Sentado
en una banca de la Plaza 25 de Mayo Martín aguardaba impaciente el arribo de
aquella mujer desconocida, ya habían transcurrido vastos minutos a la hora
pactada, sin embargo, aun sostenía la esperanza de verla llegar ataviada como en
la imagen de perfil del Instagram: la muchacha del rostro rubicundo con la que
quedó encontrarse, no obstante, sabía muy en lo profundo que no llegaría, las
chicas que usan esa red social no se fijan en tipos como él pensó, al final de
cuentas, un romántico empedernido como Martin se consideraba así mismo, ya estaban
en extinción o en un evidente exterminio.
Se
disponía a irse a casa, en vano se había puesto una camisa a cuadros y el saco
mostaza con parches en los codos que le encantaba vestir, no estaba
acostumbrado a este guisa de encuentros, hace un tiempo que se hallaba solo desde
la ruptura con Patricia, con el pasar de los meses decidió darle chance a las
búsqueda de una mujer interesante que pueda conocerla a través de las redes
sociales: mandó mensajes de invitación en el Tinder, Facebook e Instagram, sin
mediar muchos requerimientos, fue sincero consigo mismo y apeló a la gracia de
una fotografía llamativa, lo esencial es invisible a los ojos decía Antoine de
Saint Exupéry en el Principito, sin embargo, los conocimientos de psicológica
evolutiva en Martín le hacían comprender con mayor cabida que el gusto por algún
miembro del sexo femenino de la especie ingresaba
por los ojos, motivo por el cual, buscó entre las fotografías de las mujeres de 21 a
65 años con serenos semblantes o una destacada sonrisa que sería la guía para
este juego de probabilidades que deseaba encarar.
Al
retirarse del banco de la plaza, observó en el celular que una de sus
invitaciones del Facebook había sido aceptada, el nombre de Alejandra rondaba
en su cerebro como un pequeño rescoldo, un mohín de sonrisa decantaba el rostro
de Martín compungido por quedar plantado esa noche, hacía mucho frío y esta
cita frustrada le había decaído un poco o talvez mucho no lo sabía
completamente, en cierta forma su cabeza era un vaivén de soledades y desentendimientos
desde el rompimiento con Patricia hacia algunos meses, se creía un tonto, un
incrédulo, se dio vuelta y tomó un taxi con rapidez, al llegar a su casa se
despojó del sacón amostazado, fue en
dirección a la pieza del baño, miró su rostro en el espejo, las arrugas en la
frente y los pliegues debajo de los ojos destacaban el inexorable paso del
tiempo, ya no era un joven, tampoco un viejo pero tenía una idea clara que sus
mejores años ya había pasado.
Decidido
a dormir sus frustraciones, se cambió el restante de sus ropajes de la inaudita
salida y se puso el raído pijamas, alistó en la mesita de luz un libro de
cuentos de Augusto Monterroso, le encantaba la prosa del escritor
centroamericano y ese agudo sentido del humor que sazonaba en sus abreviados
relatos, era justo y necesario para ese aciago momento, encendió la luz de la
lampara, se puso a buscar algún título
que le atrajera en la lectura, colocó el teléfono celular a su lado y como en
una acción inconsciente observó que el nombre de Alejandra se encontraba activo
dentro los chats de conversación, antes del inicio de la lectura del libro
cogió el teléfono y escribió un sencillo “hola” al canal privado de su nuevo
contacto, iniciaba la lectura del prólogo del libro y una inmediata respuesta
del chat en su móvil le contestaba con un “hola como estás, buenas noches”
desconcentrándole en su hábito nocturno
de leer antes de dormir, Martín respondió con un “cómo estás” seco, pero de
forma inmediata a la contestación, del otro lado hizo conocer en un sencillo
“mal” el malestar de la mujer quién horas antes había aceptado a Martin en el
azaroso envío de solicitudes virtuales en las redes sociales
Martín no
supo que responder, de forma extraña y sintiéndose patético escribió: “sí estas
mal, te leo un cuento para qué estés mejor, claro, si deseas…”, del otro lado de
la línea, la respuesta a través de un
sencillo “dale” dio pie a la lectura del relato corto “El Concierto”, tomó el celular con una mano y
con la otra sostenía el libro, era la primera vez que hacía este ejercicio y
comenzó a leer con su vos ronca y tono aguardentoso; de forma trémula y pausada
relató la historia de una pianista desde el punto de vista de un padre
proteccionista y rígido que comenzaba así:
“Dentro de
escasos minutos ocupará con elegancia su lugar ante el piano. Va a recibir con
una inclinación casi imperceptible el ruidoso homenaje del público. Su vestido,
cubierto de lentejuelas, brillará como si la luz reflejara sobre él el
acelerado aplauso de las ciento diecisiete personas que llenan esta pequeña y
exclusiva sala, en la que mis amigos aprobarán o rechazarán —no lo sabré nunca—
sus intentos de reproducir la más bella música, según creo, del mundo”.
Continuó
la lectura, el silencio de su dormitorio impelía de un espectro de misterio la
cadencia de las palabras que fluían en la boca de Martín, comenzó con un poco
de miedo, pero la confianza se apoderó en el manar del ritmo que hilvanaba las
frases, el dedo meñique que sostenía el botón de grabación del celular se
manifestaba cansino, no obstante, concluyó la lectura con una solidez elocuente:
“Ya se ha hecho ese repentino silencio que presagia su
salida. Pronto sus dedos largos y armoniosos se deslizarán sobre el teclado, la
sala se llenará de música, y yo estaré sufriendo una vez más”.
Había lanzado sus venablos, las cartas estaban sobre
la mesa, esperaba impaciente la recepción del mensaje y su confirmación, tenía
curiosidad de leer la respuesta de aquella mujer que se aprontaba a conocer o
que lo dejaría en visto para siempre.
“Jamás antes una persona había hecho esto para mí,
Gracias” manifestaba el texto escrito: Martín sonreía, al menos había logrado
recibir un agradecimiento antes de dormir, después de la frustrante noche. Pensó
un instante y escribió: “¿hacer qué? ¿leerte un cuento?” contestó, mandando el
mensaje esperando recibir una rauda respuesta.
“Sí, es una situación extraña, alguien que no conozco
y se comunica por primera vez conmigo, me hace un regalo tan bonito. Gracias
nuevamente, me gustaría pensar que todos los hombres son así…” respondió.
Martín leyó extrañado el chat, solo atinó a contestar. “¿Así como? (emoji de
carita feliz), no sé como serán los demás hombres, pero si fuera por mí te leería
un cuento cada noche antes de dormir” escribió orondo, mitad soberbia, mitad sinceridad.
“¿En serio?, que considerado eres, te agradecería
mucho” respondió la desconocida. Martín sabiendo que había hablado demás o su
corazón albergaba el almácigo de un nuevo sentimiento respondió: “Claro que sí,
no te preocupes, lo haré, ya verás. Ahora ya esta tarde y no tuve un día
agradable, necesito dormir que mañana debo trabajar, Buenas noches extraña” tecleó.
“Buenas noches extraño (emoji de carita feliz)” recibió contento. Apagó la luz,
el frio penetraba en su dormitorio a pesar del calor que sentía en su pecho
ilusionado e inerme.
Con el paso de los días las conversaciones se acrecentaron,
supo de Alejandra en referencia a los gustos y responsabilidades que suscitaban
en su diario vivir, de igual manera Martín comenzó a abrirse y confesar las veleidades
cotidianas y su escasa suerte, le agradaba estar al tanto de los mensajes de la
hasta hace unos días desconocida, asimismo cada noche cumplía religiosamente a
las diez en punto de la noche la lectura de un nuevo cuento: Borges, Cortázar,
Buzatti, Arlt, Lispector, Asimov, Quiroga la primera semana. Poe, Lovecraft,
Cerruto, Benedetti, Delibes, Bradbury, Highsmith, la segunda y así pasaban los
días, las semanas, Martín era feliz con esa relación distante, ignota e
inocente, no pretendía aún conocer a esa mujer en persona, tenía miedo de la decepción
una vez más, además Alejandra hizo saber a Martín que era una persona sumamente
ocupada, la función pública acaparaba toda su jornada y le era muy difícil concertar
algún tipo de cita o reunión presencial, por ello del otro lado Alejandra se
limitaba a responder con mensajes escritos y audios de aparente felicidad y
sosiego, contestaba que se sentía acunada con sus relatos, y que no podía
conciliar el sueño sin haber antes escuchado la voz de Martín, manifestaba que
era un volver a la infancia, donde la fantasía se apoderaba de su mente y era
una cortina de humo para la vida ahíta en oscilaciones que llevaba.
Una tarde al salir del trabajo, Martín recibió un
mensaje: “Hola Martín, quisiera que nos veamos, mañana. ¿tienes tiempo?”.
Martín impactado por ese abrupto chat quedo petrificado en mitad de la acera. Decidió
buscar un lugar seguro, apartado de la barahúnda del gentío. Luego respondió: “Claro,
sí tu deseas.” escribió, del otro lado llegó la respuesta inmediata: “Bueno
mira, tengo tiempo al medio día. ¿vamos a almorzar, te parece?”. Martín contestó:
“Perfecto”. “Bueno si conoces un buen lugar, me escribes antes, me mandas la
dirección y nos vemos ahí a las 12:30. ¿de acuerdo?” respondió Alejandra. “De acuerdo,
mandaré el lugar y la ubicación de unos minutos” dijo Martín guardado el
teléfono en el bolsillo, dirigiéndose raudo a sus aposentos.
Esa noche Martín llegó a su casa meditabundo, el
apetito se le había fugado, solo pensaba en lo que iba a ocurrir al día
siguiente, no sabía que ponerse, que decir, que hacer, un nuevo compromiso se
avizoró sin preparación previa, aquella mujer no solo era una mujer
inteligente, era una mujer hermosa, su fotografía denotaba las facciones perfectas
de un rostro, pero también poco a poco había penetrado en su alma con aquellas
conversaciones fútiles, fantasiosas y en veces serias. Tenía miedo, hasta se
planteaba la idea de cancelar la cita, no obstante, sabía que estas
oportunidades solo ocurrían una sola vez en la vida, ordenó sus pertrechos, el reloj
avistaba las diez de la noche, mandó un mensaje de voz largo con el cuento “La Casa
Tomada” de Julio Cortázar, no hubo conversación posteriormente, si bien al
mandar el audio a pesar de vislumbrar la coloración azul del mensaje confirmado
Alejandra no había devuelto un mensaje de agradecimiento o de buenas noches. No
le importó, Martín imaginó que estaría ocupada, o tenía las mismas sensaciones
de nerviosismo que el sentía al poder conocerla mañana en persona. Muchas ideas
se sondeaban en su cabeza aturdida.
Al día siguiente, salió con una camisa blanca, una
corbata negra, un chaleco beige y unos pantalones de tela, no quería admitirlo,
pero llevaría a ese encuentro sus mejores galas formales, de mucho tiempo vestiría
esas prendas, su trabajo en el Instituto eran hasta las doce del mediodía,
tenía treinta minutos para llegar el punto de encuentro.
Tomó un taxi, llegó a aquel lugar, no había nadie aún,
ingresó solo, pidió una mesa, el mozo le dirigió al fondo donde un pequeño vergel
florido, cercana a su mesa tenía un pequeño parque infantil, y un corredor con
mesas similares a la suya. Impaciente se sentó, pidió la carta, hizo alusión
que esperaba a alguien, no tardaría en llegar, y esperaría para las solicitudes
correspondientes.
Tomó el celular, mandó un mensaje de audio, explicaba
que se encontraba en el lugar acordado y no sabía de ella desde la noche anterior.
Los minutos pasaban, tenía hambre, quería una sopa de maní, pero no estaba en
la carta, miraba cada instante la llegada de una mujer con el rostro similar a
las fotografías de Alejandra, pero nadie se parecía a ella, el lugar se llenaba
de familias dispuestas a almorzar, hasta pidieron algunas sillas de su mesa, aceptó
gustosamente, solo dijo que esperaba a una persona y con una silla suelta
bastaba.
Los minutos transcurrían, pidió una cerveza, la gente
empezaba a desalojar el restaurante, el hambre de Martín había desaparecido, bebía
del vaso a sorbos lentos la cerveza que comenzaba a calentarse, vio su reloj, ya
era la una y media. No llegaría. Se sintió tonto una vez más. Tomó el chaleco
que se había quitado, frustrado, llamó al camarero, pidió al importe, se disculpó
por no pedir nada para comer, entregándole un dinero extra al valor de la
cerveza, quería salir de allí, debía volver al trabajo, una vez más había caído
en una trampa pensaba, una vez más había sido engañado, su cabeza sacaba esas
conclusiones, tomó un taxi, no había comido nada, volvió al trabajo, en espera
que la tarde se consumiese, para la llegada de la noche y esperar alguna respuesta
escrita de parte de Alejandra, que hasta aquel instante no había contestado los
mensajes del medio día, esta vez no había contestación alguna, como si su número
telefónico hubiese sido bloqueado o desaparecido.
Salió del trabajo, esta vez tenía mucha hambre
retrasada, entró a una pensión inmunda, comió opíparamente lo que tenía a su
alcance. Barriga llena, corazón contento pensó, pero no era cierto, estaba
triste, desilusionado de su vida, “¿acaso soy tan malo, para que la vida me
trate así?” pergeñaba. Salió del lugar, se dirigía a su domicilio, entró en
silencio, se despojó de sus ropajes con
violencia tirándolos al suelo, se desnudó completamente, fue directo al baño se
puso en frente del espejo, esta vez no solo veía un rostro quemado por los años, también apreciaba como unas
lagrimas surcaban por sus ajadas mejillas, el frio gobernaba el ambiente, esta
vez su corazón se había roto, y a nadie le importaba, veía su rostro, estaba destrozado, pero era digno,
digno de ser alguien doliente, sensible
pero con vida, sabía que esto no terminaría con él, al final de cuentas su existencia
no estaba acabada.
Salió del bañó, se vistió con los pijamas astrosos, se
acostó a la espera de la llegada de las diez de la noche, se había comprometido
a leer un cuento diario a una extraña y lo iba a cumplir, y la vida continuará
como siempre fue y siempre será, por lo cual esa falta a la cita de aquel día
no cambiaría en nada esa obligación. Revisó el teléfono, ni un indicio de
contestación, ya no le importaba, Martín con los ojos rojos atisbaba a sonreír:
“será una buena excusa para crear mi propia versión de las mil y una noche”
dijo en voz alta.
Sacó un libro de cuentos de su biblioteca. Tomó el
libro “El Llano en Llamas” de Juan Rulfo, escogió el relato “Macario” que aprontó
a ser leído mientras sostenía el celular puesto en grabación:
“Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a
que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el
gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también
dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien
quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la
alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana
saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos…”
Pasaron los días posteriores y no recibió respuesta de
aquel contacto telefónico, no obstante Martín continuó mandando un relato cada noche,
a veces mandaba poesía, cuando se sentía melancólico, pero prefería la prosa,
era la única parte del día donde era feliz.
Una tarde en el trabajo, mientras revisaba las noticias en su celular, el “Correo del Sur” digital lanzaba la primicia de una noticia funesta. El encuentro de restos de un cadáver en descomposición, aparentemente de una mujer de edad joven, los restos estaban desperdigados en bolsas y otros introducidos en un refrigerador, hallados en un departamento del doceavo piso de un edificio en inmediaciones del Barrio Petrolero, no se tenía certeza de los móviles de este macabro suceso, recién se iniciarían las investigaciones. No le sorprendió en absoluto la noticia, respiró y dijo: “cada cosa que pasa en esta ciudad de locos”, cambió rápidamente la noticia, para reír un poco con los memes del momento del perro Cheems. Mientras sonreía, pensaba qué cuento iba a relatar esta noche, estaba entre uno de Carver o de Chandler, la nota de prensa de la mujer destazada le dio el pie a su cerebro para pensar en un relato de misterio y detectives privados.
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