Es otoño y las cobrizas hojas de arce alfombran el gélido suelo de este amanecer cansino. Los famélicos caballos reventados por el agotamiento, tuvieron que ser sacrificados por mi cuchillo cobarde que ensangrentado reposa en las alforjas que llevo con dolor en un rictus pensativo. Ya son varios soles y lunas que cargamos la saudade de esta caminata sin retorno, ahuyentados de nuestro terruño como a lobos de sus cuevas, como a pájaros de sus nidos, y sin embargo ella tan serena que en su agrio silencio y sumisión amamanta al crío que engendramos sin pensar que será de él, tan pequeño e inerme, tan frágil y hermoso. El último de nuestra tribu. El cielo azulino ingresa en nuestra cúspide, inabarcable bóveda añil que nos recubre, sé que a una distancia prudente hay pupilas salvajes que atestiguan nuestros aletargados pasos, bestias temerosas que husmean nuestro miedo escondidos en la maleza, en las sombras de los arbustos, escabulléndose de nuestro enemi...
Un espacio en el que puedo compartir una de mis más apetecibles pasiones. La literatura y la poesía.