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EL BARCO VIKINGO

«Me haré a la idea de que te soñé –dijo-. Porque la verdad es que te conozco de vista desde hace mucho tiempo, pero me gustas más cuando te sueño. Entonces hago de ti lo que quiero. No como ahora que, como tú ves, no hemos podido hacer nada.»

Juan RULFO, "Un pedazo de noche" (fragmento)

 

Todo el curso estaba enamorado de ella: La “Morocha” Ramírez. Una morena fantástica quien hacia las delicias visuales de los mozalbetes que babeábamos a su alrededor. Sobre todo el “Colorado” García, el rezagado, el más grande de la clase; dicen que un año atrás, cautivado por la belleza de la Ramírez que arribó al colegio, decidió aplazarse en la mayoría de las materias y perder el año y así estar más cerca de Dayana, como se llamaba ella, la morena fantástica, para así poder contemplarla desde los últimos pupitres del curso donde acostumbraba sentarse el  pelirrojo y caer hipnotizado a los gráciles ademanes y la soltura del azabache cabello de Dayana cuando levantaba el brazo y respondía presente con su aguda voz la lista de asistencia.

Lo confieso. También me rendí a su belleza y su presencia diaria en el aula, no obstante, sufría de una cobardía crónica y como era de esperar formaba parte del escuadrón de estudiantes de mitad de tabla, relegado por mi propia inopia e intrascendencia, mi nulo carisma, como el escaso interés en los estudios y los deportes; digamos que era uno más del montón del segundo curso “B” de secundaria del Colegio Nacional Junín

Desde esta gestión, el establecimiento cambiaría su filosofía de admisión, debido en parte a las nuevas políticas educativas instauradas en el país que obligaban a todas las unidades educativas la apertura de una población mixta estudiantil y dejar de lado viejas prácticas androcentristas basadas en categóricos prejuicios históricos de colegios que se guardaban el derecho de recepción a gusto y siniestra de un estudiantado homogéneo y sectorial.

 Los cientos de años de hegemonía masculina del colegio Nacional Junín quedaron defenestrados con el ingreso de mujeres estudiantes en sus claustros, lo cual no fue visto con ojos de aprobación por un buen número de padres calculadores y herméticos quienes se manifestaban reacios a estas transformaciones, sin embargo, para nosotros, los bisoños estudiantes caía de perillas, el tener en mente que pronto el curso estaría conformado por hombres y mujeres; los nervios de una nueva fisonomía de trabajo nos embargaba, ya iniciaría el año académico y pronto las conoceríamos.

Todo comenzó en segundo de secundaria. La espera fue interminable, ansiosos, parapetados en nuestros pupitres, en acechanza a las nuevas compañeras. No veíamos a las mentadas alumnas. Éramos 25 varones sentados como monos inquietos en los asientos bipersonales. El director del colegio ingresó en el aula con su adusta fachada y su traje marrón plisado, la acompañaban cinco muchachas tímidas ataviadas con el uniforme de lunes detrás suyo. La presentación fue breve, el director hizo hincapié en el trato igualitario para con ellas y la camaradería que debería reinar en el curso desde este momento, ya que entraba en vigor una nueva estructura de enseñanza con una población heterogénea y múltiples acciones en favor de la nueva educación; se veía en el rostro de la autoridad máxima del colegio cierta incertidumbre, prefirió no decirnos nada al corriente y salió del ambiente sin antes solicitarnos que recibiéramos con un fuerte aplauso a las nuevas integrantes del segundo grado de secundaría, quienes pasaron al frente de salón a decisión del profesor de turno para presentarse y recibir la bienvenida formal con el temor natural de unas adolescentes de 15 años.

Las chicas se llamaban: María Arispe, Andrea Córdoba, Ilsen Quispe, Dayana Ramírez y Vera Zarate, muchos compañeros les importó un cacahuate su ingreso, otros  las calificaron con miradas ríspidas bajo el supuesto que de ahora en adelante ya no podrían portarte de forma descortés y algunas actividades intimas de hombres quedarían vedadas o a juicio de las advenedizas, muchos (entre los que me adhiero) posaron la  mirada  desde el primer día sobre Ilsen y Dayana, las mas lindas del grupo, quedando embobados por sus figuras sobresaliente y sonrisas tímidas, nos depararía una aventura conocerlas a todas, las clases debían iniciar, el año calendario correr y aceptar que el curso sería un mezcla de hombres y mujeres, quienes, tendríamos que rendir un reto en un nuevo escenario, el reto de madurar y exponer nuestros primeros sentimientos a flor de piel de forma demudada o exclamada sin derecho al llanto por una inclemente ruptura de corazón.

Como todo nuevo año de un curso y sus experimentales formulaciones, fue un año de prueba, en mi calidad de estudiante ignorado, veía desde mi banca los cambios que se suscitarían, comenzando por el clima coloquial que inesperadamente mantuvo su naturaleza; las nuevas estudiantes se adaptaron sin miramientos, desde el rigor del plantel docente a los chascarrillos de los bromistas del curso, como así, dieron férrea lucha a los corchos del aula, sobre todo María Arispe que desde el primer día sentó precedente de formalidad al adueñarse de uno de los primeros  pupitres del salón posesionándose de ese lugar hasta la culminación de la gestión. De inició hizo conocer su actitud responsable y circunspecta sobre su formación académica, llevaba nota de todos los detalles ocurridos en clases trasuntados en sus cuadernos pulcramente forrados, jamás dejaba llevarse por las barahúndas en conjunto, su compromiso y competitividad era con ella misma ya que no vio en el resto de estudiantes un competidor que le diera talla. Notaba un dejo de soberbia en la Arispe, lo qué sí es que a la mayoría de nosotros no nos interesaba, si bien era inteligente, su egoísmo académico y su nariz en forma de chuño no era de importancia en la mayoría de los varones del aula.

Andrea Córdoba era un chiste. Lo contrario a Arispe, regordeta y con una risa varonil que destemplaba los oídos, estaba convencida que era “uno” más del curso y no se amilanó a las insinuaciones o toscos comentarios sobre su aspecto, cuales bullían en corrillo. La llamábamos “Gordoba” y su dedo corazón era una respuesta inmediata como un arco reflejo a sus interlocutores, su catálogo de crepitantes insultos hacía que los demás callásemos y la respetemos a un nivel de franqueza absoluta, ella se hizo una participante activa de las travesuras en el colegio, una más en nuestros torpes juegos como el salto de león o el chorro morro, me encantaba verla maldiciendo a los profesores o atascar virutilla o trozos de madera en los candados y no pasar clases en las aulas congestionadas y sobre todo salir ilesa del castigo de los maestros con la falacia de un mimetizado rostro de cachorra que ponía en duda sus diabluras.

Ilsen Quispe rompió corazones de entrada, al igual que Dayana tenía un físico longilíneo y privilegiado, no  obstante, en ella era notoria la adelantada metamorfosis de su ex cuerpo de niña al de una mujer en desarrollo y consolidación corpórea, si bien, venía la mayoría de los mañanas con la chompa del colegio y un jumper hasta las rodillas o unos pantalones jeans sueltos, eran evidentes las portentosas curvas que afirmaban sus caderas y contoneaban sus carnosas piernas demostrado su espléndido trasero que dejaba sin aliento a los núbiles ojos del resto del aula, ella lo sabía y su astucia en el uso de su meliflua voz y su sensualidad hizo que muchos babosos forjaran enormes encargos a su favor, por el solo hecho de recibir un saludo cariñoso o un abrazo que pagaba en bolsa por hacer una tarea o invitarle una gaseosa en el recreo, era linda la muchacha, no lo niego, pero su actitud ligera no era de mi agrado, y quién era yo para opinar en ese tiempo, era un  fantasma, seguramente no supo mi nombre hasta finalizado el año, ya que se limitada a saludarme con un hola frio como mortadela guardada y para mi amarga suerte no me regalaba su dadivosa sonrisa que recibían sus fans y menos la media vuelta de popularidad que ponía en evidencia su arma de destrucción masiva de estudiantes y profesores del género masculino.    

La Vera Zarate, no hay mucha que decir, sus silencios prolongados y el recalcitrante rechazo a las actividades en grupo hizo pensar que era una estudiante con síndrome de Asperger, con el tiempo supimos que lamentablemente vivía una pesadilla en su casa, era víctima todos los días de un suplicio sistemático que formó de ella ese ser marchito con escasas habilidades sociales, no terminó la secundaría ya que tuvo que abandonar el colegio cuando su madre falleció por un feminicidio perpetrado por su padre, Vera y su hermana se trasladaron a vivir con una tía en la ciudad de Santa Cruz. Nunca más supimos de ella

Sobre Dayana Ramírez, tengo el deber de admitir que a titulo personal fue una piedra en el chorko zapato que llevo como corazón, como todo adolescente en ciernes, mi vida se circunscribía a un reducido mundo donde la televisión, mis padres, los juegos de video y mi gusto por los libros mantenían en equilibrio mi cotidianidad, empero, desde la llegada al colegio de Dayana, una extraña sensación se apoderó de mi cerebro como nunca antes lo había sentido, si bien, intentaba comportarme lo más objetivo posible, como si no ocurriese nada, no tenía la valentía de acércame a ella y conocerla con mayor detenimiento, tuve que soportar estoicamente el bramido de mis impulsos sentimentales, pensaba que diluyendo mis emociones  en variopintas actividades lograría que me olvide de ella, pedí a mis padres inscribirme en cursos o talleres extracurriculares y ocupar mi mente en algo útil, ese año llevé desde cursos de gastronomía a robótica, debo apuntar que aprendí mucho y también me ayudo a refrenar mi llanto y mi visión pusilánime que había albergado en mi interior por el sentimiento que emergía por mi compañera de curso, quien la veía a diario y a quien  pensaba que era absolutamente inalcanzable para mis mellados sentires.

Del resto del curso podría decir que muchos tenían similares emociones intricadas a la mía, Dayana poseía a Ilsen como intima amiga, así que era común denominador verlas juntas la mayor parte del tiempo, desde compartir el asiento en clases a ir al baño acompañadas. Al menor descuido de Ilsen algún devorado por la pasión por su álgido sentimentalismo se lanzaba en picada y se acercaba a ella con fines distintos a los que clama el compañerismo en el colegio. Es de lamentar que una gran mayoría de estos kamikazes fueron rechazos abruptamente por dos simples razones: la primera. Ella no tenía intenciones de modificar la estable estructura que se había instalado en el curso, en el cual no daría por aceptado el cambio de rol de sus compañeros de grado a una relación distinta, y segundo: que Ilsen su guardaespaldas personal con culo de vedette estaba a un tris de vigilancia y desalojo de los zombis enamorados que éramos muchos en el curso y el colegio en general.  

No obstante, hasta las mas cotizados rostros, sonrisas y piernas, estos pierden su brillo por el decurso del tiempo, pasó el año, cual aprobé sin pena ni gloría y las vacaciones de fin de año darían bienvenida a nuevas rutinas y nuevas pasiones, dejaría de verla y sentir su cercanía, esperaba ese descanso pedagógico con paciencia para viajar donde mi abuela al campo o ser el esclavo de la limpieza de la casa, tomando en cuenta que era el hijo mayor en el hogar.

Recibí el receso con alegría y sosiego, sin embargo, hasta las vacaciones tienen un final, pasaron las fiestas navideñas y las comilonas de fin de año, comenzando nuevamente una gestión escolar, las inscripciones estaba abiertas para un nuevo año de clases y debíamos presentarnos a un curso inmediato superior que en el caso mío sería el tercer curso de secundaria.  Tenía muchas dudas si estaría preparado de ver a Dayana nuevamente con ojos de enamorado.

***

Cual grande fue mi sorpresa, al ver a un nuevo compañero en el salón, un sujeto con el cabello ensortijado y rojo se sentó en los últimos pupitres del aula, masticaba un chicle con la  boca  abierta insinuando un molesto ruido como si fuese un oso pardo despedazando un salmón, al  igual que un oso este muchacho era enorme, con una musculatura diferente a la cuadra de alfeñiques que conformábamos, no era agradable su presencia en el curso a raíz que ya lo conocíamos de años previos y su reprobable conducta que tenía con otros estudiantes hizo que lo tildáramos de acosador escolar y golpeador a sueldo.

Su presencia era atemorizante, no obstante, su semblante cambió de forma rotunda cuando Dayana llegó al curso minutos atrasada con la vergüenza de la tardanza en su rostro; traía una nuevo look, se había cortado el pelo, el cabello lacio y renegrido con un corte en degradé, era sublime, su belleza no precisaba cánones, su enorme sonrisa y el saludo con sus amigas, fueron el detonante para despertar una vez más mis pusilánimes sentimientos, moví la cabeza, no lo lograría, mis miedos sin razón emergían, y para el colmo de males, al girar la cabeza y ver el rostro desencajado del “Colorado” García perdido en la figura de la morocha, contemplé una nueva posibilidad: aquel enorme Neanderthal con pelo rojizo estaba al igual que yo y muchos otros perdidamente enamorado de Dayana, avizoraba que este año sería un funesto descalabro.

Si bien Dayana no tenía la piel negra como una africana, empezó a llevar el pseudónimo de morocha cuando por decisión unánime se la nombró representante para la elección de Miss Deportes del colegio. La ceremonia se llevaría a cabo en la segunda cancha del edificio, ella se negó en un principio, pero tuvo que aceptar a regañadientes a la aclamación popular y la inteligente propuesta del profesor de educación física que convalidaría su participación como la evaluación final de su materia.

Llegó aquella jornada, estábamos atentos y apiñados en las graderías con el resto de estudiantes de secundaria que entre vítores, pompones y griteríos esperábamos el desarrollo de la competencia de belleza. La música empezó a sonar, la cumbia y el reguetón subyugaba el ambiente, coros polifónicos y estridentes se cantaban y bailaban al son de cacofónicas melodías, una voz contundente invitaba a los estudiantes a ubicarse en sus lugares asignados por cursos; el evento estaba por comenzar, primero pasaron las estudiantes de primer año, chiquilinas ataviadas en  medías largas, pantalones cortos y poleras de equipos de futbol, les había tocado a todo el grado representar la disciplina de balompié, luego continuaron las representares del segundo grado, ellas debían demostrar la estampa de una basquetbolista, llevaban ceñidas mallas deportivas al cuerpo con pantaletas cortas que dejaban ver sus acrisolados atributos, eras atractivas y como si fuésemos jueces ya empezábamos a sacar apuestas de quienes pasarían a la segunda ronda del certamen. Esperábamos ávidos el ingreso de Dayana. Le tocó el turno al 3er grado, nuestro nivel, debían emular la disciplina de voleibol, primero atravesó por la improvisada pasarela la representante del 3ro “A”, posteriormente mis nerviosos escamoteados y mis dilatados ojos no dieron crédito al ver la figura de Dayana a la espera de su ingreso, llevaba un conjunto totalmente blanco contrastando con su piel aceitunada: un top  níveo, una vincha en la cabeza, unas rodilleras acolchonadas y unas calzas albas que denotaban la firmeza de sus nalgas, su sonrisa emergía cautivadora a las fanfarrias del público, todos aplaudían, yo me atragantaba con la saliva y mi corazón estaba por estallar de verla en frente de todo el colegio hermosa y sugerente, radiante y segura, en su plenitud, muchos comenzaron a murmurar: “que linda la morocha”, “ella va a ganar” “tiene un rostro lindo y su cuerpo es atlético”, y otros comentarios; ganó como era de esperar, pero, de forma subterránea e inconsciente a partir de ese triunfo categórico, la mayoría de los estudiantes del colegio desde aquel día la comenzaron a llamar la “la morocha Ramírez” tanto por sus atributos físicos, el tono de su piel y su cadente caminar.

Las miradas lascivas la devoraban desde aquel día, considero que quedo teñido en sus retinas la imagen de la morocha con esa sexy prenda de voleibolista, los silbidos y piropos se incrementaron en los recreos, eran reiterativos y molestos para ella y la gente de su cercanía, los profesores acallaban estas inconductas, que fueron aminorando con el paso de los días, sin embargo, un nuevo y gran problema se estaba incubando en el ideario mental de un reprimido enamorado: El “Colorado” García.

Su reducido raciocinio contrariaba su rostro y ponía en evidencia las tribulaciones y celos infundados que denotaba sobre Dayana, encarnado de ira en contra de todo aquel que chiflaba o hablaba de ella, rumiaba de rabia e impotencia al verse apabullado por una ingente cantidad de ojos que apreciaban a quien él consideraba una piedra preciosa en esa decadente mina. Doy fe que al igual que él, relamía las heridas de no ser alguien en el corazón de Dayana, pero conocía mi lugar y mi situación como así caló con profundidad la enseñanza dada por mi padre que un día viéndome agobiado y silente en el jardín me expresó: “hijo, tranquilo, no apresures las cosas, todo tiene su debido tiempo y lugar. Ten un poco de paciencia y fe y verás como va a llegar todo a tus manos y a la medida de lo que tú eres y deseas ser”. Me ayudó mucho esas palabras, sabía que era un adolescente, alguien que pronto se convertiría en adulto, con estudios universitarios, una novia y quien sabe muchos proyectos a cumplirse, sin embargo, notaba que el Colorado García estaba perdido en un escabroso túnel de desentendimientos que le llevaría a cometer hechos nada agradables en contra de Dayana, por el cual, como sanción ejemplificadora fue expulsado del colegio y las medidas policiales activadas por la familia Ramírez no permitirían el acercamiento de este sujeto a su hija por mucho tiempo si no quería éste ingresar a una correccional de adolescentes en conflicto con la ley por contravenciones a medidas legales estipuladas.

Pero… ¿qué es lo que pasó realmente.?

Aquel muchacho al finalizar las clases comenzó a seguirla, las primeras oportunidades de forma sigilosa y tímida, ya en el colegio no paraba de contemplarla como un tótem, ulteriormente inició una serie de instigaciones a través de llamadas anónimas a su teléfono domiciliario, cartas morbosas, y asentamientos en la cuadra de su vivienda, el número de celular de Dayana recibía mensajes desesperados y fuera de lógica que asumían que el sujeto que mandaba dichos audios o comentarios tenía alguna falla en la cabeza, mandaba peluches y flores sin tarjetas de remitente, pero sobre todo agredía verbalmente y atemorizaba a todo aquel que pretendía acercarse a Dayana; ella comenzó a tener mucho miedo, y se sentía insegura, necesariamente pedía a Ilsen que la acompañase a su domicilio al salir de colegio por el temor de ser acorralado por García, este infortunio fue de conocimiento de los padres de Dayana, quienes alarmados, llamaron a la policía y dirección de colegio solicitando la inmediata expulsión de García bajo los argumentos de protección de su hija e insanidad emocional de parte de aquel obsesivo adolescente.

La decisión administrativa del colegió asumió el comportamiento de García como una falta gravísima por lo cual fue expulsado del establecimiento con conocimiento de sus padres, recomendándoles que su hijo debería recibir tratamiento psicológico con prontitud, a raíz de ser una bomba de tiempo y que podría explotar en cualquier momento si no recibiera la orientación necesaria.

Fueron semanas difíciles para Dayana y nuestro entorno estudiantil, las llamadas de atención llovieron sobre el curso, nuestros ánimos y hormonas debían acallarse si queríamos salir indemnes, pero el corazón no escucha los reproches; mantenía latente mis sentimientos sobre ella. Este suceso me enseño que no debía actuar como un atarantado si quería acercarme a ella, debía esperar con la paciencia de un guerrero que lamentablemente no la poseía.

***

Una mañana la profesora de literatura ingresó al salón con ánimos encendidos; de entrada, con su cara jocunda dijo con fuerte voz:

- ¡Bien chicos! para esta semana vamos a prepararnos para el evento del día del libro, así que decidí que van a trabajar por parejas para la actividad externa del 24 de abril.

- Noooooo – respondimos en coro

- ¡Como no alumnos!, me sorprende, si será la tarea más linda del mundo - explicó

- Nooooooo – reiteramos nuestra empecinada respuesta

- Vamos, ¡ánimos!, lo que haremos será exponer sobre un escritor nacional, su biografía y obra. Ya cuento con el listado de nombres de los escritores bolivianos para la feria literaria, por consiguiente, voy a conformar parejas de trabajo, así que, sin excusas llamaré lista alternando los apellidos del inicio intercalados con los últimos del registro, así que atentos.

- Arancibia y Zanabria

- Presente. Presente - Respondieron poniéndose de pie

- Muy bien, a ustedes les tocó Nataniel Aguirre, anótense chicos

- Arce y Torrez

- Presente, Aquí

- Ustedes hablarán sobre Raúl Botelho Gosálvez

- Arispe y Tardío

- Aquí estamos profesora

- Excelente, disertarán la obra de la poetisa Blanca Wiethüchter, tomen asiento.

- Barrientos y Sossa

- Presente. Presente – pronunciaron al unísono

- Bueno, Barrientos y Sossa deben presentar al maestro Jaime Saenz

- Cardozo y Sarmiento

- Aquí. Aquí profesora

- Me encantaría que expongan sobre Matilde Casazola

- Córdoba y Salamanca

- Presente profesora, Aquí profe

- No podemos olvidar a Oscar Alfaro, tienen mucha suerte que les tocó el magnífico escritor tarijeño

Continuaba la maestra con la elección de parejas y el autor asignado para su representación, muecas de resignación y consentimiento sobresalían entre murmullos y risotadas, no me di a la molestia de calcular quién me tocaría para afrontar esta tarea, continuó el listado y escuché mi apellido. Me puse de pie.

-Gonzales y Ramírez

- Pre pre presente – respondí tartamudeando.

- Presente -una voz fina provino de las bancas de adelante

- A ustedes les tocó Pedro Shimose el escritor beniano

 Quedé perplejo, moví la cabeza donde ella se hallaba, vislumbre su atenta mirada en mi rostro, insinuó una sonrisa aprobatoria y mis mejillas comenzaron a enrojecer como dos tomates maduros, asentí con la cabeza con un conato de reciprocidad, al sentarme un sudor frío bajaba por mi espalda, había pasado un año y varios meses y ésta sería la primera oportunidad que tendría de interactuar con Dayana.

Se avecinaba una actividad mayor en la materia de literatura, consistía en la preparación y exposición sobre los escritores bolivianos consolidados; el azar del destino me permitiría concebir un trabajo con Dayana fuera del aula. Al concluir la asignación de todas las parejas, la profesora hizo énfasis en este evento, sería de orden público para todo el colegio, estarían presentes el director, el plantel administrativo, los docentes y el alumnado en general, se llevaría en el patio principal y los stands de exposición deberían demostrar una solidez y creatividad que el colegio Nacional Junín demandaba, por lo tanto, la prolijidad del trabajo debía ejercerse con responsabilidad desde ese momento. La maestra solicitó a reunirse las parejas conformadas y comenzar a trabajar sobre la estructura de presentación, en vista que faltaba siete días para el aniversario por el día del libro, fecha determinada para la feria.

Dayana se acercó a mi pupitre, mi compañero de banca se había retirado con su dupla, comencé a ponerme nervioso, me saludó con la mano y dijo:

-Hola. ¿Puedo sentarme?

- Claro, toma asiento – respondí

- ¿Conoces a Pedro Shimose? Yo la verdad no – exclamó

- Yo tampoco -pronuncié- sería bueno que vayamos a la biblioteca del cole, ¿aunque? conociendo los escasos libros que hay en sus estantes no creo que encontremos nada

- Tienes razón -musito- ¿y si nos reunimos después de clases en tu casa o la mía y buscamos en internet y así también hacemos los dibujos y las cartulinas para la exposición?

- Me parece una buena idea- contesté. ¿dónde lo hacemos?

- Ven a mi casa mejor, mis papás desde el problema con García no quieren que vaya a la casa de otros compañeros, pero sí podemos hacerla en la mía ¿te parece?

- No hay problema -dije con una sonrisa

- Muy bien, ¿el miércoles en la tarde quizás? – preguntó replicándome otra sonrisa

- Está bien. - confirmé

- Bueno, vivo en la calle Batallón Colorados N°192 ¿te ubicas? es por la zona Noria Alta

- Ah sí conozco esa calle – respondí, no solo conocía la calle, sino sabía la ubicación exacta de la casa de Dayana con anterioridad.

- Entonces te espero a las 3, no te olvides traes algunos materiales, te parece dos cartulinas y si puedes, baja algunos datos del autor de internet y puedes traerlo impreso para que lo dibujemos o peguemos su imagen, su obra y algunos detalles, ¿está bien?

- Perfecto – dije finalizando la exigua conversación, Dayana se retiró y me quedé como un ente sin luz en la plenitud de una galaxia mirando alejarse una estrella.

***

Esperé la llegada del miércoles como un proscrito de mis restantes obligaciones, después de regresar del colegio, almorzar como un ganso a trompicones, tenía los materiales alistados en una bolsa negra y mi mochila, me acicalé frente al espejo peinándome el cabello untándole gel en exceso, me apresuré al salir de mi casa gritando que iba a la casa de mi compañera Ramírez a terminar el trabajo práctico de literatura.

Debía atravesar media ciudad para llegar al barrio Noria Alta, tomé el micro que me dejaba a pocas cuadras de su domicilio, bajé del bus, caminé hasta la calle Batallón Colorados, estaba frente a un portal de madera, tiempo antes había seguido a Dayana, por suerte ella no se dio cuenta de mi patológico acecho o ¿talvez sí?, toqué el timbre que tenía un intercomunicador, un vozarrón me consultó a quién buscaba, solicité a Dayana, un silencio cubrió mi espera. Se abrió el portalón, el padre de Dayana salió con un rictus pétreo frunciéndome el ceño, interrogándome a bocajarro:

- ¿Tú eres Gonzales? - Me espetó

-  Sí, ese es mi apellido -respondí tímidamente mirando el suelo

- Muy bien hijo, no te asustes, Dayana ya me informó que deben hacer la tarea para la feria de literatura ¿verdad?

- Sí señor – respondí

- Muy bien, ¡entonces a trabajar!, ella está esperándote en el estudio, te acompaño y dime ¿tú eres buen estudiante? – me preguntó

- Más o menos – dije moviendo los hombros

- ¿O eres como ese maniaco de García? – me atravesó una mirada inquisitiva

- No señor, dios me libere – aduje temblando un poco

- Espero hijo, espero, porque uno no sabe con quien se mete, bueno, se nota que eres un buen muchacho, ves esa puerta, es el estudio, pasa adelante, de un momento les traeré unos refrescos y sándwiches para que no sientan hambre

- Gracias señor Ramírez - respondí entrando en el ambiente señalado. Dayana se encontraba dibujando la imagen de un chino con facciones cambas en una cartulina pegada a una pared, farfulle un poco descomprimiéndome de la cercanía del señor Ramírez, me sorprendió ver a Dayana de espalda que despreocupadamente se acercó a mí, traía un vestido amarillo largo y floreado, me saludo de beso en la mejilla -quedé estupefacto- me explicó que su padre es una persona respetuosa y bonachona, que no tiene intención de juzgar a nadie, pero desde lo ocurrido con García quiere conocer con quienes tiene contacto su hija, le respondí que no se preocupada que es comprensible su inquietud y lo entendía plenamente.

- Bueno a trabajar, ¿trajiste algunos materiales? - preguntó

- Sí, encontré su biografía, y un PDF de un libro de poemas llamado “La mecánica de los cuerpos” en mi pendrive- manifesté

- Mira que interesante título, yo encontré retrato, por eso lo dibujaba en esta cartulina. Está quedando bien, ¿verdad? – interrogó, asentí con mi cabeza afirmativamente – también encontré su biografía y bibliografías, sabías que Pedro Shimose es beniano, nació en Riberalta, pero sus orígenes son japones.

- Si leí eso, es muy interesante, un japonés del norte del país que representa a Bolivia

- Sí muy gracioso, dicen que ganó un premio muy importante, creo que se llama Premio Casa de la Américas, fuera del país es un escritor reconocido, sobre todo en la poesía

- Exactamente

- Oye te parece que pongamos algunos poemas suyos en un papelógrafo y si es posible aprender de memoria algunos versos

- Me parece perfecto – respondí

- Ya que trajiste ese libro en tu flash, veámoslo en la computadora

-Ok, está bien - encendió el ordenador, esperamos hasta que se abriese el documento, se veía el nombre del poemario, hizo clic, el nombre tan llamativo del libro repercutió en el cerebro de Dayana, la portada denotaba dos ciborgs enlazados en un encuentro amoroso formando una torre metálica, nos pareció gracioso, pasamos las siguientes páginas, la carátula, el índice, el primer poema se denominaba de forma idéntica al título del libro. El texto quedó detenido en la pantalla, sin preámbulo alguno Dayana comenzó a leer el poema en su integridad, la escuchaba atentamente.

                                               LA MECÁNICA DE LOS CUERPOS

Acaricio tus formas
suaves
como dunas
que no hay;
beso tus pezones
                          enhiestos y rosados
como un amanecer.
Tu cuerpo, emblema
crepitante
              mi alma
                          tiembla
al puro estado de belleza.
                                       Tus ojos.
Reposa en ti el impulso
de una corriente
                        azul. Desciende
a mí 
tu voz.

La armonía
conquista los espacios
                                    del tiempo
                                                   inasequible.

Un incómodo silencio se apodero del estudio cuando Dayana terminó de leer el poema. La pronunciación: beso tus pezones, enhiestos y rosados, avergonzaba nuestros rostros, sobre todo el mío que no daba pie a articular una respuesta e imaginaba de forma paralela, en la sima de mi instinto animal, los nacientes senos de mi compañera. Dayana a pesar del pequeño bochorno que sentíamos, se adelantó y afirmó que el poema era bellísimo, con una profundidad envidiable en su redacción, si bien, su estructura era perfecta para plasmarla en un cuadro y el público podría leerlo en su integridad, éste nos traería una retahíla de sanciones de la profesora de literatura y Dirección, lo cual iría en contra nuestra, por tal motivo, sería prudente elegir otro texto, estuve de acuerdo con ella, regresamos al índice  buscando un título decente del camba nipón Shimose. Elegimos dos poemas: “La Doliente Quimera” y “Los Camaleones invaden las Catedrales”, quedando en aprendernos de memoria su contenido para declamarlos en la exhibición y obtener un puntaje decoroso en la materia.

Escribíamos los poemas en las cartulinas, pintamos los dibujos que había iniciado Dayana, imprimimos otros datos importantes en hojas de colores, el Señor Ramírez trajo refrescos y hamburguesas y nos felicitó del trabajo que hacíamos. Me di cuenta que Dayana era una mujer demasiado segura en su temprana juventud, distinta a mi voluble personalidad, bromeaba sobre mi cabello excedido en laca y mi timidez superlativa, yo me limitaba a sonreírle y bajar la cabeza cuando hacía algún comentario, me afirmaba que de tímido no tenía absolutamente nada, que ella me observaba en el colegio las travesuras que cometía y cual santo salía indemne o no era pillado por los maestros, reía de ello, me gustaba verla libre, amena, guapa ataviada en su vestido amarillo radiante y pomposa. Mientras cortábamos las hojas de colores para el letrero de la feria, ella hizo la referencia que había llegado un parque de diversiones a la ciudad con montaña rusa incluida y le encantaría ir, pero su padre no podía llevarla por el trabajo y no tenía permitido ir con otras personas, eso le fastidiaba, mi cerebro golpeada: ¡invítala, vamos no tengas miedo, dile que vaya contigo, no tengas miedo! y como un reflejo le respondí:

- ¿Y si vamos conmigo? – me arrepentí de abrir la boca, ella se quedó mirándome y una pícara sonrisa abarrotó su cara

- ¿Quieres ir conmigo al parque de diversiones? – me preguntó. Era un roedor en la esquina de una jaula, estaba atrapado, enmudecido, mi cerebro me decía: ¡vamos!, no tengas miedo dile que sí, dile que sí. no seas un idiota.

-  Ay no sé – respondí maquinalmente

- Cómo no sabes si dijiste vamos conmigo – contestó modificando la fisonomía de su rostro

- Es que…tú dijiste que no tenías permiso y…

- Sabes que podemos hacer – me interrumpió – mi papá mañana estará en su trabajo en la tarde y podría decirle que debemos hacer un simulacro de la feria de literatura en el colegio, que nos tienen que asignar el stand y demás cosas y es obligatorio la asistencia de todos los participantes, así salimos y nos encontramos en la puerta de la cancha de la Normal, donde se asentó el parque de diversiones y así podemos subir a los juegos, que te parece, ¿estás de acuerdo?

No sabía que contestar, jamás imaginé que ella sería la que me invité a hacer algo con ella, talvez invite a Ilsen al Parque, tomando en cuenta que ella es su mejor amiga, me importaba poco, ya nada era de mi interés, ni mi casa, ni el colegio, la feria del día del libro, Pedro Shimose, la mecánica de los cuerpos, todo tenía una importancia igual a cero, mi cerebro clamaba. ¡vamos! No tengas miedo di que sí, di que sí, está vez le hice caso.

-Estoy de acuerdo - respondí.

***

La cancha de la Normal quedaba en el barrio Surapata, lugar conocido por sus infames cantinas y calles empedradas, es un barrio tranquilo, pero donde se respira peligro, muchas noticias funestas ocurren en este vecindario. La treta estaba planteada, en casa también anuncié el falso simulacro de la feria cual debía asistir con premura, salí raudo, decidí caminar desde mi hogar al punto de encuentro pensando en que pasaría, con qué me enfrentaría, esta vez no  me puse gel en el cabello, llevé una gorra para protegerme del calor, no sé si llevaría el dinero suficiente, rompí la alcancía a escondidas sin contar las monedas, pensaba que sí se alargaba más este encuentro, las posibilidades de acercarme a Dayana se multiplicarían, el reloj marcaría las 3 de la tarde, me adelanté unos minutos para esperarla, esperaba en la puerta principal, no la veía por ningún lado, ingresé por el pasaje de tierra, se imponía a mi mirada un gigantesco escenario lúdico, los juegos mecánicos estaban en funcionamiento, veía la rueda panorámica y sus juiciosos enamorados en sus banquetas, el sombrero mejicano y los griteríos de los colegiales escabullidos de su turno de clases, el martillo estaba vacío y al parecer fuera de funcionamiento, el barco vikingo vislumbraba largas colas de jovenzuelos al igual que los autos chocones, la casa de los horrores y los espejos se sitiaban al fondo cerca de la montaña rusa la principal atracción de este centro de diversiones. Percibía los olores que provenían de las ventas de anticuchos y papas rellenas, el sonido de la música y su algarabía se fusionaban con la alegría y la corriente de gente.  Un mantra inconsciente maquinaba mi mente: ¡vamos, no tengas miedo!, ¡no tengas miedo!

Me impacientaba, sentí un roce sobre el hombre, di la vuela, era ella que se reía de mi cara estúpida, estaba hermosa traía una agraciada blusa rosada y unos pantalones jeans que definían su perfecta figura y una chaqueta en la mano, se disculpó su tardanza y me pidió que deje de verla con cara de idiota y me limpie las babas, me ruboricé, me tomó del brazo, y dijo:

- ¡Vamos Gonzales!, tenemos poco tiempo y quiero subirme a todos los juegos, no serás una mariquita ¿no?, tan rojo que te veo todo el rato me haces pensar mal – sonríe- ¿tienes miedo?

- ¡No! que va, allá está la boletería – respondí. No tenía miedo de los juegos mecánicos, tenía miedo de su cercanía, el roce de su piel con el mío, su sonrisa candorosa y mi perdición inexorable de un adolescente enamorado, no obstante, mi mantra inconsciente pergeñaba: ¡vamos, no tengas miedo!, ¡no tengas miedo!

Fuimos a la boletería ella pidió empezar en los autos chocones y el sombrero mejicano, compramos los tickets, estaba feliz, era una niña, se apreciaba que le fascinaban estos juegos,  una cola interminable presentaba los autos chocones, el sombrero mejicano estaba vació, nos apresuramos, entramos al lugar, cada uno en su lugar con el cinturón de seguridad, este juego me agradaba, Dayana estaba a mi lado me veía intensamente antes de iniciar el movimiento, comenzó a desplazarse y poco a poco las sonrisas se convirtieron en alaridos, el impulso de los columpios se incrementaba como en el tambor de un lavarropas, mis oídos zumbaban y me sentía mareado, no distinguía los gritos de Dayana, era una sensación extraña, pero agradable, comenzó a reducir el ritmo de las vueltas, mi corazón dejó de palpitar a galope, Dayana era una fiesta, excitada de alegría, salimos corriendo de este juego, me llevó de la mano, por suerte la cola de los autos chocones se redujo, subimos cada uno a un monoplaza, nunca antes vi a una chica golpear con tanta intensidad y encono que pensaba que su alegría se transformaría en una gusto sádico, terminó nuestro tiempo salí ileso a pesar de ser golpeado como una pera de boxeador, se abalanzó sobre mí nuevamente, me llevó a la boletería, compró cuatro ingresos, esta vez deseaba entrar a la casa de los espejos y a la de los miedos.

- Espero que no estés mintiendo y te mueras de susto cuando entremos a este lugar – me expreso

- No te preocupes – respondí. No había porque inquietarme, estos cuartos más que miedo me provocaban risa, sobre todo el cuarto de los espejos con las deformaciones que producían en el cuerpo, en cambio las casas de los horrores, rayaban en lo patético, el único horror a presentarse sería pisar una mierda de algún desubicado en el recorrido.

Ingresamos en ambos ambientes, salimos sin pena ni gloria con decepción, no necesitamos comentar al respecto, me pidió comprar unos algodones de azúcar, asentí con la cabeza, avanzamos al puesto de venta, adquirimos dos, podría decir que uno de los momentos de felicidad que tuve a lo largo de mi vida fue este pequeño episodio, ese instante donde la veía llevar los trozos de algodón  a su boca y su sonrisa sincera me henchía el corazón, ¿ese es el amor adolescente que predican los Best Sellers? Ese instante no lo cambiaría ni por todo el oro del mundo. Reíamos como dos tontos.

-Ahora quiero subir al barco vikingo – me indicó

- Dale, vamos – respondí – está vez yo pagó – complementé ufano

- Esta bien, y bueno, ¿es una cita no?, así que es tu deber – respondió y se sonrió, estaba atrapado a su encanto

- ¿Sabías que tu verdadero nombre es Diana? – le incoé

- ¿Perdón? – respondió a mi atrevimiento

- Sí mira, por que en realidad Dayana o Diana significa “luz divina” pero tu nombre es la pronunciación inglesa de Diana, por ejemplo la princesa Diana de Gales seguramente la viste en algún programa de televisión se escribe: “Princess Diana”, pero lo enuncian “Princess Daiana”, porque la “i” en inglés se pronuncia “ai” solo que tu nombre tiene la variación de la “y” con la “i”, pero, no  me hagas caso, soy un sonso al decirte esto, seguro ya lo sabías – me sentí como un cretino al mostrar un lado mío que ella desconocía, conocía  esos detalles de las revistas que leía, no quería estropear la tarde y sentí que metí la pata con ese comentario

- Te digo la verdad – me contestó- no lo sabía Gonzáles (me seguía llamando por el apellido) suena interesante, mi padre me contó de esa princesa que falleció ¿verdad?, debió ser una mujer importante para que todavía la recuerden, pero papá no me comentó esa similitud con mi nombre, te agradezco mucho que me hayas hecho conocer algo nuevo y genial sobre mi nombre, gracias

- De nada – respondí

Caminábamos en dirección al barco vikingo se encontraba a la derecha de la cancha entre el martillo y la rueda panorámica, había una fila extensa, teníamos que esperar, buen momento para sofrenar nuestro exacerbados ánimos, un juego de miradas gobernó ese dimensional instante, Dayana se acercó, se tomó de mi brazo, enlazando su brazo dentro el mío, apoyó su cabeza en mi hombro, los murmullos disfrazaban  mis temores, era el ser humano más dichoso de la tierra, hubiese deseado que ese momento se congelara y el tiempo fuera inexistente en su acepción; emití un endeble suspiro, su pelo olía a chicle, pero algo extraño pasó, sentí como un enorme brazo se anudaba por mi garganta, arrastrando con una fuerza homérica, dejándome sin respiración no lograba ver que o quien me ahorcaba, me arrastró un extenso trecho, comencé a patalear y poner mis manos para desasirme de esa presión producida por ese colosal brazo, Dayana gritaba, la gente se apelotonó sobre la escena, sentí que me soltaba, exánime caí al suelo, el oxígeno volvía lentamente a mis pulmones y mi cabeza, no tenía mareos pero entreví como Dayana gritaba a un sujeto de colorada cabeza, era García quien me había tomado de sorpresa por el cuello, intente pararme, mi ropa estaba sucia por la tierra, la gente alborotada, no  intervenía en la perorata de Dayana descontrolada. Escuchaba que le decía con furia:

- ¡Que te pasa enfermo!, porqué me sigues, porqué le haces eso al Gonzales, ¡quién eres tú para arruinar mi vida¡, voy a llamar a la policía – Dayana temblaba, mezcla de miedo y rabia, el sujeto que tenía en frente solo la miraba inquisitivamente, la gente alrededor no entendía nada, eran unos espectros sin voz ni voto, entreví como ella buscaba entre sus bolsillos su teléfono celular, me acerque, un incendio llameaba mis pupilas, aquel gigante no podía hacer eso, le veía con cólera, mi cabeza era un vendaval, escuchaba como Dayana llamaba a alguien y en voz alta decía:

- ¡Papá!, ¡papá! ¡ese loco me está persiguiendo otra vez!, ¡ven por favor papá! – el llanto se entremezclaba en sus palabras, la ira crecía en mi pecho como una marea – estoy aquí en el parque de diversiones en la cancha de la Normal, ¡ven rápido o llama a la policía papi por favor!

En ese instante, García escuchó la palabra policía, y su semblante sostuvo un cambió rotundo, sus ojos brillaron, levantó las manos y empezó a retroceder, lo vi como un león acorralado, mi mente me decía: ¡vamos, no tengas miedo!, ¡no tengas miedo!; me abalancé sobre él, de sorpresa saqué un impulsivo puntapié que fue directo a su entrepierna, cayó lentamente como un árbol recién talado, un ronco alarido de dolor emergió de su garganta, se desplomó tomándose los genitales, revolcándose en el piso como un animal herido, las personas que se agolparon no entendían nada, pero se dieron cuenta que ese golpe infame dado por mi pierna fue una reacción de defensa propia y sentido protectivo de la chica que venía conmigo y que se encontraba deshecha en nervios, no dijeron nada, y vieron como aquel gigante de pelos rojizos se levantó, nos miró con honda tristeza y odio  y se retiró corriendo con una mano en los testículos, gimoteando y mascullando improperios en mi nombre y en el Dayana.

Tenía miedo, no lo niego, temblaba, y mi corazón se sacudía, veía que Dayana lloraba, se acercó a mí, la abracé, le pedí que se calmara, fuimos un momento a sentarnos a una de las pocas bancas del lugar, necesitábamos calmarnos, pronto vendrá la policía y el padre de Dayana – pensé- y todo se arreglaría o todo terminaría en mi vida sentimental; le dije que respirará, que pasó todo, que ese incorregible ya no la molestará. Dayana me miro, sus ojos estaban hinchados, pero comenzaba a serenarse, me dijo que ella es la abochornada por hacerme pasar estos papelones

- No te preocupes - le respondí – al final vendrá tu padre

- No, Fernando no lo hará – contestó, llamándome por mi nombre

- Pero escuché como le llamabas por el teléfono - señalé

-No. Solo fingí, era la única forma que esa bestia se asustara y se vaya, pero me puse muy nerviosa, además como voy a llamarle a mi papá ¿sabes el tremendo castigo que me llevaría?

- Realmente eres inteligente Dayana – dije, esbozando una sonrisa, ella comenzó a sonreír y se aprontó a mí, me tocó la mejilla, acercó su rostro al mío y sentí un tímido y húmedo beso en mis labios, me dijo gracias, me tomó de la mano y me arrastro a la fila del barco vikingo, mi perplejidad no tenía parangón, un subidón de emociones me arrasaba, mi mente poblaba ideas y el redundante mantra me inundaba: ¡vamos, no tengas miedo!, ¡no tengas miedo!, subimos al barco, los asientos del medio estaban ocupados, tuvimos que sentarnos en el sitio del extremo, en una anterior ocasión me había subido a este juego, recordé que en esa ocasión estuve en el medio de la nave, no sentí nada extraño, sin embargo, algo imprevisible comencé a sentir en mi corazón cuando el barco comenzó a balancearse, mi cabeza sintió un  primer vahído y los ojos se nublaron, Dayana se agarraba fuerte de la barra de protección y empezaba a gritar, yo me encontraba solidificado, presa de un miedo excepcional, el vértigo hacía escarnio en mi cabeza y mi cuerpo, no podía ver al suelo, cerré los ojos, la nave se balanceaba como un péndulo catastrófico, quería salir de ahí, ¡vamos, no tengas miedo!, ¡no tengas miedo! clamaba en un destellos, un pavor grandísimo se apodero de mí, no solo estaba asustado, si no que no podía controlar mi cuerpo, estaba a punto de desmayarme y mis manos maquinalmente sostenía la barra de emergencia, sentí como la entrepierna se me empapaba de un liquido cálido, la maquina empezó a cesar, no quería abrir los ojos, no quería sacar a flote el verdadero rostro del adolescente indolente que se había orinado de miedo en el  barco vikingo; el aparato paró y salí corriendo en el mismo instante que el encargado abrió la rejilla para la salida de los pasajeros y el ingreso de nuevos visitantes, no quería verla, salté el entarimado de madera, oía gritar a Dayana mi nombre, corrí con el pantalón mojado, las lagrimas comenzaron a brotar por mis cuencas, debía salir de ese lugar, de esa pesadilla, pasé la  puerta, corrí por medio  de la calle de las cantinas infames, atravesé las callejas empedradas de Surapata, bajé la escalinata principal estaba cerca de la calle Loa, tenía que tomar un taxi y escapar, subir a un auto y desaparecer, esperé uno segundos, no me fije atrás ya nadie me llamaba hace varias cuadras, tomé un taxi de color azul, subí rápido pidiéndole que me lleve al barrio San José, el taxista asintió entré presuroso, me senté con las piernas cruzadas, estaba abochornado y enfadado conmigo mismo, el taxi salió la delgada calle La loa y dobló por la avenida Hernando Siles, mi mala suerte continuaría, el tráfico explotaba en las calles céntricas, quería llorar, pero sabía que no debía hacerlo no quería alertar al taxista y el vea mi ropa mojada y me lance de su taxi, bajé la cabeza, me angustiaba, el sollozo estaba por vencerme, de pronto se abrió la puerta, el taxista dijo:

- ¿Señorita va a algún lugar?

- No se preocupe, estoy con él – respondió. Era Dayana

Se sentó a mi lado, no quise sostener contacto visual, me escudriñé en un costado del asiento, estaba sumamente avergonzado, Dayana tenía en la mano su chaqueta, se acercó a mí, rosó la chaqueta en mi regazo, agarrando una de sus mangas que pacientemente la entrelazó por mi cintura. Me dijo:

- Dale, ponte eso, así estarás mejor –calló por unos instantes – no te preocupes, fue solo un accidente, yo también tengo vértigo -acotó

- Perdóname -dije

- Tú perdóname, por todo lo que te hice pasar hoy, más aún te debo agradecer por defenderme de ese patán de García y por la linda tarde que pasé hoy contigo, no te preocupes por lo demás, solo fue un accidente – dijo

La mire de soslayo con ojos quieto, la vergüenza hace ver en los demás el generoso rostro de la humildad, se necesita mucha humildad para ayudar a alguien en sus peores momentos. Aquella chica que tenía a mi lado en el asiento trasero de un taxi, era la chica perfecta para  el adolescente que un día fui, sin embargo, sabía desde aquel momento, que nunca llegaría a formar parte de su vida sentimental, no porque había visto la caída de un adolescente con los pantalones mojados, no por el miedo provocado por el vértigo del barco vikingo o la reyerta con un muchacho que le doblaba en tamaño y musculatura, todo lo contrario, sabía que Dayana jamás sería mi novia, de lo contrario, que desde aquel momento ganaría una amiga en alegría y confidencialidad, una persona capaz de entender la importancia de los mínimos detalles de la vida; no tenía mucho que decir y tampoco quería hacerlo, ella lo entendería, una sonrisa patente y un gracias fueron suficientes, obstante ella me observaba como una niña embelesada, concluyendo entre sonrisas su frase categórica:

- No te olvides regresarme mi chaqueta lavada, planchada y fumigada, que pienso utilizarla para la feria del día del libro.

 

 

   

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