
enigmática mujer se transformó en dudas ignotas, debía saber el motivo por el
cual se encontraba en este lugar y precisar las precauciones a tomar con ella y
su carismática personalidad. Al terminar la jornada de trabajo como todos los
días, dejaba la ropa de limpieza en el casillero, sacaba de una mochila un
jersey para protegerme del frío, tomaba el autobús y a casa, donde se repetía
la rutina, el saludo, la frugal cena, alguna conversación medida, el televisión
encendido unos minutos y a la cama, no obstante, un episodio curioso ocurrió,
al despuntar el aurora, fui el primero en despertarme, mi reloj circadiano me puso
en píe a las 6 de la mañana, pero aquella alborada, despierto y parado en el
cuarto, percibí un brillo que provenía debajo la cómoda donde mi mujer y yo
acostumbramos dejar las pequeñas cosas que portamos: ella su cartera y yo mi
mochila de mano, me agaché para ver qué era aquel objeto luminoso; debajo del
mueble una estilográfica Parker bañada en oro se posaba como tesoro
desenterrado, quise levantar a mi esposa y preguntarle al respecto, pero ella
estaba profundamente dormida; a diferencia mía, ella puede dormir unas horas
más, por el horario en el trabajo que lleva, decidí no molestarla, al retorno
del hospital preguntaría con tranquilidad; miraba el bolígrafo, era magnífico
como aquellos que llevan los magnates o grandes empresarios, ¿se habría caído
de la cartera de mi mujer o es que yo lo transportaba en mi mochila? no lo
sabía con certidumbre.
***
Al salir de casa, la fría mañana vislumbraba a varios individuos con premura y sigilo en las
primeras horas de la jornada, los gorros de lana y las chamarras de cuero y
pana protegiéndoles el ingreso de las gélidas brisas en sus cuerpos, el sonido
de los primeros cláxones de los automóviles atormentaban mis pensamientos, que
entre la llegada puntual al trabajo y el rumiar martirizante de descubrir al
dador del objeto de desconocida procedencia en mí dormitorio, me agobiaba,
sabía más que nadie que en el corriente
del lapso de dos años que llevó de casado, nadie puso un pie en la pieza
matrimonial que habitamos mi pareja y yo, nuestro santuario privado estaba
vetado para otros sujetos, negando la entrada a esa alcoba hasta a los suegros, hermanos políticos y demás parientes
de línea directa o por afinidad.
Pensaba al marcar el sellado biométrico de entrada
al ala del hospital, que tal vez por fruto de la coincidencia o descuido, tomé
prestado aquel bolígrafo de dorada catadura de alguno de los médicos, porque si
más no recuerdo, nunca tuve la posibilidad ni el dinero suficiente para
adquirir un adminiculo de esta envergadura; cavilaba que en la labor de chef de
cocina, oficio que revestía mi actual esposa, no existía necesidad alguna de
comprar una esferográfica de monto tan elevado, por lo cual descarté la probable
adquisición de parte de mi mujer, que al encontrarse adormilada como todos los
días en el que tuve que salir a primera hora de la mañana, me retiré dejándola
en cama.
Pensaba: al llegar a casa preguntaré sobre aquel
bolígrafo o intentaría averiguar cómo llegó al cuarto y en especial por qué se
encontraba bajo la cómoda de la habitación, dejando entre paréntesis la probabilidad
de pertenecer a uno de los médicos o licenciados del hospital; con una pequeña
sonrisa picaresca dibujada en mi rostro, pensaba para mis adentros: tal vez
vengo adquiriendo eso que llaman cleptomanía aquí los doctores, espero que no
sea contagioso - reía inconscientemente-, mientras me acercaba al médico
psiquiatra de turno quien sería el primer interrogado sobre aquel bolígrafo de
la discordia que acometía en mi mente y mi rutina diaria:
- Buenos días doctor, como pasó la noche- interrumpí
al doctor que se encontraba de espaldas
- Buenos días, como estas, y que te puedo decir, lo
de siempre, los quejidos del anciano de la cama 12, los incontinencias
urinarias de las camas 22 y 23 y las moscas que señala que sobrevuelan sobre la
cabeza del 30 -sonríe- pobre muchacho, me imagino que debe ser duro tener que
soportar esa vida que arrastra, que en la abstinencia obligatoria que tiene que
vivir aquí adentro por falta de insumos, de paso, tiene que lidiar contra
aquellos fantasmas de su cabeza que disfrazados de insectos atormentan al pobre
chico.
- Si doctor es una pena, pero bueno creo que ellos
están aquí para solicitar ayuda y considero que sujetos nobles como usted y
demás profesionales del hospital llegan a prestar esa ayuda que vienen demandando
los pacientes o sus familiares – contesté en tono de confianza a pesar de mi
status de simple empleado de limpieza; conocía a aquel médico joven, recién
llegado hace unos meses, con un aura de humanitarismo en el rostro y ganas de adquirir
mayores conocimientos día a día. Pregunté por la situación del pabellón de
mujeres- ¿doctor y en el otro lado?
- Que te puedo contar, en el pabellón de mujeres
denoto una tranquilidad que hace meses no lo percibía, hasta hace unas semanas era
un común denominador los arranques agresivos de las pacientes, en especial la
de la cama 24, y los gritos de las mujeres de las camas 26 y 27, lo cual creaba
un olla de grillos en esa Unidad, y siento algo extraño al ver a la mujer
recién llegada de la cama 25, ya son casi dos semanas que está aquí, te comento
en confianza que el diagnóstico que tiene esa mujer no me parece acorde con su
situación, me hace recuerdo de una anécdota que un colega me conto en unos
cursos de farmacoterapia hace un meses.
- Que anécdota doctor, si no es molestia quisiera
escucharla- dije, abriendo lo ojos como un niño en espera de ser reprendido o ser
premiado
- Sabes, antes en esta ciudad la situación de estas
pobres personas a cuales las denominamos como enfermos mentales, era totalmente
inhumana y escandalosamente atroz, la historia del tratamiento de los personas
insanas mentalmente demostraba el uso de métodos aberrantes desde el empleo de
abluciones de agua fría, encadenamientos, uso de enemas, cataplasmas y choques
eléctricos, no se tenía un manual que pueda posibilitar la clasificación de las
distintas patologías, y a su vez emplear distintas formas de atención en los
cuadros clínicos particulares, todos o en gran mayoría tenían el mismo
sanguinario tratamiento, diagnosticando a ojo de buen cubero con categorías
generales que deparaban en aquel epíteto que aún se mantiene fuera de estas paredes.
La locura. Lo cual ahora linda en la ignorancia y el prejuicio – explicaba el
doctor mientras observaba su reloj de pulsera de reojo.
Sabes la mujer de la cama 25 tiene un diagnóstico
rimbombante que no es necesario que lo sepas (a pesar que lo sabía) pero antes
seguramente a este actual resultado, tenía otro y seguramente cuando era
adolescente ingresando a la juventud la remitieron con otro cuadro clínico, y
quien sabe como dicen los teóricos de la psicología, la probable presencia de
un trastorno de ansiedad por separación generó en otra patología, y ahora la
duda general de los médicos y psiquiatras es en dónde catalogamos a esta mujer,
en la normalidad o anormalidad, es sencillamente
ella una mujer sana mentalmente y tendría la potestad de salir de esta
asfixiante atmosfera de hospital y vagar en las calles en su pobreza y soledad
o debe remedías su solipsismo encadena a las murallas invisibles que la
sociedad dominante impone.
Olvidaba lo más importante, la anécdota, discúlpame,
antes en aquellos tiempos de dureza de tratamiento cruel y execrable había un enfermo
mental, el cual siempre se encontraba sentado en una banqueta de la casa de
asistencia, el joven miraba al horizonte y sonreía sin importar lo que pasaba a
su alrededor, un día el máximo mecenas de la casa de asistencia, se encontraba
de visita en el lugar, y paseando de la mano del director encargado, preguntó
al mirar al sujeto circunspecto, ¿qué tiene aquel hombre? preguntó, el director
respondió: ese hombre tiene idiotismo. Pasaron los años y aquel hombre
adinerado que era el financiador principal del lugar, después de un prolongado lapso
de tiempo retornó a la casa de asistencia para una nueva visita, habrían pasado
alrededor de diez años, ya existía un nuevo plantel de trabajo y nuevos
beneficiarios, hasta un nuevo director fue designado quien acompañando al
mecenas del panóptico, caminaban por el establecimiento, el millonario hombre quedó
admirado al observar al mismo hombre sentado en la misma banqueta del mismo
lugar del predio, con los trajes raídos, y un atisbo de canas en el cabello,
preguntó esta vez al nuevo director: y este sujeto ¿qué diagnóstico tiene?
preguntó; el nuevo director respondió: melancolía señor, melancolía. Al salir el
mecenas del hogar despidiéndose de todos los funcionarios de la casa de
asistencia, subió a su coche particular y pensó: ¿qué es lo que estoy haciendo
al financiar este lugar?, veo que las cosas
están funcionando de forma inadecuada, aquel sujeto que vi esta tarde,
hace diez años estaba catalogado como idiota, hoy tiene melancolía, sin embargo
nada ha cambiado, sigue en el mismo lugar, con el mismo rostro perdido y el
tiempo perdido, es un idiota melancólico que no tiene ayuda, solo nominaciones,
rótulos y calificativos.
Al día
siguiente aquel mecenas dejó de prestar ayuda económica a ese hogar, y muchos
de los enfermos mentales quedaron en la calle o retornaron con su familia,
quizás muchos de ellos encontraron un mejor trato en sus núcleos familiares y
otros encontraron la desgracia en su infinita soledad e indefensión, sin
embargo sabes, al ver a la mujer de la cama 25, me preguntó si ella realmente
está bien aquí, si es feliz como sus ojos risueños lo manifiestan; para mi ella
es otra idiota melancólica, es otra mujer desdichada e infeliz que la
circunstancias de la vida la trajeron a este horrido destino – respondió el
doctor mientras finalizaba su perorata, despidiéndose apurado, se retiró del pasillo
del pabellón prolongando su saludo con una sonrisa en el rostro cansado que
traía por la falta de sueño, en sumo, debido a la vigilia que mantuvo en su
turno nocturno.
El corto relato del médico psiquiatra me dejó con un
amargo sabor de boca, aquella mujer, amiga, buena tipa o como quiera
llamársele, al igual que la idea del joven doctor, se inscribía dentro mis
esquemas mentales de forma profunda; la mujer de la cama 25 no solo constituía
para mí en un enigma de difícil tesitura, una interrogante con cabello largo y
opaco, aquella mujer constituía en nuestra idiota melancólica del pabellón de
psiquiatría del hospital B. disentía sobre la situación de bienestar dentro
este lugar de parte de la dama, no obstante, llegué a preguntarme sobre sus
comentarios dados días atrás sobre su pasado, el estado de orfandad y
desamparo, este lugar es un mejor lugar para vivir como me comentó en aquella
oportunidad en sus explicaciones, o la amada libertad no tiene como asidero lo
material y lo afectivo, sus afirmaciones lindaban en el intríngulis. Nuevamente
las dudas emergían en mi cabeza enmarañándome en un ovillo de admonitorias
preguntas, esta vez expresé mi necesidad de escapar de estas ideas inconexas
-Es justo y necesario -dije- proseguiré en mis
indagaciones sobre el Parker bañado en oro, diantres, tanta palabrería y olvide
preguntar sobre el bolígrafo supuestamente extraviado al doctor. Que tonto soy.
***
Al salir del trabajo, con los guantes puestos y el
gorro de lana molestándome las orejas, tenía en mente diversas conjeturas dadas
por los interrogados a lo largo del día sobre el asunto: Bolígrafo PARKER
1.- Aquel Bolígrafo no fue objeto de sustracción
inconsciente, como pensé, al parecer todos los médicos y personal jerárquico de
la institución, porta y cuida su estilográfica con meticulosidad
2.- Es inaudito sacar conjeturas anticipadas, sin
preguntar a la persona más cercana a los hechos (mi mujer), por lo cual, al
llegar al departamento, conseguiré datos elementales y en su defecto, tajantes
para una lógica conclusión
3.- Odiaría creer que algún extraño sabandija acecha
mi dormitorio, sin duda esta hipótesis tiene un sesgo particular que no debería
estar presente. Sin embargo, lo está, es de necesidad urgente hablar con mi
esposa.
Llegando a casa, la rutina habitual se consagraba,
en la cena, a modo de conversación indiqué a mi esposa, que me pareció extraño
encontrar un bolígrafo bañado en oro en el dormitorio. Mostré la esferográfica,
interrogué si ella había adquirido dicho adminiculo, ya que no me pertenecía y
sobre todo el valor de este objeto superaba en crecer el salario que percibía y
no tenía necesidad de este gasto absurdo y abrumador. Me pidió el bolígrafo, lo
apreció detenidamente, sorprendida de su belleza, peso y catadura, contestó con
una mueca de admiración que no sabía en absoluto de la rara aparición en la
alcoba de este objeto, ya que sencillamente en la cocina donde trabaja nadie
podría manejar este tipo de lapiceros, más me indicó que esto podría ser una
jugarreta de los pacientes que en su cercanía pusieron este bolígrafo hurtado
en uno de los bolsillos del mandil de
trabajo o en alguna parte de mi pantalón, en un principio no le hallé el
sentido, los enfermos mentales del pabellón en su mayoría caminan en camisones
o pijamas o ropa suelta, a menos que uno de ellos lo haya extraído de uno de
los médicos.
Veía el bolígrafo sosteniéndolo en las manos, no
sabía a donde recurrir ¿hacer un llamado en el ala del hospital por el
megáfono?, ¿quedármelo?, ¿venderlo?, me fastidiaba esta coincidencia, decidí
tomarlo con calma, y mantener el bolígrafo guardado en la cajuela de la mesita
de luz, con el atento conocimiento de mi esposa que se mantendría ahí el bolígrafo
hasta que aparezca el dueño o al menos hasta que pasé un tiempo prudencial para
poder venderlo en el montepío y ganarnos unos pesos que mucha falta nos hacía
en esos álgidos meses. Terminamos de comer y estaba cansado, vi la televisión y
me dirigí a la cama a dormir.
Al día siguiente me tocaba la limpieza en el área de
mujeres, alistaba mis instrumentos de faena: los trapeadores, tartanes, botas,
lavandina; de mañana, saludé a las enfermeras y los doctores que llegaban al
pabellón, las pacientes, caminaban alegres en dirección al comedor para
servirse el desayuno, así aprovechaba ese tiempo para limpiar sus dormitorios,
ya que ellas habían tendido sus camas como cada día, pero era mi obligación
desinfectar esos ambientes.
Barría las baldosas
y me disponía a mojar los trapos en la lavandina para el fregado del piso, me
agaché para escurrir el paño, y una voz me interrumpió:
- ¿Te agradó el regalo? – dijo. Era Blanca, la mujer
de aurea incandescente
- ¿Cuál regalo? – respondí impertérrito
- Esa pequeña pieza dorada para que puedas escribir
lo que pienso contarte – contestó esbozándome una sonrisa
- ¿El bolígrafo Parker? – dije
- Efectivamente – dijo ella
- Pero de donde sacaste esa punta bola, no puedo
aceptártelo, más aún estuve preocupado, preguntándome porqué apareció ese
bolígrafo en mi poder y de qué formas tan extrañas llegó a mi casa, ¿cómo
hiciste para que yo lo poseyera?
- Tranquilízate –me contestó, no busques matas en la
simpleza, muchos misterios deben quedar bajo la superficie,
no lo olvides; además ese presente tiene una misión y tu serás el delegado de su
cumplimiento ya que noto que eres un hombre meditabundo y circunspecto – me
afirmó en tono autoritario - así mismo, no creas que esa pieza en oro es robada,
es parte de mis pertenecías y quería entregártelo. Usted es una buena persona
sabe, y sé que contaré con su ayuda para esta última empresa que pienso
realizar antes de dejar estos ambientes, así que usted debe escuchar mi
testimonio y transcribirla con el bolígrafo que tiene en su poder,
posteriormente puedes hacer uso del Parker como usted desee ya sea como una mercancía
de cambio o un obsequio de valor incalculable.
No entendía nada, me limitaba a mirarla
-Mira –dijo- esta tarde quiero que me acompañes en
el patio y tendremos una conversación larga ¿te parece?, así que te aconsejaría
que finalices tus menesteres con premura, vayas a tu hogar a almorzar y
regreses con la estilográfica dorada para tomar nota de lo que voy a contarte –al
finalizar su perorata, intenté contestarle, no obstante ella ya se había dado
vuelta llevando sus pasos con dirección al comedor, estaba confundido, conocía
el origen del bolígrafo dorado, pero, ¿qué me contaría la mujer?, ¿por qué yo
era el elegido por ella para redactar aquel secreto testimonio?, ¿era una más
de las locuras que percibía en estos pasillos?, ¿una jugarreta de una esquizofrénica?,
muchas conjeturas abordaban mi cerebro, sin embargo, la curiosidad era más
grande y atractiva, por lo cual decidí darle énfasis a la limpieza y terminar
con prestancia y rapidez las faenas programadas, así tendría tiempo de cuidar y
escuchar atentamente a la mujer misteriosa en la tarde.
Fui a casa, mi esposa empezaría tarde esta jornada en
el restaurante así que podríamos almorzar juntos, al ingresar en la habitación
que compartimos, sin aspavientos, tomé el bolígrafo y lo guardé en la mochila,
me serví la comida con rapidez so pretexto de un requerimiento de limpieza de
almacenes para las horas verpertinas, la cual debía ejecutarla lo más antes
posible, salí de casa como una liebre de su madriguera, al regresar al trabajo,
los pacientes se hallaban retirándose del comedor para tomar la siesta en sus
dormitorios o hacer digestión en el patio, aún me faltaba limpiar el comedor y fumigar
las plantas de la Unidad, el Director Médico no se daría cuenta de la poda y falta
de aseo en las rosas, así que sería el espacio apto que aprovecharía para quedar
a solas con Blanca entre todos los residentes, ya lo tenía todo medido, solo
quedaba terminar con el comedor y esperarla en el patio para tomar nota de lo
que tendría que contarme
***
Esperaba en el patio. Por si un acaso, tenía a mi
lado el fumigador y estaba cerca a los rosales para recrear la estratagema de
estar trabajando en ellas, así los demás colaboradores no se darían cuenta de
mi interés por la paciente y mi cercanía recurrente que se encontraba prohibida
según reglamento, en virtud a malas experiencias pasadas donde los pacientes
utilizaban a los empleados como un trampolín para hacer de las suyas y poner en
práctica sus aberrantes ideaciones que confabulan dentro sus inoficiosas mentes
y no eran de provecho para su recuperación. La vi venir donde me ubicaba, dijo:
- Espero no haber tardado demasiado para nuestro
encuentro
- No, de ninguna manera – respondí – más aun, no sé qué
deseas contarme, y bueno para seguirte el juego traje una libreta y el bolígrafo
que apareció en mi cuarto – mostré los elementos a la mujer
- No es ningún juego lo que te voy a informar –
contestó – y el que tengas ese bolígrafo de oro tiene su fin, porque ese
adminículo que tienes en tu mano es un objeto celestial, su procedencia está
fuera de tu entendimiento – acotó con ínfulas de desquiciamiento.
Preferí callarme, observaba como se sentaba en el
pretil cerca de las rosas y mirando el horizonte con la mirada extendida en un
punto a la lejanía comenzó a manifestarme el siguiente relato, los médicos de
la Unidad recomendaban que en muchas casos con los pacientes que sufren un
deterioro cognitivo a consecuencia de sus trastornos mentales, es mejor
seguirles la corriente, escucharlos con atención, a pesar del contenido de su discurso,
de entrada entreví que la dama misteriosa: Blanca estaba completamente
extraviada, su enajenación mental sobresalía en marejada cuando me revelaba lo
siguiente:
- Sabes una cosa, yo soy un ángel. No quiero que lo
tomes a mal – explicaba – soy un ser que no pertenece a este mundo terreno, y
pocos individuos se dan cuenta de mi condición.
- Interesante – respondí, con una mirada de interés,
no quería que Blanca se sintiese aludida por mentirosa
- Así es como te lo dije, y quiero que escribas en
esa pequeña libreta esto que te voy a comentar.
- claro con gusto, no hay ningún problema – plantee.
- anota –dijo
Comencé a escribir el siguiente tenor:
CARTA DE CONFESIÓN DE UN ANGEL
Confieso que soy un ángel y mi
misión esta cumplida.
No pretendo ingresar en detalles,
el Altísimo es el único competente para saberlo. Sin embargo, gracias al
concurso de una mano amiga (quien transcribe esta misiva) quiero hacer conocer
a la humanidad en pleno, el cariz de mi presencia en este mundo.
Tiempo atrás, en los dominios del
Señor, donde los sentidos no tienen fuero y las virtudes son la moneda de
cambio en los celestiales terrenos, fui encargado de socorrer a un ser humano
en particular. Bajé desde los altos predios inconmensurables para asistir a una
noble alma, quien, a juicios del entendimiento humano vivía en un martirio.
Presencié de forma directa las desventuras de esta alma errabunda, quien jamás
conoció la felicidad, de niña fue sacada de su terruño y de los brazos de sus
padres; fue vendida como animal de carga a una familia hacendada donde cumplía
los roles de niñera y servicios en la cocina, no conoció días de descanso y de
guarda, ni religión, ni privilegio alguno.
Con el pasar de los años el
cuerpo de esta niña se convertía en el de una mujer, el patrón dejó de mirarla
con ojos de inquina, y el morbo le embargaba; acechaba su minúsculo espacio que
le acogía como aposento comenzando a instigarla, aprovechando su estado de
indefensión y el amparo de las noches para violarla y luego golpearla sin reclamo
alguno de los demás habitantes de la casona.
Escapó de ese primero martirió,
se retiró en penurias a la ciudad pasando hambre y frío, sorteando mil y un
peripecias, comió de la basura, compartió calor con vagabundos que a cambio de
lo que escapaba en la casa del patrón, los indigentes le lanzaban un mendrugo o
una cobija, quería huir, renunciar a esta vida, las mujeres de la calle, le
aconsejaron que vendiese su cuerpo, un baño en el rio y una ropa bonita eran
suficientes para obtener dinero en las noches, no le quedaba otra, extrajo unos
vestidos ajenos y se incorporó a las sombras de la calles, muchos hombres
buscan la satisfacción a bajo costo y la ignorancia de la joven mujer hacía que
ofrezca su cuerpo a precios íngrimos, no tenía amigos, no tenía familia, no
sabía leer, ni escribir, hasta que una noche esperando en las sombras de una
esquina un sujeto ataviado en una largo gabán pidió sus servicios, ella,
acostumbrada, le señalo el precio y el lugar de consumación, a unos pasos un
mullido alojamiento que en actuada complicidad los esperaba.
Ella, en el sucio cuarto,
mecánicamente comenzaba a desnudarse, pero aquel extraño hombre le solicitó que
no lo hiciera, más aun, sacó de su oscuro gaban una bolsa con comida y un
libro: la biblia. Se acerco lentamente, la miró a los ojos y le dijo que ella
era una hija del Señor y su alma debía volver al redil, aquel hombre salió de
la pieza, la mujer, que no sabía leer y escribir, quedó impacta de este
encuentro, salió del lugar con la bolsa de comida que se la devoro con fruición
en la cucha donde se guarecía.
La mujer sentía necesidad de
conocer el contenido de aquel libro, su falta de amistad con otras mujeres, era
el problema, pero, en su reducido diálogo, solicitó a otra mujer de la noche
que sabía leer y escribir le contase un poco de este pequeño libro, la otra
dama sorprendida le afirmó que era una biblia, donde se encontraba la palabra
del Señor, le habló de Jesucristo y los mandamientos en la tierra, del Nuevo y
el Viejo Testamento del Apocalipsis; la chica del campo la veía arrobada, sobre
todo cuando escuchó hablar sobre nosotros los ángeles, le sorprendió
sobremanera escuchar sobre aquellos seres celestiales, ataviados en alba pureza,
diseñados con alas, espadas y aureolas; su interés la llevaba a suponer un
encuentro con estos seres ultraterrenos, su imaginación desbordaba, sin embargo,
cuando el estómago chillaba o el frio escampaba retornaba a su cruenta realidad.
Pasaron los meses y los años,
poco había cambiado en su vida, una noche un fiero hombre que la había
utilizado como un objeto de agresión salió de la pieza del alojamiento,
quedando ella desnuda y solitaria entre magulladuras y dolores, se miró en el
sucio espejo que se encontraba en la habitación: tenía un ojo en tinta y un
hilillo de sangre brotaba de una fosa nasal, la
pintura labial sobrepasaba la boca y los cabellos los tenía exaltados,
comenzó a sonreír, y perderse en la imagen, un sonrisa prorrumpía de sus
adentros con locura, sintió ver en la imagen el rostro de un ángel dijo,
comenzó a tocarse la espalda sintió que unas pequeñas protuberancias le salía
cerca a la escapula, su cuerpo advertía un color níveo y la sangre desaparecía.
Para ella el espejo reflejaba la
presencia de un ángel, cautivada en su belleza y perfección, decidió salir a la
calle como se encontraba y así la gente que se apostaba a su lado la vería en
todo su esplendor, salió del cuarto, bajó las escaleras, pasó por el pasillo
para salir a la puerta del alojamiento, el encargado de la inmunda posada
miraba como aquella mujer salía a la calle totalmente desnuda y golpeada con
una sonrisa siniestra en los labios, pasaba por el dintel de la puerta y los
noctámbulos sorprendidos veían a este ser marchito y maltrato exaltar su risa,
camina como un ente la calles frías, muchos espectadores reían, otros estaban
horrorizados, en cambio dentro de ella, se creía un ángel en toda su
magnificencia.
Al día siguiente ese ángel que
soy yo el que relata esta misiva despertó en un centro similar a este que hoy
me encuentro.
Desde aquella mañana que desperté
sujetada a una cama, supe que era un ángel, y mi misión en la tierra debería
ejecutarse, no ahondaré en detalle, sólo el Altísimo es competente de
conocerlo, muchos tiempo ha pasó desde este día, mantuve un diálogo fraterno
con otros seres encerrados, escuché acusaciones de un estado de peligrosidad latente
en mi contra, nunca supe el porqué, así mismo el porqué de mis constantes
cambios a pabellones que acrecentaban en hermetismo; hace pocas semanas decidieron
destinarme a este Hospital, y sentía en mi corazón que éste sería el corolario
de mi arribo a esta tierra, los ángeles también sentimos cansancio, por lo
cual, decidí regresar al cielo junto a nuestro Señor y a través de este carta,
quiero dar constancia de este hecho, tanto para no ser una molestia para el
plantel administrativo y médico, por lo cual agradezco el que me hayan recibido
a lo largo de los años y me hayan dejado ser ese ser celestial en la vida
terrena de los hombres.
P.D.: Para finalizar quiero
reiterar el cumplimiento de mi misión y la salvedad de ser juzgado como una
loca, sin embargo, es pertinaz reconocer que es mejor ser reconocida como un
ángel que como una loca.
Al finalizar su exposición, Blanca, levantó la
cabeza, sonreía mientras unas lágrimas pringaban sus mejillas, me miró a los
ojos, tomo mi mano, una descarga inefable se apodero de mi cuerpo, una música
celestial retumbaba en mis oídos, y una paz adormecedora me dejó en un estado
etéreo
Veía retirarse a Blanca del patio rumbo al pasillo,
estaba callada como presa de una droga, era algo desconcertante e inverosímil,
todo aquel relato, era el reflejo de su falta de cordura, no obstante, su
magnetismo no tenía explicación, al terminar la jornada, por los caprichos
sigilosos del destino no volví a verla y no sabía que debía hacer con la carta
y menos con el bolígrafo dorado, me retiré del Hospital para encontrarme con mi
esposa y contarle lo sucedido, grande fue mi sorpresa al llegar a mi hogar y percibir
que ella no estaba y no regresaría, un
mensaje de voz en la contestadora del teléfono fijo me decía que decidió
dejarme y fugarse con su compañero de trabajo. Estaba destruido, lloré toda la
noche, por esta confusión, por esta felonía. Fui sustituido por un chef
destructor de familias y ella lo había ocultado todo este tiempo o sencillamente fui un tonto poseído por mis
amargos pensamientos atarantados que no caí en cuenta de lo que ocurría a mi
alrededor, pero, eso no fue lo más trágico, ya que aquella jornada que se
trastornaba en interminable trajo consigo algo inaudito, llore toda la noche y desperté
ahogado en mis penas, la vida no te da tiempo de sufrir, debía regresar al trabajo,
me alisté como pude, salí a empellones porque acudía en tardanza. Al llegar al Hospital entre estertores de
cansancio, entraba al pabellón que en vilo componía un movimiento inusitado,
todos los trabajadores y pacientes se movían con en un hormiguero. Me acerqué
por el pasillo principal del Pabellón, mis oídos comenzaron a escuchar la voz firme
del Jefe Médico proveniente del megáfono informando con enjundia a todo el
plantel sobre la extraña desaparición de la paciente de la cama 25 en la
jornada nocturna y la perentoria obligación de encontrarla, ya se habían
revisado las filmaciones de circuito cerrado y los testimonios de los
encargados del turno nocturno, había desaparecido como en un sortilegio.
Quedé petrificado en medio del pasillo y entrevía
como se acercaba como una tromba aquel joven psiquiatra que me contó aquella
historia del idiota melancólico, se acercaba sabiendo que la tarde pasada yo había
acompañado a la paciente desaparecida, no estaba preparado para responder sus
recriminaciones, solo atiné a sacar la carta de la mochila y el bolígrafo
dorado y entregárselos a sus manos. Me di la vuelta y salí en silenció de esa
casa de locos, buenos tipos, rarezas, auténticos, genios, impenitentes o como
quiera llamárseles, pensando sí esa era la misión que tanto hablaba aquella extraña
mujer regordeta
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