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POSO MI TACTO EN LAS ESCALAS SALOBRES DE TU PIEL…

Poso mi tacto en las escalas salobres de tu piel, mujer. En tanto observo como degollas mi fantasía con tus gemidos quedos. Tú, no estás ahí, nunca lo estuviste. Desde aquella tarde en que desnuda me pediste ser la medida de tu tiempo, ser sépalo y pistilo te desbordaste en mí como la lluvia en los manglares. Me inmolé en el Solsticio. En tu pubis germinal. Mis manos amorfas esculpieron soles en tus senos y un grabado en tu espalda inagotable reflejaba la escolopendra infinita de tu dermis. Aquella tarde, supe a ciencia cierta, mi fuga del tiempo y la cordura. La medida de todas las cosas eres tú. Salobre mujer de pelo ceniciento La medida de mi muerte eres tú. Alacrana y flor. A Mapaíta...

EL ÁGUILA COMO TESTIGO

Es otoño y las cobrizas hojas de arce alfombran el gélido suelo de este amanecer cansino. Los famélicos caballos reventados por el agotamiento, tuvieron que ser sacrificados por mi cuchillo cobarde que ensangrentado reposa en  las alforjas que llevo con dolor en un rictus  pensativo. Ya son varios soles y lunas que cargamos la saudade de esta caminata sin retorno, ahuyentados de nuestro terruño como a  lobos de sus cuevas, como a pájaros de sus nidos, y sin embargo ella tan serena que  en su agrio silencio y sumisión amamanta al crío que engendramos sin pensar que será de él, tan pequeño e inerme, tan frágil y hermoso. El último de nuestra tribu. El cielo azulino ingresa en nuestra cúspide, inabarcable bóveda añil que nos recubre, sé que a una distancia prudente hay pupilas salvajes  que atestiguan nuestros aletargados pasos, bestias temerosas que husmean nuestro miedo escondidos en la maleza, en las sombras de los arbustos, escabulléndose de nuestro enemi...

CARTA DESVERTEBRADA

Nunca te pregunté si te gustaba la lluvia, ni dejé que saboreases el humectante licor de mi soledad, de lleno, te llevé de la mano por la arquitectura del cosmos bailando y haciendo bailar a la noche en su nadir agreste. traté de perderte cuando más cerca te tuve no obstante, tus ojos empozados en el velador anacrónico de mi cuarto reataban mi teatralidad de adolescente por verte mía una vez más. Estuve esquilmando tus cabellos en las cuencas de la nada y un solvente juicio del silencio me dijo que tu boca lejana aún no vierte la cicuta del desconsuelo de esta vida sin tu vida. No me preguntes del armario de ilusiones, son sólo muebles y recuerdos. Hoy no tengo ganas de saberme vivo o saberme muerto. llueve, y así como llueve y limpia la voluptuosidad del apresurado, el influjo del ser maldito reúne mis fragmentos y mis botas en pos de tu sumida ausencia. La gélida noche se lleva todo, dejándome desnudo y lesivo Y me pregunto: ¿Cómo embelle...
Imagen del Personaje Martín del Castillo, sentado en una banca del Parque Lezama, contemplando la estatua de Ceres. (Libro. Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sabato)