Las abrasadoras arenas del Gobi retrataron al viejo derviche
el paso de una esplendente caravana comandada por un imponente camello cobrizo
conducido por un beduino envestido en atavíos oscuros cubriéndole el rostro y
un azor posándose en uno de sus hombros. Detrás suyo una larga cáfila de
carruajes, dromedarios y un silente gentío cubiertos totalmente en negruzcos mantos
demarcaban su paso por uno de los territorios más desolados de la tierra.
El gigante beduino se apeó del animal, acercándose al lugar
donde reposaba el esmirriado anacoreta. dirigiéndose con educación y reverencia:
-Gran maestro de la arena y la soledad del desierto,
solicito de su gran sabiduría – espetó el errabundo – vengo desde muy lejos a
pedir auxilio y consejo. Mi pueblo fue diezmado por los bárbaros del norte, y hoy somos
solo ceniza – indicando con el dedo a su comitiva - mira los resabios de
los rostros enjutos que quedaron de mi gente, mira a la muerte encarnada en sus
miembros mutilados y los desperdicios de carne macilenta agolpados en estos
carruajes fúnebres estirados por nuestros fieles rumiantes. – repetía el
sobreviviente dejándose caer de rodillas en la arenisca caliente - ¡vengo a pedir
piedad y venganza gran maestro!
El derviche contempló a la lóbrega muchedumbre que poco a
poco comenzó a despojarse los velos de sus purulentos rostros y los ropajes de
sus flácidos cuerpos, desnudando las osamentas o ojos vista con colgajos de lacerados
músculos, ligamentos y tendones deshechos.
Ante esta imagen grotesca el anciano, impávido se levantó
del suelo, con dificultad se puso en pie apoyándose en su cayado, acercándose
con lentitud a su visitante vertiendo lo siguiente:
-De que piedad hablas insensato viajero, si traes la muerte
a mi morada, qué venganza suplicas, si atestas de odio este lugar sagrado con
tu siniestra presencia. Tu pueblo no halla la paz anhelada funesto errante, por
ello aún son entes arrastrándose, pudriéndose en el desierto, portando la peste
y la maleficencia, marchitando a su paso todo lo que pisan. Recuerda necio
hombre o despojo: ¡No hay paz para los malvados¡, y con seguridad tu pueblo
vivió del daño y el odio a los desposeídos y necesitados, motivo por el cual los
dioses decretaron este castigo, esta sanción de expiar sus delitos y pecados a
través de un éxodo sempiterno en búsquedas de respuestas a las preguntas que
nunca se hicieron y confirmar sus antecedentes de maldad engendrada en sus
pieles y huesos desde sus antepasados hasta vosotros que hoy son solo desechos
y restos infectos de carne vagando sin sentido.
El líder de la infausta caravana escuchaba mustio la
increpación del derviche, posando sus malignos ojos en el viejo del desierto,
una de sus manos empuñaba la espada esperando el menor desatino de su
interlocutor.
- Si viniste a buscar sabiduría pierdes el tiempo mal hombre
o despojo, como en este instante que estás perdido en el laberinto que
construye y devora los médanos de arena. El único consejo que te dejaría, es
que retornes a tu tierra y entierres a tus muertos y quizás los dioses se
apiaden del daño que hicieron a lo largo de los años. La huella que dejaron tus
antepasados lo están pagando y lo harán hasta el menguar de la noche de los
tiempos, ya que imprudente rey de la noche. ¡No hay paz para los malvados!
El santo terminó de pronunciar estas terminantes frases
desapareciendo en un ventarrón de arena antes que la hoja del sable del suplicante fuese desenvainada al viento.
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