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ESPERANDO EN LA BANQUETA

…qué maneras extrañas tengo para recordar... Alejandro Filio. Siempre supe que en el viento te podías quedar, ahora más que nunca, porque Miguel murió y estoy más solo que de costumbre. No, no lo digo por estar sentado frente al frontispicio de tu antigua vivienda, hoy casa de inquilinato; tampoco por la cantidad de cigarrillos mentolados que chupo como un desaforado melancólico en estas aciagas circunstancias, bien sabes tú que el culpable de todo fue el tiempo, amargo enemigo en su transcurso inevitable y esta espera anodina en esta banqueta vacía que es la vida.   Es gracioso, porque haces minutos me tomé la molestia de hacerte llegar la copia fotostática del dolor que me aprisiona. Parece irrisorio, hasta ridículo, lo mandé por correo a tu antiguo número de casilla de correspondencia, por si ocurre, que por alguna extraña coincidencia aún utilices este medio de comunicación rudimentario y llegues a responderme con una opresiva esquela o simplemente la providencia me d...

LÁSTIMA… ME CHINGUÉ LA RODILLA

Las botellas de licor emergían como por arte de magia. Unas, tras otras, tras otras, tras otras. El ambiente del bar comenzaba a deformarse, los tonos hostiles y vahos aguardentosos irrumpían en las mesas, en una de ellas, exclusiva para los beodos consuetudinarios, un hombre imprecaba a mansalva a sus cofrades de cantina. José – aquel borracho- denostaba en improperios la canina vida que llevaba, decía a viva voz con el vaso de chuflay en la mano, dirigiendo su ovina mirada a Mario y Ricardo, amigos de la parranda cíclica que cumplían diariamente, contando aquella misma historia que cada noche narraba con desazón: José: Yo, un día fui un gran empresario – afirmaba, posando la mirado al cielorraso del salón – un día que no quiero acordarme diría El Quijote, pero ustedes supinos que van a saber de literatura Mario: Tranquilo José… qué si andamos con esas, no respondemos, seremos ebrios, pero no irrespetuosos, así que, si vienes aquí a contarnos tu historia, que está demás decírt...

EL PODER DE LOS ABRAZOS

La caza hacia ellos no cesaba. Los últimos sobrevivientes se desplazaban con premura, entendiendo que sus perseguidores soltaron los mastines, y estos jadeantes con las fauces encarnizadas y ojos inyectados de rabia les pisaban los pies. Debían mantener el fuego, esa pequeña llama embovedada en una rustica campana de bejucos, secreto que se comprometieron a proteger a toda costa de los advenedizos, más aún de manos de sus enemigos. Las últimas mujeres de la tribu entre lloros, recogían a los niños más pequeños colgándolos en sus espaldas, los demás integrantes de niños de mayor edad y ancianos corrían horrorizados. La ausencia de los hombres retrataba un espectáculo detestable, la mayoría estaban muertos o presos en el cubil de sus capturadores, los últimos ancianos del clan marchaban a la par de las mujeres y niños, sin embargo muchos de ellos, se quedaban en el camino siendo despedazados por los perros, infalibles cancerberos que en tropel destrozaban las carnes secas de l...