Es otoño y las cobrizas
hojas de arce alfombran el gélido suelo de este amanecer cansino.
Los famélicos
caballos reventados por el agotamiento, tuvieron que ser sacrificados por mi
cuchillo cobarde que ensangrentado reposa en
las alforjas que llevo con dolor en un rictus pensativo. Ya son varios soles y lunas que
cargamos la saudade de esta caminata sin retorno, ahuyentados de nuestro
terruño como a lobos de sus cuevas, como
a pájaros de sus nidos, y sin embargo ella tan serena que en su agrio silencio y sumisión amamanta al
crío que engendramos sin pensar que será de él, tan pequeño e inerme, tan
frágil y hermoso. El último de nuestra tribu.
El cielo azulino
ingresa en nuestra cúspide, inabarcable bóveda añil que nos recubre, sé que a
una distancia prudente hay pupilas salvajes que atestiguan nuestros aletargados pasos,
bestias temerosas que husmean nuestro miedo escondidos en la maleza, en las
sombras de los arbustos, escabulléndose de nuestro enemigo común y tal vez
pletóricos de angustia al considerar nuestros pasos confusos las de los hombres
barbados revestidos en hierro.
La naturaleza es
sabia, reconoce a sus hijos legítimos y los protege en sus amplias entrañas.
Los recubre con las hojas de los árboles que proporcionan el follaje del
anonimato, los evanesce con los sonidos
ásperos del alce, el graznar de los cuervos y el viento fulguroso que en
armonía confunden nuestros cetrinos cuerpos con el marrón manto
de las montañas y el verdor de los
ateridos bosques.
No llores hijo mío
que tu padre te llevara a un nuevo lugar redentor, a un nuevo mundo donde no verás nunca lo que tu madre silente y tu insensato
padre observaron, no tendrás la desdicha de ver a tus hermanos morir por el
ominoso adventicio, no verás el crepitar del fuego maldito deshaciendo nuestro
hogar y sacrificio, y sobre todo, no verás a tus padres morir como perros despedazados sin resistencia a causa de
un objeto extraño que retumba como el trueno y lanza metales de sus fauces
Insensato fui al
creer que aquellos hombres apeados en tierra firme por gigantescas canoas,
calados en metálicas vestiduras, rostros duros tatuados por el sol, con fieras aullantes
como lobos y aquel magnífico animal el caballo, haya llegado en son de paz.
Con el águila como
testigo, recibimos a los hombres blancos con barbas obscuras, coloradas y
cimarronas con nuestros mejores atuendos con ofrendas y mansas tesituras, les
ofrecimos cobijo, la frescura de nuestras tranquilas aguas, el dulzón de la
carne del búfalo, la calidez de nuestras chozas y el trinar de las aves, pero
insensato fui en mi condición de patriarca, que aquel hombre que se arrodilla
ante estatuillas hechas en arcilla, ante maderos entrelazados llegase traído
por la luz del sol o empujado por la benevolencia del tiempo con un sano propósito.
Hijo mío más adelante
en esta vida comprenderás por que
tomamos esta asaltada determinación, por qué escabullimos como ratas
ante el miedo, por qué dejamos atrás la osamenta de nuestros antepasados, y no
dirigimos la mirada por sobre la espalda con el temor de morir atravesados por
las lágrimas y quejidos sorbidos en la garganta y no por la lanza engarzada en
nuestras tierras quemadas por el fuego y la desolación
Sabrás que hay un
mundo diferente, no como lo concebían los ojos de tus abuelos y los de tus
padres que insensatos creíamos que la grandeza del oso es idéntica a la
laboriosidad de la hormiga, que la imperturbabilidad de los secoyas no
transgrede la ostentación del abeto, que la fiereza del puma no limita la
fuerza inquebrantable de una madre como la que te ofrece de su insípido pecho
las últimas gotas de leche rebozada en
amor y fortaleza
Sabrás que detrás de
las aguas saladas que limitan a nuestras montañas y praderas usurpadas hay
seres ignominiosos que luchan por un trozo de carne como coyotes hambrientos de
sangre y de gozo, que el festejo no es
por el búfalo o ciervo caído para alimento del estómago de sus hijos, sino la
risa y el poder que es dar muerte al otro, sabrás que el valor no es el
aprendizaje del respeto a los ancianos o
a los animales, sino que el valor viene tallado en oro o plata y pavoneado en
piedras preciosas, sabrás que el ser humano es crédulo de su falsa superioridad
sabiendo que es el más insignificante de todos los seres vivos de este mundo.
Por esto y mucho más
hijo mío, que tus ojos apreciaran cuando tu madre y yo seamos polvo y
retornemos de donde vinimos la fértil madre tierra, en este aciago tormento en
que nos encontramos en las lóbregas cumbres cubiertas de nieve, en la tullidez de
nuestros cuerpos, en las llagas de nuestras heridas, en el perecer del día y la
profundidad incontenible de la noche solo transmitiré un consejo que la
naturaleza me dio día a día hijo mío y lo hará contigo:
Observa al águila y
manifiéstate como él, extiende el ala más allá de tus ojos y el horizonte.
Observa al oso y
manifiéstate como él, la fuerza no lo es todo sin la previsión y el ingenio
Observa el rio y bebe
de sus entrañas, brota jadeante en un
manantial de sabiduría como un niño recién nacido y desemboca silencioso en la
gigantesca pleamar de la madurez
Presta atención a la más pequeña catarina, que el ser pequeño
no te quita el derecho de ser un valioso ser vivo y tener libertad
Mira el cielo con
espabilo, respira hondo y siéntete insignificante ante la imponencia de la vida
y la naturaleza, porque cuando dejé de latir el último corazón de nuestra
estirpe, cuando deje de oírse el eco de las montañas, y las aves no migren al
reencuentro con las mariposas, comprenderás el verdadero significado de la insensatez humana.
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