La caza hacia ellos no cesaba. Los últimos sobrevivientes se desplazaban con premura, entendiendo que sus perseguidores soltaron los mastines, y estos jadeantes con las fauces encarnizadas y ojos inyectados de rabia les pisaban los pies. Debían mantener el fuego, esa pequeña llama embovedada en una rustica campana de bejucos, secreto que se comprometieron a proteger a toda costa de los advenedizos, más aún de manos de sus enemigos. Las últimas mujeres de la tribu entre lloros, recogían a los niños más pequeños colgándolos en sus espaldas, los demás integrantes de niños de mayor edad y ancianos corrían horrorizados. La ausencia de los hombres retrataba un espectáculo detestable, la mayoría estaban muertos o presos en el cubil de sus capturadores, los últimos ancianos del clan marchaban a la par de las mujeres y niños, sin embargo muchos de ellos, se quedaban en el camino siendo despedazados por los perros, infalibles cancerberos que en tropel destrozaban las carnes secas de l...
Un espacio en el que puedo compartir una de mis más apetecibles pasiones. La literatura y la poesía.