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ESPERANDO EN LA BANQUETA


…qué maneras extrañas tengo para recordar...
Alejandro Filio.

Siempre supe que en el viento te podías quedar, ahora más que nunca, porque Miguel murió y estoy más solo que de costumbre. No, no lo digo por estar sentado frente al frontispicio de tu antigua vivienda, hoy casa de inquilinato; tampoco por la cantidad de cigarrillos mentolados que chupo como un desaforado melancólico en estas aciagas circunstancias, bien sabes tú que el culpable de todo fue el tiempo, amargo enemigo en su transcurso inevitable y esta espera anodina en esta banqueta vacía que es la vida. 
Es gracioso, porque haces minutos me tomé la molestia de hacerte llegar la copia fotostática del dolor que me aprisiona. Parece irrisorio, hasta ridículo, lo mandé por correo a tu antiguo número de casilla de correspondencia, por si ocurre, que por alguna extraña coincidencia aún utilices este medio de comunicación rudimentario y llegues a responderme con una opresiva esquela o simplemente la providencia me devuelva el melifluo tono de tu voz, espero que esto no llegue a ocurrir.
Espero que no me malinterpretes. El sentido de esta ignota prueba documental de mi penar debe entenderse como un recordatorio de un dichoso tiempo pasado, y no como una radiografía de lesiones sentimentales encalladas. Te lo abrevio. En el contenido del sobre se encuentra la única y escasa fotografía que nos tomamos los tres juntos. Miguel con esa sonrisa de bufón caricaturesco tomándose de tu hombro y entreviendo tus embriagadores ojos, yo con un mohín de niño enfurecido que le han apartado de su amigo favorito y tú, intrigante y misteriosa, digna de un daguerrotipo apócrifo soslayándonos a ambos crédulos atorrantes. En el reverso de la efigie se encuentra escrita con letra temblorosa el siguiente tenor: “El 24 de febrero de 2006 falleció Miguel en el hospital. (el de la derecha de la foto por si no lo recuerdas) La tristeza nos embarga a todos que lo conocimos. Si eres la persona indicada en recibir este mensaje y esta fotografía, te ruego que la incineres y reces por estas tres personas muertas como última voluntad”. Confió en ti, como fiel destinataria, cumplas con la azarosa petición de esta misiva.
El calor es molesto a esta hora de la tarde, odio estos momentos interminables en que uno esta sudoroso y sofocado, recuerdo que en nuestras mocedades, recorríamos con asiduidad este barrio como perros sin correa, a pesar de residir en la zona norte que se encuentra del otro lado de la ciudad, fue Miguel quien me persuadió a que lo acompañara por estos alejados lares a observar a una singular muchacha que vivía en la única casa de fachada amarilla con un balcón antiquísimo, mujer cual casi nunca salía de dichoso inmueble o se exhibía esporádicamente, empero en cierta tarde de domingo de septiembre fue inesperadamente vista por mi amigo saliendo de la puerta de la casona rumbo a destino desconocido, subiéndose en un automóvil particular con vidrios ahumados, desde aquel instante contaba él, que quedó petrificado y a merced del encantamiento de los venablos del amor por aquella muchacha desconocida.
Aquella primavera del año 2000, fui sujeto a un secuestro voluntario por mi amigo. Miguel me rogaba a raudales que le acompañase a pasar la jornada dominical a su lado, todas las tardes abrasadoras de domingo de octubre, esperábamos con paciencia la salida de la susodicha y verla por unos segundos, aguardar y aguantar aburridos y empañados en traspiración, no cabía mi gracia, al mirar de reojo a Miguel y  fijarme cómo suspiraba por aquella muchacha, y el tiempo perdía todo tipo de contrariedades, su sola presencia cercana cambiaba el sentido del humor de las cosas a su alrededor, aquella delicada mujer de sobrios atavíos perceptiblemente idéntica a las demás chicas de su edad, con un vestido floreado y pulcro, cabello suelto y renegrido, retiraba de su bolso una  llave que introducía en la puerta para cerrarlo con mayor seguridad, penetrando posteriormente en aquel automóvil particular de parabrisas oscuros sin mirar a nadie con aquel rostro impoluto y níveo, dejando a mi amigo más enamorado, farfullando sus cuitas al cielo, episodio que se refrendaba dominicalmente, tan estrictamente repetitivo en su acaecimiento que ambos ya nos sabíamos el procedimiento del redundante acto de embeleso por parte de mi condicionado compañero ante la salida de la casa amarilla de aquella figura grácil de vestido florado y su posterior ingreso en el automóvil de siempre, ergo; tuvimos muchas jornadas de distracción y hechizo visual acomodados en la banqueta del frente, no lo noté a un principio pero el decurso de los días y semanas y el vértigo producto del calor de primavera me figuró lo inesperado. Comencé también a enamorarme perdidamente de la muchacha de la casa amarilla con balcón antiquísimo.

***

No sé por qué extraño conducto llegamos a conocerte, pienso que fue aquella vez que intrépidamente ayudamos a tu madre - lo supimos después - a sacar la gran bolsa de basura que tenía en la vereda y tú saliste tarde en su socorro a pesar de los gritos enconados que impelía tu progenitora, saliste con el cabello desgreñado y enredado y no tuviste más opción que sonreír y darnos las gracias con las mejillas rojas de vergüenza por ayudarla, ese minuto al parecer caíste rendida ante este par de holgazanes mozalbetes que dedicaban gran parte del domingo a enarbolarte y regodearte de lisonjas visuales en el anonimato, ¿te acuerdas?, desde esa calurosa tarde, cómplices de aquel inesperado suceso, te quedaste unos momentos en la calle  y a bocajarro nos preguntaste, que qué hacíamos todas  la tardes de domingo frente a su casa, a quién esperaban, a quien espiaban, qué buscábamos ya que no pertenecíamos a ese barrio, en virtud que nos exclamaste que nos veías desde tu ventana religiosamente acomodarnos en la banqueta desde tempranas horas de la tarde todos los domingos, pertrechada tras los postigos encortinados de tu balcón.
No supimos que decir en aquel instante, la mentira se desplomaba como un tierno junco en la lluvia, aquellos ojos tuyos tenía un poder de intrincada catadura, estábamos enamorados como dos jumentos, enamorados de tu rostro y tu figura, de tu esencia, de tu desconocimiento, tu misticismo, no tenía sentido mentir, sobre todo el rostro de  Miguel y su nerviosismos a flor de piel decían las verdades que el cuerpo profiere cuando es presa de los sentimientos más puros, yo logré controlar mis emociones apretándome los labios y los puños, no obstante, las palabras de Miguel salieron a cuenta gotas como en una brecha a punto de explotar en brotes discretos y aislados:
-          Estamos aquí para verte… – dijo de soslayo, incluyéndome en el plural de la espera, cual tenía mucho sentido en la verdad de su contenido.
-          ¿En serio? – respondiste si recuerdas, yo, simplemente callé y bajé la cabeza
-          ¿Y porque me esperan? ¿Me conocen de algún lado? – preguntaste, callamos en aquel instante, que se transformó en eterno, súbitamente dijiste. - Espérenme un momento, mi madre, va a llenarme de gritos en su auxilio como se dieron cuenta, tiene esa facultad en sus cuerdas vocales, espérenme un momento que ya regreso pronto- asentimos afirmativamente con la cabeza.
El miedo se suscitó en nuestros cuerpos, un frio indecible cayó en nuestras espaldas, entraste a tu casa, nos miramos atónitos, en una mezcla de sonrientes y mustios, nuestras piernas temblaban, no sabíamos que pasaría, yo pensé en correr aquel momento, creo que Miguel tenía una idea idéntica, sin embargo, él estaba enamorado profundamente de ti, y jamás de los jamases iba a perderse esa oportunidad de conocerte, y saber a ciencia cierta quién era la chica de la casona amarilla, como lo hizo y lo hicimos posteriormente, dándonos cuenta que tú no eras aquella chiquilla frágil y grácil que imaginábamos cada domingo apeados en la banqueta frente a tu casa, no, estábamos equivocados, tú eras un ser superior en un cuerpo de una mujer a lado de un par de críos impresentables que conocieron el amor platónico desde aquel azaroso momento lleno de inverosimilitudes y enveses.
Aquella tarde significativa abandonamos la banqueta, saliste rauda de tu domicilio, nos pediste con señas y gestos en el rostro que nos retirásemos de ese lugar y que vayamos en dirección donde caminabas presurosamente, logramos alcanzarte, dijiste que estabas cansada de visitar a tu padre todos los domingos, que tras el divorcio con tu madre vivía en otro lugar y que ésta era una buena oportunidad para aplazar ese tedioso ritual que acontecía cada semana, desciframos una primera nota importante: el automóvil que avistábamos continuamente, te trasladaba donde tu padre. Respiramos con una placidez ingenua.
De improvisto, detuviste tu marcha cerca de un pequeño vergel, a prudente distancia tuya, callados, veíamos cómo sacabas de tu cartera una cajetilla de cigarrillos, encendiste un cigarrillo largo y oscuro con un trascendente aroma a canela y expresaste con denuedo: 
-          ¿Fuman? - nos ofreciste los cigarrillos, extendiendo la cajetilla hacia nosotros, quedamos perplejos, si bien teníamos ambos diez y seis años, jamás habíamos probado un cigarrillo, y ver a una muchacha aparentemente de nuestra edad fumando con tanta soltura y ligereza, nos generó sensaciones inusitadas.
-          ¡No gracias!, contestó Miguel, Yo solo atiné a mirar tu rostro, y tu sonrisa pretenciosa.
-          Ah¡, entiendo, disculpen chicos a veces pienso que todos son como yo, llena de vicios y quebrantos, - sonreíste - mentira, bueno pero, ya estamos lejos del oído de lobo de mi madre y su mano dura respecto a mis salidas, disculpen si les traje hasta aquí, y sinceramente los utilicé para apartarme un poco de mi casa, que a veces se torna insoportable, y un rato de conversar con alguien que  no sea mis padres, o amigos tóxicos, creo que me hará bien, y díganme ¿cómo se llaman?, ¿Qué hacen frente a mi casa todo el tiempo?, ¿cómo es eso de que querían verme?,  bueno ahora pueden verme, ojo, solo verme, ya que muerdo…
Reíste ante tu último comentario, contrariados Miguel y yo quedamos boquiabiertos, solo atinamos a ruborizarnos y seguir la corriente de la conversación, así pasó la tarde, el teléfono celular tuyo sonaba constantemente pero preferiste apagarlo para tener una conversación más prolija, de manera paralela Miguel y yo, planteamos de forma tácita la tregua del enamoramiento, trocando nuestros imberbes acometimientos de absurda galantería por una más noble e iniciática amistad contigo, deseábamos conocerte, no importaba todo lo demás, por lo cual la sarta de mentiras  que fabricábamos y mascullábamos aquella tarde, las falacias verbales más intricadas que con sinceridad no las recuerdo ahora, sirvieron de puente para conocerte y conseguir atesorar  tu nombre en el cerebro, tu sonrisa en la retina de los ojos y tu número de teléfono en el registro de nuestros celulares.

***

Aquella noche no logré pegar los ojos presa de un bendito insomnio, atragantado en la candorosa ensoñación  de tu rostro, tu voz, tus manías nuevas e intrépidas para mi nobel experticia, comentaste que tenías diez y siete años, que estabas a poco de concluir el colegio, que no te agradaba estudiar y ver a diario la cara amarga de tus profesores y compañeros de curso, sumamente aburridos, que tenías en mente irte lejos del país porque nadie te entendía, ni tus padres separados, ni tus amigos, que pensabas conocer el mundo: París, Londres, Bruselas, Dubái -que con seguridad ya lo hiciste- que amas más que nada los cigarrillos mentolados y de canela y el vino espumoso es tu favorito a parte de la cerveza negra. El recuerdo de esas y otras escenas que se tornan recurrente estos días en que caigo afligido y busco un bar donde poder remediar mis estropicios, pedir una cerveza  y ponerme a pensar lo jóvenes e ingenuos que fuimos en una época de nuestra vida, y cuanto nos costó a algunos lograr desprenderos de estos hechos que entrañaron un hito de nuestra existencia, me hace pensar con incandescencia, si estoy haciendo bien o mal en recordarte, contemplar en silencio el pasado pertrechado frente a una casa, que para el colmo de males, ya no está habitado por ti.
En los días siguientes Miguel me comentaba que ambos mantenían conversaciones frecuentes  a través de mensajes de texto y fuiste tú la que iniciaste la comunicación, veía en mi amigo y su rostro risueño, amparar esperanzas de lograr tenerte más cerca a través de este medio, ser tu enamorado, moría de envidia que tú no hicieras lo mismo conmigo, y me comía las uñas y  me mordía los labios al querer mandarte un mensaje de texto en igualdad de condiciones y tener una diálogo intimo contigo, no encontré el valor para hacerlo, me reventaba el corazón presa de sollozos inaudibles, sentirme privilegiado como Miguel era algo inalcanzable, por lo tanto, asumí una postura más pasiva poco a poco, a su vez en complicidad de amigo, éste me mostraba los enfáticos mensajes que se mandaban ambos, sin embargo, los mensajes no tenían un tono de apartarme de las actividades que iban a efectuarse, como posteriormente ocurrió.
El siguiente domingo ya la larga espera en la banqueta, se modificó a una salida por el parque central de la ciudad a tomar helados y fumar unos cigarrillos acodados en las bancas amplias del predio congestionado en gente, asimismo en postreros encuentros, empezamos a ir a los videojuegos, el cine en varias ocasiones y un pequeño viaje a Yotala, pueblo cercano a la ciudad donde bebimos nuestras primeras chichas y surgió los primeros tocamientos clandestinos entre amigos, fue crucial para nosotros. Hasta aquel viaje, la inocencia de la adolescencia cubría la amistad entre dos hombres y una mujer, sin embargo, la prematura experiencia tuya decantó providencialmente al mostrarte desnuda en el rio, sin aspavientos y vergüenza, al abrigo de la naturaleza, la quietud y la lejanía del pueblo, nuestros cuerpos marchitos imploraban piedad ante semejante éxtasis dado, verte de sorpresa, dejar tus ropas en el suelo, quitarte tus bragas y brasier y lanzarte desnuda con dirección al rio, y ver el cuerpo de una mujer en estado natural contornearse por primera vez fue el epítome de todo lo concebible en la vida de un adolescente, verte bañarte en el rio, con una sonrisa alocada, ver tus muslos perfectos, tus senos turgentes y aquel pubis que quedo marcado con fuego en mi memoria, este episodio dio el vuelco y culminación a los últimos estertores de niño que teníamos en la piel, sé que no puedo hablar por Miguel, pero el silencio inaudito que surgió en ese instante y el temblor de nuestros cuerpos y la incomodidad que sentimos al ver tus intimidades no podría explicarse en palabras sensatas, más aun ahora que nada tiene sentido.
Olvidaba algo importante, al finalizar esa jornada entre bochornos y alegrías de retorno del rio hacia el pueblo, en la plaza principal de la villa, un viejo fotógrafo de cajón nos invitó a tener un pequeño recuerdo de aquel día, no lo pensamos más, no obstante, el poco dinero que traíamos solo alcanzó para dos copias, singulares daguerrotipos en blanco y negro, tú con esa mirada perspicaz dijiste que las copias sean para cada uno de nosotros, que la mejor experiencia para ti, fue esa tarde maravillosa, y que no habrá recuerdo material que se comparé con esa jornada inolvidable, al subir al bus de retorno a la  ciudad reíamos en el asiento trasero del micro apreciando una de las fotografías: Miguel con su sonrisa bobalicona  y su mano posado en tu hombro, tú imponente y soberbia como siempre, y yo con la mirada insidiosa y si mal  no recuerdo, con mi mano dentro de uno de los bolsillos traseros de tus jeans, detalle que no se aprecia en el pequeño retrato.

***

La llegada de abruptas y nuevas sensaciones en la adolescencia provoca inesperados desencuentros. Con el arribo de esta chica (tú) a nuestras vidas, surgió un sinfín de sucesos que salieron de control en distintos niveles, comenzamos a ausentar en clases, para pasar el tiempo contigo: sea tirados en el césped de alguna plazuela lejana hablando necedades, fumando en el quiosco de  la plaza central, o dormitando en la sala de un cine en horarios prohibitivos a colegiales, no nos importaba, formábamos un tridente armonioso, o mejor denominarlo un par de tontos vasallos a disposición tuya, en vista que debíamos estar sujetos a los horarios que imponías y tus ganas bipolares que surgían cuando menos lo esperábamos, no interesaba, verte cerca nuestro era nuestro mayor anhelo, las retas y castigos en casa por llegar tarde o faltar a clases eran exentos de cuidado, mientras tú estés ahí. Sin embargo, ocurrió algo inesperado una infausta tarde. Al salir del colegió, no teníamos preparado encontrarnos en algún lado los tres, por lo cual, a mucha presión de mi acostumbrada modorra domiciliaria, debía cumplir una diligencia encomendada por mi padre: recoger un par de calzados, de una zapatería de la zona Surapata.
Sin muchas ganas, salí del portón del colegio, me despedí de Miguel que se subió en el autobús, viré en dirección a Surapata, barrio primoroso, lleno de escalinatas y callejones añejos, se puede respirar arcaísmo en aquel lugar, a pesar que está infestada de cantinas de mala muerte y beodos por doquier en las calles; apresuré mis pasos, comenzaba a anochecer y sería fuertemente reprendido si no llegaba a casa con el par de zapatos de mi padre, aceleré el ritmo de la caminata, al llegar, mi suerte cayo de bruces, la tienda estaba cerrada, maldita sea, estaba a punto de emitir un sonoro disparate al cielo nocturno, sin embargo, un vecino que salía de la casa de lado me musitó a guisa de comentario tranquilizante: - si buscas al zapatero, cerró su tienda hace un momento y entró al  bar de “Don Julio” aquí a la vuelta, búscalo si necesitas recoger algo, no creo que se haga lio, amigo- Agradecí afable con una gran sonrisa, conocía el  lugar, garito mentado por las tiras tan reconocidas que vendían en ella, no pretendía llegar con  las manos vacías  a casa, así que me dirigí al bar en busca del zapatero remendón amigo de mi padre.
Entre por la vieja puerta de madera del lugar, el aroma nauseabundo fruto de la composición de ingentes cantidades de cerveza, vahos de carne asada y orinales se tornaba repelente a mis narices, penetré el zaguán, el salón estaba lleno de personas en estado de ebriedad, la música estridente se entremezclaba con los gritos y solicitudes de los parroquianos a los mozos, había de todo en esa fauna encubierta, desde grandes señores orondos ataviados en trajes de etiqueta, a parejas que expresaban sus querencias sin miramientos o prejuicios. Grande fue mi sorpresa, al ver que una de aquellas solícitas parejas que intercambiaban miradas embriagadoras, con las manos entrelazas y botellas de cerveza negra de por medio, eras tú y un barbado hombre que vestía saco y corbata, mucho mayor para tu edad a ojos vista.
El miedo atravesó mi pecho a mansalva, estimé solo a escabullirme entre los mozos y esconderme cerca al baño de hombres detrás de unos canteros, desde ese lugar tenía una vista privilegiada de la mesa donde estabas sentada, me importó un comino donde se encontraba el zapatero, me limité a observar tus movimientos y descubrir quién era aquel hombre que se encontraba a lado tuyo, contabilizaba la cantidad de botellas que se esparcían en la mesa y noté que te encontrabas en estado de ebriedad, comenzaste a besarte apasionadamente con aquel tipo, y éste sin miedo a nada te tocaba los muslos deslizando  sus manos en tu entrepierna subiendo sus dedos a tus pechos bajo su total arbitrio, mi corazón estaba a punto de estallar de rabia, quería saltar  de ese lugar, agarrar a puñetazos a aquel sujeto, sacarte de ese boîte malsano, la incomprensión y la desdicha retumbaban mi cabeza como una ráfaga de proyectiles invisibles, no lo soportaba, cerré los ojos  y salí del lugar mascullando improperios e insensateces, sin darme cuenta, comencé a lagrimear y la atmosfera del lugar me mostró un atisbo de lluvia al escucharse los rugidos de los primeros relámpagos que avizoraban tempestad, bajé la escalinatas raudo, pisando los últimos peldaños con dirección a la calle Loa, observé absorto y afligido que en aquel lugar se encontraba aparcado aquel automóvil particular de parabrisas ahumados que veíamos Miguel y yo todos los domingos recogerte de tu casa, el dolor indescifrable se apoderó de mí. Caminé y caminé mientras la lluvia arreciaba mis pasos, las serenas gotas de la tormenta se confundían con mis lagrimas que se deslizaban en mis mejillas en aquel trayecto a casa, no  me importó llegar mojado y aterido y sin explicaciones certeras, o ser estropeado por mi padre por no cumplir una sencilla tarea delegada, no me importó ser presa de un resfrió posterior, o un castigo ulterior a cumplirse durante largo tiempo, al final de cuentas, aquella tarde noche descubrí algo que en cierta manera no era de mi incumbencia o pertinencia, sin embargo las hieles del desamor fueron forjados sin censura a mi temprana edad en los campos del deseo y la ilusión.
Enhebré una idea fantasiosa con una chica, a quien mi corazón demandó amarla y enaltecerla, empero, bastó una sola imagen para desbaratar aquel sueño, un ensueño pasajero de adolescente cretino que llegué a ser en un tiempo determinado de mi vida. Hoy que pasaron tantos años, sonrió y me reprochó, como así pienso lo que pasó después cuando conté ese episodio a Miguel, y éste, no logró creerme o entenderme con cordura, se limitó a discutir y proferir en términos hirientes el sentido de mi relato, en suma, por la visceral creencia de que este hecho suscitó un quiebre en su febril entendimiento de enamorado, creyendo que todo este suceso fue  solo una confabulación mía para hablar mal de ti y llenar su cabeza de supuestos que hagan que se aleje con prontitud, recreando una falsedad con visos de invención con el fin de retenerte y deshacerme de ese escollo que constituía él en el  camino de tu conquista.
-          Por qué dices todo esto de ella, si ella anoche me mandó un mensaje de texto, donde me explica que se encontraba en su casa viendo televisión a esas horas que tu asumes a verla visto – me explica mirándome con las cejas enarcadas – además a quien voy a creer a ella o a ti, seguramente te confundiste con otra mujer en ese bar lleno de borrachos – afirma Miguel encabritado.
-          En serio, te aseguro que era ella Miguel, como voy a estar equivocado, yo entre a ese lugar a buscar a un zapatero que un vecino me dijo que se encontraba allá y observé esa escena.
-          ¡Basta¡, no quiero que hables falsedades de ella, no sé cuál es tu intención – exclama con nerviosismo- No quiero escuchar que hables mal de ella, y menos que me digas que un barbudo estaba haciendo tocamientos indecentes con ella en frente del gentío, eso es reprobable, pero para ti, por hacer semejantes calumnias de tamaña factura.
-          ¡Tú no entiendes Miguel! – respondo- te aseguró que fue eso lo que vi y bueno, allá tú si lo crees o no – molestó le doy la espalda intentado retirarme del lugar.
De inmediato, siento que me retiene el brazo, me jalonea con fuerza dándome la vuelta con estrépito, un soberbio puñetazo se estampa en mi rostro, comenzando una seguidilla de golpes en mi humanidad e imprecaciones a voz en cuello – ¡no hables mal de ella, hijo de puta, nunca lo hagas!, ¡yo la amo!, más que a nada en el mundo, no me vengas con pendejadas que lo único que quieres tú es quedarte con ella, ¡verdad cabrón! – escabullen las palabras de su boca como espuma de un hocico embravecido de una fiera. En tanto aún en pie, mi sentido de conservación hace que reaccione con un empujón notable sobre Miguel, éste cae al suelo de espaldas sin lograr levantarse, me encaramó en su encima, sostengo sus largos y flácidos brazos, mientras el intenta soltarse dando pataletas como si fuese un pescado fuera del agua. Intento reducirlo, empero él se defiende, pretendiendo dar cabezazos desde el suelo donde se encuentra, presa del nerviosismo y el rudo contacto de su cuerpo con el mío, empino un puñetazo tras otro en el pómulo y la nariz de mi amigo comenzado a sangrar de sus fosas nasales, a pesar de esta hemorragia, éste reacciona soberanamente dándose la vuelta como un experto judoka, cambiando de esquema el altercado, ahora yo me encontraba en el piso a merced de sus golpes y sometimiento, cubría con mis brazos el rostro intentando no recibir demasiado golpes furibundos que emitía su desaguisados impulsos, la sangre que manaba de su semblante ensuciaba mis brazos y mi ropa, cayendo gotas en mi piel y el suelo confundiéndose entre las heridas que se formaban de la paliza que comenzaba a recibir. Un tumulto de gente llegó inmediatamente intentando separarnos, alarmando en el lugar en solicitud de la policía para apaciguar esta caldeada reyerta entre adolescentes, lograron soltarnos, ambos sangrábamos profusamente, maldecíamos a gritos uno al otro, intentado retomar la batalla, la llegada de los efectivos policiales finalizó este patético escenario, fuimos escoltados en una camioneta policial, enmanillados y obligados a callarnos bajo presión inmediata de detención si no parábamos este fantoche, llegamos a un módulo policial, donde tras una larga espera en un ambiente aislado bajo vigilancia de dos policías mujeres, llegaron nuestros padres sorprendidos y fastidiosos, a sabiendas que nos pidieron los policías comunicarnos con ellos para poder salir del recinto policial so pena de una amonestación verbal y un monto de dinero por riñas callejeras. Salimos del edificio. Miguel y su familia en silencio se alejaron, yo cabizbajo impulsado a empellones infructuosos por parte de mi hermano me trasladaron a la vagoneta donde mi padre esperaba tras el volante evidentemente molesto y defraudado.
No volví a ver a mi amigo de la adolescencia desde aquel día, no supe más nada de él, cambió totalmente el sentido de las cosas, me importó un bledo el amor, la amistad, los estudios, los deseos, las ideas revolucionarias y todo lo que tenga que intervenir su más nimia presencia, esa noche malhadada, hice añicos la fotografía que tenía en mi poder en que salíamos juntos los tres, todo se fue a la basura, pasó el tiempo, por aciertos del destino, a pesar de vernos aún en clases, dejamos de hablarnos y la finalización de la etapa colegial, fue el corolario de estos incómodos encuentros, no volví a saber de Miguel ni de la chica de la casa amarilla (tú), por lo que decidí asumir la medida más fácil y saludable. Irme del país. Terminamos el colegió y a fuerza de sacrificio de mis padres, me mandaron a solicitud mía a la República Argentina, a estudiar y trabajar, asimismo, mis familiares apoyaron esta disposición, por lo cual mi retorno al país se circunscribía a visitas esporádicas por fin de año en años discontinuos sin tener novedades de mis antiguas amistades de colegio, todo cambió trascendentalmente, hasta que a principios de este año recibí un mensaje interno en las redes sociales de una cuenta desconocida que me informaba que Miguel se encontraba en el hospital y que deseaba verme antes de fallecer, ya que hace mucho tiempo padecía un enfermedad que carcomía su vida poco a poco, y que era menester decirme algunas cosas antes de partir a lo desconocido.

***

-          Cuantos años pasaron que no nos vemos…
-          No lo sé Miguel, perdí la cuenta de los años – respondo – pero estoy aquí, y es lo que interesa, no lo crees – replico, mientras observo el cadavérico rostro de mi amigo, tiene las orbitas oculares sobresalidas, la piel llagada y una mirada de derrota permanente
-          ¡Mírame!, te preguntarás como llegué hasta esto – dice, apuntando con su fibroso dedo índice - como diría Cesar Vallejo: ¡hay golpes que te da la vida, no lo sé…! - recita, expectorando al finalizar este verso, sonriendo falsamente de su magra condición - o sí sé porque estoy aquí sinceramente - expone
-          ¿Qué es lo que pasó Miguel? – pregunto.
-          Que te puedo decir…, la vida me castigó, por dejarme llevar por los excesos - me mira profundamente con sus crispados ojos. -Tengo sida sabes…, estoy en una etapa terminal, mis pulmones no respondes, y tengo todas las enfermedades que te imaginas. Mi sistema inmunológico no funciona. No puedo comer nada, todo lo expulso y soy una fábrica de virus sin remedio.
-          Pero en estos tiempos es posible controlar esta enfermedad a través de algunos nuevos tratamientos - expongo absurdamente. Miguel tose antes de replicar.
-          A esta altura ya para que amigo, de qué me sirve…, si te das cuenta soy un miserable indigente. Desde la salida del colegio escogí esta vida alejada de mi familia y de todo, vivir encaprichado en las drogas, el desenfreno, la fiesta continua – explica – recuerdas aquella patética pelea que tuvimos al finalizar la secundaria, y no volvimos a hablarnos. Desde aquel evento comenzó todo – sonríe con maldad- Terminamos el colegio y con sinceridad no supe más de ti, pero esa espina clavada en mi corazón no dejaba de molestarme,
-          Hablas de ella…
-          Sí…, sabes…, nunca terminé de entender, porqué actué de esa manera, me obsesioné tanto de ella. Que torpeza la mía, no concibo aun la idea de encaprichamiento que sufrí, que me llevó a perder a un amigo- sostenemos un contacto visual por segundos, declinando la mirada al piso.
-          Vamos Miguel, solo fue una chica…
-          En aquel momento fue más que eso…, una vez que no volví a dirigirte la palabra, busqué la manera de contactarme con ella y estar al tanto en primera persona de su ser en toda su legitimidad. La llamé para encontrarme. Quedamos en vernos, me preguntó por ti, mentí, le dije que estabas ocupado y que ahora no podrías acompañarnos por un tiempo indeterminado, ella dijo que se iba a comunicar contigo, no sé si lo hizo.
-          No. Nunca volvió a hablarme, y bueno terminó el año escolar y me fui del país, tampoco supe más de ella. Y que pasó después
-          Luego, hablé con ella, con la firme intención de saber la verdad de ese acontecimiento que me contaste, no debía hacerlo de forma expresa, si no obtenerlo de subterfugio, pasamos una tarde tranquila, no entré en el tema por ningún motivo, y nos limitamos como siempre a perder el tiempo y hablar pavadas, me habló de su colegio, del fin de año que avecinaba, de su encuentro de siempre con su padre, de su ideas de viajes de fin de año fuera del país y otras tonterías, solamente escuchaba sin sacar ninguna conclusión, pasó el tiempo en esa plática, hasta que nos despedimos. Quedando en comunicarnos en la noche, para hacer algo en la semana.
-          Y eso te tranquilizó me imagino – Respondo.
-          Para nada, pero en mi testarudez de adolescente, se me ocurrió una genial treta.
-          Que hiciste
-          Esperé hasta el fin de semana. Sabía que, como todo domingo, ella se subiría a ese automóvil de oscuros parabrisas, por lo que decidí contratar un radiotaxi por hora y esperar oculto en la calzada detrás de otros vehículos hasta el momento en que ella saliera de su domicilio para tomar la movilidad mencionada. Esperamos pacientemente con el chofer, de sorpresa, salió a las 4 de la tarde, estaba hermosa como siempre con su vestido florado y su cabello renegrido suelto, cerró rauda la cerradura de su puerta, y saltó al auto arrancando con premura, los seguimos con debida prudencia, el automóvil de vidrios empañados tomó la avenida principal siguiendo la ruta hasta perderse en la salida circunvalación, el tráfico a esa hora del día era imperceptible por lo que reducimos la velocidad para no ser sorprendidos siguiéndola.
-          Menuda idea la tuya Miguel – sonrío – y que pasó después
-          Seguimos en la indagación, esperaba e imaginaba que aquel auto se detendría cualquier instante: frente algún condominio familiar o en algún edificio de departamentos del barrio donde viviera su padre, saldrían ambos e ingresarían sonrientes llamando en el portero automático o introduciendo la llave en el portal del domicilio, pero ocurrió algo inesperado
-          Que fue lo que pasó.
-          Lo que menos imaginé…- cortó la voz un segundo– la movilidad que perseguíamos cambió la ruta principal ingresando en una bocacalle semivacía, redujo la velocidad y en un movimiento de volante penetró por un portón vertiginosamente, desapareciendo de nuestra vista. El chofer que me acompañaba me dice sonriente- hijo. ¿Sabes dónde entró ese auto que seguimos? No –respondo- mirando el oprobioso rostro del taxista- entró en un motel hijo, en un motel – musita – ahora que hacemos, ¿esperamos? – complementa.
Miré el piso del taxi por un momento, buscando una solución juiciosa y una respuesta al impertinente conductor, no comprendía nada, desde que la conocíamos, ella comentaba que se encontraba con su padre todos los fines de semana, desde que él se separó de su madre hace algunos años, y ese ritual la cansaba infinitamente. – vámonos a casa – atine a manifestar.
El retorno a casa fue detestable, atribulado en conjeturas, abarrotado en un amargo ensimismamiento, callé hasta salir del taxi, pagué la larga jornada de recorrido, entrando en mi vivienda en silencio, lloré toda la noche tendido en mi cama, viendo la fotografía que nos sacamos en Yotala, lloré tanto hasta quedar dormido - Relató Miguel claramente conmovido.
-          Pero bueno, ese año, perdí un amigo por una idea obtusa de adolescente enamorado, decidí no volver a buscarla, bloqueando su número telefónico, y viendo la manera de no tropezarme con ella en la calle. Terminó el calendario escolar y como sabes, todos desbandamos del colegio en búsqueda de nuevos caminos.
-          Y bueno eso es cierto
-          Supe después que te fuiste del país, y me importó poco, todo comenzó a desinteresarme, en casa ya constituía un problema para mi familia, empecé a emborracharme con asiduidad, me junté con una banda de jóvenes adictos a la mariguana y cocaína, decidí no ingresar en la universidad, preferí la calle, no sabían que hacer conmigo, mi padre me golpeaba todo el tiempo, por lo cual ya no llegaba a casa, poco a poco fui perdiendo el interés en mi familia, comencé a robar, usar drogas de mayor contundencia, me inyectaba, quería olvidarla, a ella y a todo lo que tenía a derredor, luego se presentaron un montón incalculable de mujeres, solo eran objetos sexuales, tuve relaciones desmedidas que satisfacían mis más oscuros deseos, conocí todo tipo de sustancias en el cuerpo y despertaba en los lugares menos pensados, debajo de un puente, o en una celda policial o la habitación de la chica más pudiente de la ciudad, mi vida estaba en completa deriva.
-          Lo siento mucho.
-          No lo sientas, al final fue mi decisión absurda, por cierto, así pasaron las semanas, convirtiéndose en meses y años. Un día comenzó a dolerme todo el cuerpo, a pesar de mi agitada vida, tenía una fortaleza juvenil que me permitía continuar, sin embargo, de la nada empecé a orinar sangre, tenía hemorragias nasales que no se detenían, empecé a enflaquecer, tosía coágulos sanguinolentos todos los días, una noche de drogas y fiesta caí al suelo desvanecido, solo recuerdo a mis amigos trasladándome al hospital, estuve varios días internado en terapia intensiva, me preguntaron sobre mi familia, mentí que no vivían en la ciudad, que yo era un universitario del interior, solo algunos adictos me visitaban más que amistad lo hacían por pena.
Una tarde un doctor, traía en sus manos un expediente, cerró las persianas que cubría el pequeño espacio donde se encontraba la cama de la sala de hospital donde yacía. Dijo implacable que tenía el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y si tenía intenciones de tener una vida digna, debía mantener un riguroso y costoso tratamiento. Recibí la noticia con resignación, un sosegado conformismo, conocía de antemano que tarde o temprano la vida que acarreaba me iba a traer algún tipo de culminación semejante, pedí falazmente a modo de sugerencia las bases de la terapia, saliendo días después del hospital, retornando a mi inmundicia y patética existencia que continuó como si nada habría pasado. El medicamento más eficaz era estar completamente drogado todo el día, lo cual me consumía en ingentes gastos, empecé a ofrecer mi cuerpo sin miedo a contagiar a mis oprobiosos clientes por unas monedas, para aspirar un poco de pasta base o inhalantes, habitué de las clínicas medicas mi cuerpo se marchitaba, perdí los dientes como puedes ver, me hacía en los pantalones y caminar dolía con estruendo. Me trajeron aquí porque  dicen que me falta poco, me administran ampollas de morfina, más por compasión que por necesidad de mantenerme con vida, uno de las enfermeras de pura lástima me expresó si deseaba llamar a alguien antes de que falleciera, solo se me ocurrió decir tu nombre, y no sé cómo llegaste a enterarte de mi situación, seguramente ella se contactó contigo, y bueno por algo estas aquí parado frente a este despojo humano que soy ahora – explicó Miguel cerrando los parpados y apretando los labios, sintiendo el dolor que producía la enfermedad en su cuerpo, intentaba conciliar el sueño en aquel momento
-          Quiero que busques algo en esa gaveta por favor – me solicita
-          Dime Miguel – respondo
-          Abre la cajuela y saca lo que está ahí entre los medicamentos
-          Está bien – afirmo, me dirijo donde el mueble, abro la cajuela, dentro los recipientes de medicinas, encuentro una fotografía, grata mi extrañeza, era la fotografía que nos sacamos en Yotala, sonrío al sostener ese pequeño daguerrotipo. Miguel me pide que le entregue la foto, colocó la imagen en la mano que no lleva la cánula de suero.
-          Quiero que hagas un último favor a un amigo – expresa – si es que me consideras uno claro está.
-          Claro que sí Miguel, por qué no lo haría, no te preocupes de eso, haré lo que solicites – respondí maquinalmente
-          Necesito que esta fotografía, que simplifica un pasaje de nuestra historia, una bonita temporada – confiesa – la hagas llegar a ella, sé que todo esto pasó hace tantos años y no supe más de ti ni de ella, pero antes de morir, quiero pedirte perdón a vos, por ser un reverendo atarantado contigo y a ella por enamorarme de la figura que nunca llego a ser y nunca logré descifrarla, quiero que ella sepa o recuerde los buenos momentos que pasamos en nuestra adolescencia y sepa lo feliz que fui hasta esos años juveniles  que no  retornaran más. Por favor, ¿serías capaz de hacerlo?
-          Lo haré, lo prometo.
-          Gracias amigo, ahora puedo morir tranquilo. No sabes cuánto dolor cargo en el cuerpo, no por esta enfermedad incurable, sino por tantas cosas que no hice, ni dije y el retrato que atesoré con tanto recelo, testigo de mis penares, hoy debo desprenderme de él, y tú serás el mejor heraldo para depositarlo en las manos de quién debe recibirlo.
-          Así sea amigo, así sea.
-          Gracias…gracias. – respondió Miguel – soltando la efigie entre las sabanas, cayendo estrepitosamente en un sueño fatuo.
Al día siguiente Miguel falleció, la etapa terminal de su enfermedad fue decisivamente cruda, sufrió en silencio, sin que nadie lo acompañase en sus últimos días, cuando llegué a recibir la fotografía en esa esporádica visita en el hospital , ya solamente era un rastro de hombre, sin remedio, rendido de la nefasta vida que llevó estos últimos años, más que tragedia, su rostro lívido denostaba liberación, lloré su muerte, acompañé a sus familiares que en minúsculo número se apersonaron para las exequias fúnebres  y su sepultura, nadie más vino esa tarde en el cementerio.

***

Imaginaras lo tedioso de la responsabilidad que agencié, so pretexto de cumplimiento de la última voluntad de un moribundo. Obrar a guisa de inspector en la fórmula de la pesquisa. Retorné al país después de seis años en el exilio voluntario, claro está, con esporádicas visitas a mi familia para fines de años o vacaciones cada dos años, que soló fungían de asilo transitorio en las breves estadías en mi terruño.
La ciudad cambió radicalmente, los amigos de barrió estaba casados y con hijos y ya no vivían en la cuadra. Los compañeros de secundaria desaparecieron como ejecutados por el hechizó de un brujo. El progresó arribó al país y las viejas edificaciones de mi pasado colegial dieron paso a casonas de orden comercial y arraigo vanguardista, las calles modificaron sus pintorescas fachadas por carteles luminosos y paredones atiborrados en anuncios publicitarios, perdí el contacto con el verdadero cariz de mi territorio, me sentía forastero en mis propias calles y plazas. Sin embargo, tenía el deber de buscarte, o encontrar la forma hacer llegar a tus manos esa fotografía.
Seis años no pasan en vano, más aún, tomando en cuenta, el desconocimiento de los datos tuyos dados a mi familia y los escasos amigos que hallé en la ciudad. Asimismo, las redes sociales, canal de contacto mediático por naturaleza me llevaron un fiasco, aplicaciones capaces de unir personas distanciadas por añares fueron de poca ayuda, no existía registro de tu nombre o alguna variación del mismo que apoyen mi búsqueda, por lo cual abandoné la idea de seguirte en el mundo virtual, que con seguridad no estaba dentro de tus predilecciones. Por lo qué, apartando mis temores juveniles que aún conservaba en los hipogeos del inconsciente, decidí ir al barrio de la zona donde se encontraba lo que en tiempo pasado fue tu domicilio.
Tomé prestado la vagoneta de mi padre, y salí con destino a la calle donde acostumbraba pasar los domingos en la tarde con Miguel sentados en la banqueta frente a aquella casa amarilla de antiguos balcones. Detuve el vehículo, el barrio no había sufrido demasiados cambios del progreso, todavía mantenía sus viejas casas y callejas vacías a pesar del cambio del enlosetado de las calles por cementó rígido. El color de la casa que frecuentábamos había sido modificado. Sali del coche, me acerque a la puerta del edificio que ahora era de color blanco y tenía a un lado de la puerta una pequeña plaqueta con el rótulo: HOGAR DE NIÑOS Y ADOLESCENTES. “SAN ISIDRO”. Diantres, pensé – ahora que hago, ¿llamo a la puerta?, ingresé en la duda, pensaba en retirarme, pero en aquel instante la puerta se abrió, quedándome petrificado involuntariamente. Unos niños salieron en corro, berreando y musitando ininteligibles sonidos, detrás de ellos iba un adulto, que a bocajarro preguntó:
-          ¿busca a alguien señor?
-          no – respondo nervioso– en realidad veía la placa, antes vivía aquí una persona que conocía y me acerque para ver si ella se encontraba todavía aquí.
-          Pero, si desea, puedo llamar al director. Al Padre Guillermo, talvez él pueda ayudarle en algo. Pase por favor un momento – me sorprende.
-          No se moleste, solo estoy de paso – respondo
-          No, no es molestia, para nada, estamos aquí para ayudarlo – responde amablemente – ¡chicos! silencio un momento. ¡Niños! Espérenme un instante mientras llevo al señor con el Padre Guillermo. – exhorta a los niños que entre trompicones asienten con la cabeza. Sigo al hombre al interior de la casa.
 La antigua casa, cuál nunca había ingresado con anterioridad, constaba de un pasaje amplio, veía colgados retratos de santidades y niños en cofradía. Llegamos a una salón ancho donde una enorme mesa constituía de comedor, seguí presuroso al encargado por un puerta cancel, subimos unos escalones a la segunda planta, ahí se encontraban los dormitorios de los niños, un amplio despacho se veía al fondo, fuimos en esa dirección, el señor golpeo a la puerta, llamó educadamente elevando la voz, pidiéndome que espere  unos segundo en una banca que ejercía de recibidor en el pasillo, entró y espere unos minutos, posteriormente fui llamado invitándome a pasar:
-          Pasé – dijo el encargado – los dejo solos. Acotó – Padre los dejo. Hasta luego – me mira y se despide con frugalidad. Al frente mío, entreveo a un hombre adusto de marcada edad, tiene la cabeza calva y una sotana dominica, se halla embebido en unos documentos, me recibe sin mirarme. – siéntese por favor, deme un minuto que ya lo atiendo- prosigue en sus tareas, de repente profiere – Me indica el cuidador de los niños que usted está buscando a los antiguos ocupantes de este inmueble. ¿Es cierto esto? – expresa.
-          Bueno, en realidad, pasaba por este lugar y vi la placa en esta casa, comentándole al encargado que conocía a alguien que vivía aquí hace tiempo. – respondo.
-          ¿Así?, entonces imagino que usted está más al corriente de las cosas que ocurrieron en este lugar, por el cual quedó en el abandono y por tales motivos se convirtió en un hospicio de niños y adolescentes – pregona el prelado con altivez, quedándome atónito de su respuesta.
-          Sinceramente no. Hace muchos años salí del país y no sé nada al respecto, nunca llegué a tener noticias de este lugar – aduje – mas aún Padre, no voy a mentirle, si bien esta tarde caminaba por estos entornos y me acerqué a la puerta de este edificio, mis intenciones eran preguntar si aún habitaban los antiguos moradores, al parecer estoy equivocado, y bueno no sé si es mucha molestia de mi parte, pero usted no sabe algo al respecto, me sorprendió cuando dijo que yo estoy más al corriente de los hechos sucedidos en esta casa. ¿Qué paso en esta casa, Padre? – pregunto
-          Hijo. Aquí ocurrió un crimen – indicó impertérrito – al parecer los antiguos habitantes de la casa tuvieron una vivaz discusión. La policía, en ese tiempo, te hablo alrededor de cinco años aproximadamente, encontraron dos cuerpos en estos corredores, un hombre y una mujer de mediana edad tendidos en el suelo del pasillo, comentan, que un ácido y repulsivo olor empezó a impregnar el ambiente del barrio, cual salía de estas paredes llamando la atención del vecindario. Llamaron a la policía, ingresando en el inmueble, encontraron dos cuerpos en total estado de putrefacción, con varios días trascurridos de su fenecimiento. Fue una noticia rimbombante, conmovedora, las investigaciones sacaban ingentes conjeturas, convocaron a la policía criminalística, y se hicieron todos los procedimientos concernientes a ley. La investigación indicó en la autopsia que fue a causa de un envenenamiento, y que no se tenía ninguna prueba palmaria que explique la causa del hecho y mucho menos al autor del delito. Plantearon un homicidio suicidio pasional de la pareja, hasta el ingreso de un malhechor en el domicilio, sin embargo, no se llevaron nada de valor de la casa, otras noticias afirmaban que un familiar de ambos, al parecer la hija cometió el atroz delito. Nunca supieron de ella, ya que los vecinos adujeron que era una muchacha mustia y escurridiza, se conminó en su búsqueda, ya que desapareció intempestivamente, pero hasta estas fechas no se sabe su paradero – frena su relato por un momento – hijo, cuando tú preguntabas por los antiguos habitantes del lugar, ¿hablabas de ella por si acaso? – cuestiona de refilón, quedo estupefacto sin lograr responder nada.
-          Miré padre – respondo – no estaba enterado de nada. y quedo pasmado del incidente que comenta, sí, tuve en mi adolescencia cierta relación de amistad con la chica que vivía en este lugar, pero eso no se apartaba de salidas a comer, caminatas en conjunto con otro amigo, pero, de saber de la vida casera al interior de esta vivienda, le mentiría al decir que estaba al tanto, me aflige saber que semejante hecho haya ocurrido y no me enteré. Pero padre aun hoy ¿no se tiene certeza de los hechos? – pregunto, con el corazón acelerado
-          Que te puedo decir hijo, también supe de esto a través de las noticias y las casualidades que la divina fortuna proveyó años después. Jamás imaginé que este lugar sería transferido a la Orden en mutuo convenio con la municipalidad para asilo de mis pobres niños huérfanos. Se supo que después de la indagación de los hechos, la casa quedó abandonada y proscrita sin ser reclamada por familiares interesados, pasaron algunos años, las paredes comenzaron a derruirse y ser instalación de malvivientes que eran los únicos que se atrevían a pisar sus corredores y rellanos en virtud que consideraban a esta casa vetada para vivirla por ser testigo incuestionable de un homicidio. Por lo que antes que ser destruida y trasferida a la comuna, se decidió darle un uso social de acogida, por lo cual después de una amplia reforma de los interiores se instauró hace dos años el Hogar de niños y adolescentes “San Isidro” – comenta.
-          Entiendo Padre. y gracias por la información transmitida, me voy conmovido, sobre todo que este hecho aún se encuentre en la impunidad, empero, que ahora sirva de un hogar para los más necesitados es una salvedad muy favorable, al fin de cuentas.
-          Si hijo, estás en lo cierto, pero en esta vida o en la otra todo hecho se cancela hijo mío, todo se aclara con el tiempo – mencionó. Me aprestaba a retirarme, me levanté de la silla, me agaché un poco para darle la mano al párroco, sin embargo, el me indica lo siguiente:
-          Mira hijo, talvez esto te pueda servir de algo, dame un minuto
-          Que cosa padre – digo. En tanto veo que el sacerdote busca en las cajuelas de su amplio escritorio, tantea las gavetas – profiriendo- donde guardé esas cosas, mmm, esta memoria me traiciona a veces. Ah ya sé, está aquí – se levanta, se acerca a una vitrina – sabes cuando estuvimos en proceso de limpieza de este edificio ya no hallamos ningún vestigio de que aquí haya ocurrido un homicidio. Parecía una casa vieja cualquiera que necesitaba una mano de pintura, y alegría, por lo cual decidimos pintar las paredes con esmero y tonos coloridos aptos para la convivencia infantil, en ese periplo encontramos muchas cosas, sobre todo en las paredes, los muebles viejos y el tumbado de los cuartos, en este cuarto recuerdo había estos documentos, libros que la policía no se llevó – me muestra una caja – y bueno talvez encuentres algo que te sirva, si realmente te interesa saber sobre aquella amiga de tu adolescencia – mis ojos casi salen de sus cuencas al ver ese pequeño tesoro – si quieres puedes llevártelo, aquí está en condición de sobra y si nadie reclama por ello, tendrá que irse a la basura lo más antes posible ya que tengo muchas cosas y ese caja solo ocupa un lugar en esa vitrina donde puedo darle un mejor uso. Vamos chico, llévate esas cosas, total la fiscalía ya archivó el caso, y bueno quien sabe talvez tú encuentres en esos papeles algo que ayude a resolver este enmarañado asunto. – sonríe, mientras me entrega el cartón en las manos
-          Está bien Padre, muchas gracias. Me llevaré la caja – me despido con gratitud y una sonrisa falsa, abandono la casa apresurado, abro la puerta de la vagoneta, enciendo el motor, y arranco despedido como un cohete sin rumbo fijo de ese barrio.

***

No consideres que ésta es una crónica policial latente y solicite reabrir formalmente la causa del crimen sucedido en tu domicilio, imagínate, que, por alguna extraña razón, había encontrado entre los objetos que contenían este cajón una pieza valiosa del entramado incompleto de la fase de investigación y mi agudísima observación ayude definitivamente a resolver el hecho. Y ¡boom!, te espera la cárcel, porqué que tú eres la asesina de esas dos personas: tus padres. Nada de eso sucedió.
Me limité a llevar el arcón polvoriento a mi habitación. Ahí, descubrí que solo era un resto de basura, y por resuelta circunstancia la policía decidió descartarla como parte constitutiva de pesquisa: publicaciones viejas de periódico, libros de poca monta y tebeos de belleza y viajes, que no transmitían ningún dato que pueda facilitar tu búsqueda, un puñado de hojas sueltas con ejercicios matemáticos a medio resolver, trigonometría, cromos de cantantes, sobres manila rasgados con el rotulo de las revistas de viajes que seguramente te llegaban mes a mes, no había nada de interés, no obstante, por mi cerebro, nunca rondaron posibilidades de ideaciones que te configuren como la causante de un crimen, tenía en mi poder solamente una cosa, dar por culminada la última voluntad de Miguel y quería cumplirla.
Ya había indagado a mis escasísimas amistadas, oteado redes sociales y datos oficiales de tu residencia actual y no había nada: eras una ciudadana con paradero desconocido, por lo cual, mirando ese puñado de libros, hojas y sobres enrevesados y polvorientos, anoté el número de casilla de correo asignado a tu nombre que se encontraba escrito en los sobres manila, ya no necesitaba vivir esos momentos de lástima y el oprobio a acrecentarse. Miré la hora, era tarde, seguramente el edificio de correos estaría cerrado; la congoja de no querer saber más de este asunto se adueñó de mí, tiré el contenido del cajón a la basura, cerré la puerta de mi cuarto con llave, saqué la fotografía y en su reversó comencé a escribir.
Aquellas palabras desbordaron sentimientos inconfesables en su reducida escritura, las lágrimas caían fugazmente y no paraba de preguntarme que hacía yo en aquel instante. La vida no había sido lo que imaginábamos, y qué supuestamente estamos esperando con el pasar de los años, la construcción de nuestro proyecto personal: ser grandes profesionales, padres de familia, prósperos en los negocios, viajar alrededor del mundo, escribir un libro, convivir con el ser amado. Grandes retos que te impulsan a vivir, pero, la vida te demuestra que otros son los conductos por donde opera su verdadero cauce. no pude dormir con tranquilidad aquella noche, fui asaltado por imágenes y reminiscencias catastróficas, no prefiero explicártelas, porque ya no tiene sentido hacerlo.
Al día siguiente, a primeras horas me dirigí al correo, mandé la fotografía en un sobre certificado a la dirección de la casilla que anoté el día previo; para mi extrañeza, la encargada de recepción no advirtió nada ajeno que asuma la caducidad de esta casilla, me planteé la idea que todavía la tenías en uso y eso me llenó de alegría, salí del edificio de correo, más tranquilo. Abordé el automóvil prestado de mi padre y salí rumbo donde se originó este exabrupto frente al frontis de la casa: la banqueta donde Miguel y yo esperábamos sentados para verte, aunque por unos instantes, sabernos enamorados de un rostro, una grácil figura, unos pasos cadenciosos, una idea grandilocuente y hasta a veces atolondrada qué fue sentirse enamorados y en silencio. Tuvimos diez y seis años y tú diez y siete, y todo parecía salido de un cuento o un programa de televisión americana, ahora Miguel está muerto, y tú quien sabe feliz viajando por el mundo como siempre deseaste hacerlo, o con algún magnate banquero o prófuga de la justicia, este último no quiero imaginarlo, pero es mejor verte en esa condición que muerta.
Sé que en el contenido del revés de la fotografía coloqué una última voluntad: “para estas tres personas muertas”, quiero que me disculpes, anoche fui secuestrado por la tristeza y el abandono y un dejo de dramatismo me encauso a escribir esas palabras, sin embargo, guardan algo de certeza, Miguel falleció y el dolor da la pérdida de un amigo es algo inevitable, tú desapareciste hace mucho de mi vida y desde el momento que abandoné el país y no quise saber más nada de ti, siempre supe que en el viento te  podías quedar, y así fue, por lo que el título de fenecimiento ya lo tenías merecido desde aquellos años, en cambió yo, seré el tercero, no porque voy a morir o algo por el estilo, pamplinas, empero, dentro de unos días regreso a la Argentina y no pienso retornar al país, eso sí es definitivo. Mi familia tiene su propia dinámica y no ingreso en ella, ya no pertenezco a este lugar, ciudad que en un tiempo pasado retrató una bonita parodia que hoy termina con una sencilla despedida desde el lugar donde empezó todo: sentado en la banqueta frente a la casa de fachada amarilla con balcón antiquísimo, hoy blanca y atiborrada de huérfanos.  

A Janeth.



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