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EL PODER DE LOS ABRAZOS




La caza hacia ellos no cesaba. Los últimos sobrevivientes se desplazaban con premura, entendiendo que sus perseguidores soltaron los mastines, y estos jadeantes con las fauces encarnizadas y ojos inyectados de rabia les pisaban los pies. Debían mantener el fuego, esa pequeña llama embovedada en una rustica campana de bejucos, secreto que se comprometieron a proteger a toda costa de los advenedizos, más aún de manos de sus enemigos. Las últimas mujeres de la tribu entre lloros, recogían a los niños más pequeños colgándolos en sus espaldas, los demás integrantes de niños de mayor edad y ancianos corrían horrorizados. La ausencia de los hombres retrataba un espectáculo detestable, la mayoría estaban muertos o presos en el cubil de sus capturadores, los últimos ancianos del clan marchaban a la par de las mujeres y niños, sin embargo muchos de ellos, se quedaban en el camino siendo despedazados por los perros, infalibles cancerberos que en tropel destrozaban las carnes secas de los ancianos, esparciendo sus cuerpos en los yermos campos, continuando la persecutoria con el fin de terminar hasta el último de los portadores del fuego.

Aitana la más fuerte de las madres jóvenes, dirigía el grupo que veía reducirse paulatinamente, el restante de mujeres y niños no podían correr al mismo nivel que ella, mucho menos los dos últimos ancianos que quedaban: Shen su padre, y Kaspil el Anciano Guerrero, este último tuvo la idea de detenerse y plantar lucha contra los perros y los enemigos armados, su hacha de obsidiana constituiría la última defensa; en tanto el resto podría esconderse bosque adentro en una de las tantas cuevas que conocían desde tiempos inmemoriales.

Se internaron en el bosque, quedando solo Kaspil y su rudimentaria arma, los demás integrantes huían con los ojos enrojecidos y lágrimas esparcidas por la inminente muerte de uno de los mas queridos de la tribu, que a lo lejos veían como defendía el clan en una lucha encarnizada con la jauría de enormes perros, que mordían salvajemente el marchito cuerpo del valiente anciano.

Quedaban pocas esperanzas, decidieron penetrar en una de las cuevas más antiguas cubierta en sus intersticios por estalactitas y murallones de piedra y cuarzo, pronto los animales y el enemigo armado estarían allí para terminar con ellos y apoderarse del fuego sagrado. No morirían sin luchar, no cederían al estruendo de los desesperados adversarios transportadores de la muerte, decidieron levantar un pequeño muro de piedra en un pequeño boquete donde cabían los sobrevivientes: siete mujeres, nueve niños y un anciano: Shen, quien fatigado y con  las ultimas fuerzas que le quedaba, llamó a su hija y en el dialecto de la tribu, ininteligible para los ajenos asechadores dijo a los oídos de Aitana:

-No contamos con pelambres ni armaduras que nos protejan, ni filosas garras o dentaduras poderosas. fuimos diseñados para defendernos del peligro externo merced al esfuerzo colectivo, a la unión del clan. El poder de los abrazos hija mía es la solución para salir de este entuerto, la necesidad de sentir el contacto de tu cuerpo con otro cuerpo no te proporcionará simplemente afecto, es una necesidad que abrirá los corazones y los ojos para lograr derribar cualquier obstáculo que se presente adelante, regresará la fuerza que tenemos en nuestro interior y nada podrá interceptarse en nuestro camino, como esta maldición que tenemos en nuestro frente en este último sacro paraje. Ya no cuenten conmigo, seré un espíritu más apunto de salir de este amasijo de carne que dejaran a los gusanos. Estaré con ustedes como un hálito de esperanza y de valor. El uno cubriendo al otro es nuestra fortaleza, nuestro verdadero secreto, nuestra defensa del fuego sagrado y su origen, la defensa de nuestra familia y los niños quienes mantendrán viva la esencia de nuestra tribu– expreso el viejo anciano antes de expulsar su último aliento y desfallecer pertrechado en la oquedad de la cueva.

La pequeña mecha del fuego sagrado que protegían las huidizas mujeres en aquel túnel de piedra, exhibía de forma categórica su escondite para los perseguidores, los fuertes ladridos de los perros y el murmullo de los horrendos enemigos se percibía al interior de la gruta, los cazadores del fuego se aproximaban, el miedo se apoderó de las galerías oscuras,  Aitana dejó a su padre muerto en el gélido suelo, convocó a las demás mujeres y niños,  y en silencio abrazó a sus cofrades entre sollozos y cánticos, las  demás mujeres y los niños imitaron a la madre principal, todas juntas  se tomaron fuertemente, el llanto y las salmodias prorrumpían de forma gradual llegando a oídos de los  rastreadores. El poder del contacto cercano de aquellas mujeres y niños y el sonido que se elevaba a raudales evidenciaba su presencia, los perros se acercaban y el ruido de las lanzas y hachas de piedra vibraban como un nefasto resuello. La campana que contenía el fuego se apagó, pero las paredes de la cueva comenzaron a iluminarse, aquellas paredes contenían grabados y pinturas rupestres de cientos de años hechos por los primeros hombres de la tribu atrapada, las imágenes comenzaron a despegarse, expulsando gigantescos espectros que majestuosos salieron de las representaciones pictóricas en brechas luminosas, atacando a los refractarios en una ráfaga de fuego. Los enormes perros se cremaron instantáneamente desapareciendo en un soplo de ceniza, en cambio los crueles y cobardes hombres de la horda enemiga expelían gritos de dolor y angustia escapando como alimañas incendiarias en una madriguera, como antorchas humanas envueltas en un fuego incandescente buscando la salida de aquel lugar donde irremediablemente encontrarían su muerte.


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